martes, 4 de enero de 2011

Garra Rufa (Segunda parte.1)

El silencio reinó durante aquel proceso de subir las escaleras en fila india. Los viejos escalones rechinaban bajo cada pisada, aunque quizá las pisadas más silenciosas fueran las de los grandes pies desnudos y algo temblorosos de Jared MacAlister. Hasta Irina, también descalza, parecía que pisara de manera más firme y ruidosa cada escalón, con las zapatillas de deporte Air Jordan y los calcetines blancos de algodón del joven prisionero transportadas en sus poco diestras manos. En cambio, Jared MacAlister apenas posaba cada pie descalzo en los escalones cuando ya subía el siguiente como si sintiera electricidad en cada una de sus vulnerables plantas a la intemperie, sin tener así total control sobre esos grandes pies desnudos de lo nervioso y tenso que estaba. La situación se tornó más patética si cabe en el momento en que los escalones se acabaron y Jared MacAlister prosiguió abriendo el paso por un estrecho pasillo, delimitado a su derecha por la pared y a la izquierda por la barandilla que daba al recibidor-sala de estar que habían dejado ya por completo abajo. Entonces, con sus ojos verdes fijos en el frente y siendo solo mentalmente consciente del cañón del rifle que lo iba apuntando a la nuca, Jared MacAlister no se dio cuenta de que había una cajonera pegada a la pared por la derecha y… ¡pam! El pie derecho descalzo del joven Jared MacAlister volvió a sufrir otro revés y chocó con una de las patas de aquel mueble-cajonera. El segundo y el tercer dedo del pie derecho y desnudo de Jared MacAlister fueron los que esta vez se llevaron de pleno el impacto, encogiéndose acto seguido ante la madera. De hecho, el pie derecho descalzo de Jared MacAlister retrocedió en forma de reflejo rapidísimo, a la vez que el joven gimió lastimosamente:

-¡Jodeer…!! ¡Aaah…, mierda!

Y enseguida, Jared MacAlister flexionó la pierna, encorvó levemente la espalda y se frotó con la mano los dos deditos largos y doloridos de su pie derecho descalzo. Solo había sido el golpe…, ni una uña rota, ni dedos rotos, ni nada que lamentar, sobre todo en lo referente al conjunto de la estética de aquellos bellos pies desnudos de machito joven…, pero Lester “Papi Garra Rufa” Sadowski le gruñó de mal humor al todavía ausente y ensimismado Jared MacAlister:

-¡Vamos!! ¡Continua andando hacia adelante y ten cuidado con “la mercancía”, chaval torpón! ¡No quiero que se dañe para nada…!

Al mismo tiempo, Jared MacAlister sintió la presión del cañón del rifle en su clavícula, empujándolo a seguir. Lester Sadowski estaba impaciente y por ello, Jared MacAlister dejó ya de refregarse “la mercancía”, los dedos de su propio pie desnudo, y reemprendió la marcha ahora más tembloroso y alterado pero también más cauto de por donde iba posando sus vulnerables pies descalzos.

El estrecho corredor pronto terminó y Lester “Papi Garra Rufa” Sadowski le dio la siguiente orden bien clara al descalzo Jared MacAlister:

-¡Abre esa puerta que tienes a tu derecha, vamos!

Con el pulso tembloroso, Jared MacAlister obedeció en silencio y abrió la puerta empujando el pomo hacia abajo. Entonces, una gran oscuridad se cernió justo delante del desdichado Jared MacAlister: el chico estaba ante lo que todavía era una estancia misteriosa. Por su parte, Lester Sadowski no tardó ni dos segundos en volver a empujar a su rehén Jared MacAlister con el cañón del arma a la vez que exclamaba:

-¡Venga, muchacho pasmao! ¡Entra!!! ¡Y no quiero jugarretas…! ¡Y tú, Irina, enciende la maldita luz!

Y “clic…”. Se hizo la luz y Jared MacAlister se encontró de lleno y descalzo ante lo que era una vieja cama de matrimonio King Size hecha de madera para no desentonar con el estilo de la casa. Pero ya ni el deprimente y sucio color verdoso del papel pintado de las paredes ni el resto de mobiliario fantasmagórico de aquel dormitorio pudieron captar la atención del atónito Jared MacAlister porque…, lo de aquella enorme cama era demasiado aterrador, fuerte e impactante. Para ser concretos, en la cabecera de la cama salían y a la vez colgaban dos esposas abiertas, una a cada lado, y entre los barrotes de madera de la parte del pie de dicha cama salían dos cintas elásticas, desde dos distantes lados, que acababan conectando cada una en la zona del centro con un mismo cinturón bien ancho, típico de los que practican la halterofilia. Al comprobar todo aquello, Jared MacAlister sintió que la debilidad lo invadía, que las piernas le flojeaban y que la vista se le nublaba por momentos, aunque pronto hizo acopio de fuerzas interiores para recuperarse parcialmente y gritó haciendo un mohín de girarse y retroceder para salir de allí:

-¡Joder… !! ¡Qué cojones es esto! No…, ni hablar… ¡Yo me piro de aquí!

Quizá el inconsciente Jared MacAlister había pecado de incrédulo y Lester Sadowski lo tuvo que devolver a la realidad con un doloroso golpe en la espalda con el canto del rifle. Entonces, el cuerpo de Jared MacAlister se balanceó hacia delante y los dedos de sus grandes pies desnudos se arquearon levemente para frenarse a la vez que de la boca del viejo Sadowski salían con contundencia las siguientes palabras:

-¡Tú no te vas de aquí, jovencito! Y tú, Irina, suelta ya esas zapatillas de deporte y esos calcetines sucios y ayúdame… Átale las manazas a “nuestro” Jared a las esposas de la cama.

Irina Sadowski no perdió el tiempo y sus manos soltaron súbitamente aquellas zapatillas de deporte Air Jordan modelo bota alta de color azul oscuro, de cordones rojos y con detalles blancos en los lados que habían ocultado los pies de Jared MacAlister y que ahora solo resguardaban en su interior los sudados calcetines blancos de algodón del chico. A continuación, Irina se avanzó y con timidez se puso al lado de Jared MacAlister, casi rozándolo e indicándole junto con gestos espasmódicos:

-Por favor, no le hagas enfadar más, te… te lo ruego… Túmbate en la cama y pon los brazos en alto para que te pueda atar…

El cuerpo de Jared MacAlister ahora temblaba casi sin disimulo y sus ojos verdes mostraban horror y casi histeria por saber lo que querían hacerle de inmediato. Sin embargo y como un corderito, Jared MacAlister acabó por recostarse boca arriba sobre la colcha granate sucio de aquella cama y, acto seguido, elevó los brazos mientras que conseguía de nuevo recuperar algo de furia y le gritaba sin miramientos a Lester “Papi Garra Rufa” Sadowski:

-¡Me cago en la puta….!!! ¡Estás pirao! ¡Joder…, no me puedes hacer esto…! ¡Llama a la pasma y entrégame! ¡Esto es un puto secuestro!!

Contrariamente a lo que se podría pensar, Lester Sadowski sonrió ante aquella falta de educación y de tacto hacia su persona. De hecho, el viejo Lester “Papi Garra Rufa” Sadowski estaba mucho más interesado en observar cómo su hija Irina le acababa de cerrar la última esposa en la muñeca izquierda al joven Jared MacAlister y, sobre todo, cómo dicho joven -el atractivo y varonil Jared MacAlister- mostraba inconscientemente parte de las bellas plantas de sus pies desnudos (por primera vez Sadowski entreveía ambas), al reposar solo los talones sobre la cama. Es más, con las rodillas semiflexionadas, Jared MacAlister también dejaba entrever de nuevo sus sensuales y varoniles tobillos, no demasiado delgados y sí que lo suficientemente fibrados y con un vello rubicundo naciente que se acababa ocultando más arriba bajo los pantalones tejanos azul oscuro… Ante tanta observación, que finalizaba con el cotejamiento de que realmente los pies descalzos de Jared MacAlister eran pálidos en comparación con el inicio de sus piernas –con algo más de color a la altura de más allá de la inevitable marca de donde iban los calcetines-, Lester Sadowski tardó unos segundos en responder limitándose a decir sin dejar de sonreír y en un tono que sonaba a ironía y sorna:

-¡Vaya, no has tardado mucho en tutearme, Jared! ¡El ladronzuelo ya se siente de la familia!

Las largas piernas de Jared MacAlister se movieron flexionándose arriba y abajo encima de la cama, ahora alejando y ahora acercando los pies descalzos a su captor, mientras que el chico intentaba liberarse de las esposas que ya lo mantenían tumbado y con los brazos, más que en cruz, condenados a estar en una postura diagonal hacia arriba. Entre tanto movimiento frenético, la camisa a cuadros azul y blanca de manga corta que Jared MacAlister llevaba abierta sobre la camiseta blanca sin mangas se había desplazado un pelín por la izquierda, dejando entrever parte de una axila con un pequeño hilito de vello castaño-rubio oscuro no demasiado exagerado en abundancia. Pero lo que en realidad aportaba aquel movimiento era que, cada vez más, el ambiente recargado de polvo del dormitorio quedara invadido por la peste más que intensa de los pies desnudos de Jared MacAlister. Con ello, Lester Sadowski se encontraba en pleno paraíso y, con el prisionero atado de manos a las esposas y por lo tanto a la cabecera de la cama, se sintió totalmente seguro y dejó por fin el rifle en el suelo, recostado en la pared. Jared MacAlister, por su parte, se alteró todavía más y retorció su cuerpo sobre la cama al ver como en aquel instante Lester “Papi Garra Rufa” Sadowski se acercaba a él con las manos libres. La rabia y la inquietud le salieron de dentro y Jared MacAlister acabó por exclamar:

-¡Suéltame, joder!! ¡Mierda…, te arrepentirás de esto! ¡Suéltame, vamos! ¿Qué me vas a hacer?

Lester Sadowski no respondió y dejó relucir sus dientes amarillos en una de sus recurrentes sonrisas siniestras. Ahora, el viejo Sadowski ya se encontró a la altura de la cama y enseguida se sentó y cogió de repente los tobillos de Jared MacAlister. De esta manera, el joven Jared MacAlister ya no pudo mover más las piernas en forma de semipatadas…; Lester “Papi Garra Rufa” Sadowski se ocupó de ello personalmente atando aquellos tobillos del indefenso Jared MacAlister con el cinturón de halterofilia, cerrándolo bien alrededor de ellos con la hebilla. Dicho cinturón se unía al pie de la cama –dos palmos y medio más allá- gracias al ingenio de conexión formado por las dos cintas elásticas pegadas a él y que, bien tensadas, hacían que los grandes pies desnudos de Jared MacAlister se mantuvieran juntos a una misma altura y sin posibilidad de hacer ni un solo movimiento efectivo para atrás o para adelante.

-¡No…, nooo…! ¡Suéltame, joder! ¿Qué quieres con todo esto? ¡Joder, siento haberte intentado robar y haber tocado a tu hija! ¡Lo siento!! ¿Qué más quieres?- expuso entonces Jared MacAlister a su captor en un tono algo más suplicante y conciliador al verse con la piernas juntas y estiradas bien atadas y tensadas por la zona de los tobillos, a la vez que ello le dejaba las vulnerables plantas de sus pies descalzos bien visibles y unidas.

Irina, que había retrocedido a un lado del dormitorio, observó como su padre se quedaba mudo de nuevo para limitarse a otear igual que un animal al acecho. Y es que por fin Lester Sadowski podía ver por completo y en detalle las dos plantas de los pies desnudos y olorosos del joven Jared MacAlister. Sobre todo, el viejo Sadowski pudo descubrir por completo el aspecto de la planta del pie izquierdo descalzo de Jared MacAlister para así llegar a la conclusión de que dicha planta era igual de grandiosamente larga, bella y suculenta que la del pie derecho, aunque con la peculiaridad de que a un lado de la zona abombada y rojiza de por encima de la parte del puente (antes de llegar al nacimiento de los dedos de ese pie izquierdo) le salía un diminuto pellejo en forma (y tamaño) de guisante como señal de cambio de piel. Lo que ya no había era rastros de hilos de algodón a lo largo de aquellas dos plantas de los enormes pies descalzos de Jared MacAlister, ya que todos se habían caído de entre los dedos y de encima de las arrugas y demás pliegues gracias a la accidentada caminata del chico desde el piso de abajo a la habitación. Y ante aquella visión divina, Lester “Papi Garra Rufa” Sadowski se mordió los labios a la par que se los mojaba, impaciente pero aún en silencio. Aquello estaba a punto de desesperar al desconcertado Jared MacAlister que, atado por completo –de pies y manos- en aquella gran cama de matrimonio, respiraba aceleradamente de lo nervioso que estaba y no quitaba ojo del viejo secuestrador que no paraba de mirarle los pies desnudos en silencio. No obtenía respuesta a sus casi ruegos a aquel hombre siniestro para que lo liberara y por ello, Jared MacAlister sentía que iba a estallar en gritos de ira en cualquier momento, no pudiendo soportar más el silencio sepulcral que se había creado. Los dedos de los pies descalzos de Jared MacAlister se movieron en un acto reflejo más que consciente, lo que ya indicaba que el chico no podía controlarse y que estaba a punto de gritar y gritar… Pero aquel ligero movimiento de los dedos de los grandes pies desnudos de Jared MacAlister fue suficiente para que Lester Sadowski reaccionara y acercara su nariz a las plantas de dichos pies del chico mientras que de su boca salieron las siguientes palabras reveladoras:

-Seguro que ya te habrás dado cuenta, Jared. Si no, es que eres más idiota de lo que pensaba. Tus pies descalzos me vuelven loco…, me encantan. Son tan blanquitos, tan grandotes, tan varoniles y tan apestosos… Sí, tus pies son verdaderos quesos bien curados y bonitos.

Los ojos verdes de Jared MacAlister se abrieron como platos al escuchar aquello, pero la revelación fue a más y el viejo Sadowski aprovechó el desconcierto que le había generado al chico para anticiparse de nuevo. Y así, de inmediato, Lester “Papi Garra Rufa” Sadowski pasó su áspera lengua por las grandes plantas de los pies descalzos de Jared MacAlister, empezando por encima del pellejito del pie izquierdo, siguiendo en diagonal por toda la planta y a continuación por la del pie derecho para acabar así el lametón a la altura del dedo pequeño de ese mismo pie derecho. El viejo Lester Sadowski sintió cada arruga, cada poro de piel más húmedo que el otro por el sudor y, sobre todo, una salinidad agradable y una suavidad extrema bajo un olor intenso al recorrer con su lengua ambas plantas de los pies desnudos de su prisionero Jared MacAlister. Después de aquella cata tan rápida como repentina, Jared MacAlister arqueó los pies en un repelús de asco, doblando el total de los diez dedos y formando más arruguitas si cabe en las plantas de esos preciosos pies desnudos. Ni un segundo pasó y Jared MacAlister llevó su reacción hacia la ira y le gritó al viejo Sadowski a pleno pulmón:

-¡Viejo bujarra de mierdaa!!! ¡No me lo puedo creer, joder! ¡Qué cojones te has creído!! Ni me toques… ¡Déjame los pies! ¡Eres un puto pervertido!

Jared MacAlister había enrojecido de la rabia y entonces empezó a retorcer los brazos y las caderas para intentar soltarse…, todo en vano. Y Lester Sadowski, a la suya y manteniendo la calma con otra sonrisa inquietante, le comentó al rabioso Jared MacAlister:

-¿Pervertido? ¡Ja! Habló el que le hacía guarradas al coño de mi hija. Esto no ha hecho más que comenzar, chaval. Tus enormes pies sudorosos saben a gloria, así de rojitos, saladitos y arrugaditos. ¡Mmmh!

Entonces, Lester “Papi Garra Rufa” Sadowski esnifó sin disimulo el hedor de los pies descalzos de Jared MacAlister, tocando bien con la nariz ambas plantas. Y después del colocón olfativo, el viejo Sadowski no dudó en juntar los labios y…, ¡ppppppshfttt!!, empezó a pegar una ruidosa y larga pedorreta a las plantas de aquellos grandes pies desnudos pertenecientes al indefenso Jared MacAlister. Con la cara bien apoyada sobre las plantas de los pies descalzos del joven Jared MacAlister, Lester Sadowski pudo notar como el chico arqueaba los dedos de sus pies sobre su frente, clavándole casi imperceptiblemente las uñas bien cortas de dichos pies. En verdad, no importaban para nada las resistencias nimias o las quejas porque Lester “Papi Garra Rufa” Sadowski había sacado la fiera que llevaba dentro y se lo estaba pasando en grande con la pedorreta a las plantas de los pies desnudos del joven Jared MacAlister, unas plantas cada vez más húmedas, más sudorosas y, eso sí, siempre vulnerablemente suaves. Los chillidos de horror de Jared MacAlister pronto salieron a relucir exigiéndole al viejo y bestial secuestrador:

-¡Aaaaaaah!!!! ¡Nooooo!!! ¡Para, puto asqueroso…, freak de mierda!!! ¡Deja mis pies!! ¡Suéltameee!!!!

Todo era inútil para liberarse y librarse de aquella desconcertante sesión, por calificarla de alguna manera… Solo la falta de capacidad pulmonar y de respiración hicieron que Lester Sadowski finalizara su casi eterna pedorreta y alejara el rostro de las enormes y largas plantas de los pies descalzos del histérico Jared MacAlister. Y entonces, con la mirada clavada en los ojos verdes del joven prisionero, Lester “Papi Garra Rufa” Sadowski se levantó de la cama y avanzó hacia delante a la vez que decía en voz alta:

-¡Y encima ahora parece que el hurgador de fluidos vaginales entiende de lo que es asqueroso y de lo que no! ¡Que tus enormes pies suden y huelan no significa que los tengas que minusvalorar, Jared!

Y ante lo que consideraba una chaladura, Jared MacAlister no pudo evitar en hacerse el gallito y empezó a contestar a la vez que movía las muñecas y los brazos como intento para desprenderse de las esposas:

-¡Y una mierda, jod…!!!

Jared MacAlister no pudo terminar la frase porque Lester Sadowski había cogido uno de los calcetines blancos de algodón del chico de dentro de una de las zapatillas de deporte Air Jordan modelo bota alta de color azul oscuro, de cordones rojos y con detalles blancos que seguían tiradas por el suelo. La acción fue tan repentina, tan inesperada: aprovechando que Jared MacAlister estaba hablando, el viejo Sadowski le metió al chico su propio calcetín blanco de algodón, bien sudado, en la boca, retorciéndoselo por el paladar.

-¡Saborea tú mismo el néctar de tus pies descalzos, Jared!- fue lo que exclamó Lester Sadowski mientras retorcía y retorcía el calcetín sucio por el interior de la boca de su dueño, Jared MacAlister.

Irremediablemente, sonidos guturales, de los que luchan por salir, fue lo único que pudo emitir el joven Jared MacAlister. El obcecado Lester Sadowski todavía refregó el calcetín unos segundos más, pero pronto abandonó la presión y volvió a sentarse en su hueco de la cama mientras que el desesperado y enrojecido Jared MacAlister luchaba mediante los músculos de la cara para expulsar el calcetín sudado de su boca. Y entretanto, el viejo Sadowski movió divertido sus labios simulando la boca de un pez y fue directo a posarlos sobre las plantas de los pies desnudos de Jared MacAlister. Así, lo que empezó como un simple gesto en el aire acabó siendo toda una retahíla de besitos sobre las plantas sudadas de aquellos suculentos pies descalzos pertenecientes al medio ahogado Jared MacAlister. Para colmo, Lester “Papi Garra Rufa” Sadowski, muy metido en su papel, capturó suavemente entre sus labios pequeños cachitos de piel (no suelta) de las plantas para llevarlos levemente hacia arriba y después soltarlos en lo que eran vulgarmente conocidos como mordisquitos indoloros. Aquello hizo mover frenéticamente los dedos de los pies al descalzado e indefenso Jared MacAlister, que además consiguió en aquel instante escupir el calcetín que le obturaba la boca y echarlo otra vez al suelo.

-¡Aaaahg!! ¡Hijo de putaa!!!- le salió del alma gritar a los cuatro vientos a Jared MacAlister en cuanto se vio libre de la improvisada mordaza.

Y acto seguido, Lester Sadowski paró los mordisquitos y el besuqueo a las plantas de los pies descalzos de Jared MacAlister y se lo quedó mirando a los ojos durante unos segundos con una sonrisa desafiante. A continuación, el viejo Lester “Papi Garra Rufa” Sadowski usó sus ásperas manos para coger en cada mano y uno a uno los respectivos dedos de aquellos pies desnudos y vulnerables del secuestrado Jared MacAlister y estirarlos suavemente hacia arriba para después soltar y coger los siguientes, siempre haciendo parejas con su respectivo del otro pie, a la par que recitaba divertido:

-Te voy a contar un cuento sobre tus pies desnudos y marranotes, Jared. ¡A este dedito chiquitín le faltaba comer muchas sopas…, a este le daban papillas de mala calidad…, este se comía las sobras del día anterior y alguna que otra vitamina porque quería aspirar a más sin poder…, a este dedito que es muy larguirucho pero no lo suficiente para ser el más alto le daban un trailer entero de hormonas del crecimiento…, y este último dedito tan gordito y alto como una torre que tienes en cada pie no perdía ninguna oportunidad y se comía hasta las piedras que encontraba por el camino!

Si la respiración de Jared MacAlister ya era bastante ahogada, casi asmática, con aquel recital el chico todavía se enrojeció y alteró más y, entre resoplidos crecientes de rabia y sudores por la frente, le chilló fuera de sí al entretenido Lester Sadowski:

-¡Y tu puta madre se follaba a una cabra, cabrón hijo de putaa!!!!

El semblante de Lester Sadowski se volvió repentinamente sombrío, aunque todavía hizo una nueva acción sorpresiva y se metió en la boca los dedos gordos de ambos pies desnudos del joven Jared MacAlister. El viejo Sadowski chupó y rechupó, como si de chupetes se trataran, la superficie suave y el contorno de los dos dedos gordos de cada pie descalzo de Jared MacAlister, que cabían perfectamente y a la vez en aquellas “fauces de la bestia”. Y Jared MacAlister frunció el ceño asqueado y apretó los dientes y los puños, intentando contenerse y recuperando un poco la respiración pausada a pesar de que aquel viejo estaba mojando en saliva pútrida los dedos gordos de sus grandes pies desnudos. Sin embargo, enseguida Lester Sadowski dejó atrás su entretenimiento y súbitamente se levantó de la cama, todavía haciendo movimientos gustativos con la boca y la lengua.

-Sí, definitivamente tus pies de ladrón malhablado saben muy bien, Jared. Un sabor muy típico de los quesitos aún adolescentes- empezó a explicar Lester Sadowski acercándose ahora a la puerta de salida del dormitorio, en un tono inquietantemente serio –Aunque tus modales me están empezando a hartar. Creo que hará falta algo más para domesticarte…

Y de esta manera, Lester “Papi Garra Rufa” Sadowski salió de la estancia y cerró la puerta tras él –sin llave, eso sí-, dejando a Jared MacAlister y a la propia Irina Sadowski totalmente desconcertados. Aún así, no pasó ni una milésima de segundo para que Jared MacAlister se decidiera a actuar y le dirigiera una mirada seductora con sus penetrantes ojos verdes a la atemorizada Irina a la vez que le pedía:

-Vamos, Irina… ¡Rápido! ¡Quítame estas jodidas esposas y desátame, por favor! ¡No dejes que el chalado asqueroso de tu padre me vuelva a tocar!

Ante aquella encrucijada, Irina Sadowski empezó a temblar como una hoja movida por el vendaval y Jared MacAlister, al no obtener una respuesta inmediata, volvió a insistir afirmando:

-¡Irina…, podemos huir juntos de esta puta casa! ¡Desátame, por favor! ¡Mira, se ha dejado el rifle pegado a esa pared…! Sólo lo tendría que coger y ese viejo chiflado no podría hacer nada para pararnos. Seguro que tú también lo odias… ¡Mírate las marcas de la cara y cómo te trata! ¡Joder, Irina, déjame ir ya antes de que vuelva!!

Y entonces, Irina tragó saliva y con la voz entrecortada junto a un aire triste y resignado contestó de forma enigmática:

-No… No puedo… No hay nada que hacer, no eres el primero…

En aquel momento la puerta del dormitorio se abrió de pronto y Lester “Papi Garra Rufa” Sadowski entró y fue directo a abalanzarse a su hija, como si estuviera poseído por el mismísimo diablo. El viejo Sadowski tenía una mirada tan fría, tan cruel…, casi inyectada en sangre, cuando levantó el brazo y golpeó la cara de Irina a la vez que le gritaba furioso:

-¡Qué coño le estabas contando, mala putaa!!! ¡Tú a callar y a obedecer, ya lo sabes!!

Con el fuerte golpe, Irina Sadowski había caído al suelo y ahora, aterrorizada, sollozaba y chillaba con los ojos llenos de lágrimas:

-¡Noooo!!! ¡Por favor, Papi Garra Rufa!!! ¡No le he dicho nada, no le he dicho nada…!!! ¡Te lo ruego, no me peguees!!!! ¡Aaaaaah!!! Aaaaaah!!! ¡Aaaaaaah…!!!!

Pero Lester Sadowski estaba totalmente fuera de sí y golpeó y golpeó todavía más a la pobre Irina, directo a la cara, sin importarle que ya estuviera tirada por el suelo sumida en llantos.

-¡Puta, puta, putaaa!!!!- vociferaba reiteradamente el viejo Sadowski mientras que ya le estaba haciendo sangrar la nariz y el labio a la frágil Irina.

Paralelamente, Jared MacAlister miraba la horrenda escena alucinado y con un profundo miedo. Aquel viejo psicópata estaba descontrolado por completo y el joven Jared MacAlister temía más que nunca por su propia seguridad, no por la de Irina. De hecho, el mismísimo Jared MacAlister, como muestra de su total desprecio y de su inmenso rencor, hubiera propinado encantado una buena paliza a la joven si ésta lo hubiera soltado… Pero no había sido el caso y los gritos de Irina Sadowski continuaron retumbando por todo el dormitorio hasta que Lester Sadowski apartó el puño y dejó de martirizar a su hija. Aunque, eso sí, el viejo Sadowski no se quedó satisfecho del todo y cogió a la desvalida Irina del brazo, la levantó del suelo y la empujó violentamente más allá del marco de la puerta del dormitorio al mismo tiempo que le exclamaba:

-¡Ahora fuera de aquí, fulana barata!! ¡Quédate en el pasillo pensando en lo condenadamente guarra que eres!

Y con ese último arranque, Lester Sadowski cerró la puerta de la estancia de un portazo y dejó a Irina fuera de ella, con el rostro sangrante. Jared MacAlister estaba ahora sólo con su captor en aquel dormitorio, descalzo y atado de pies y manos a la cama. De hecho, Lester “Papi Garra Rufa” Sadowski ya miraba a su prisionero con la cara muy seria, sin sonreír esta vez. Por ello, el joven Jared MacAlister empezó a sentir lo que se podría denominar pánico de verdad y no cesó en mover muñecas, brazos y caderas para intentar desprenderse de sus ataduras mientras que el viejo Sadowski se iba acercando a él con la mano en un bolsillo.

Los dedos de los enormes pies descalzos de Jared MacAlister también se flexionaban y volvían a estirarse en su sitio a la vez que el chico hacía fuerzas incluso con las piernas para intentar soltarse los tobillos del cinturón de halterofilia y/o de las cintas elásticas que acababan atadas en los barrotes de madera del pie de la cama. Todos los esfuerzos fueron inútiles y Lester “Papi Garra Rufa” Sadowski ya se sacó del bolsillo lo que había ido a buscar y ocultaba: unas tijeras de costura bien afiladas y de tamaño considerable.

-¡Es hora de que tú y yo empecemos de verdad, Jared!- habló por fin el viejo Sadowski a su prisionero mientras que continuaba dirigiéndose hacia él y abría y cerraba las tijeras que empuñaba, bien serio y con una mirada amenazadoramente fría.

Aquello desquició definitivamente al indefenso Jared MacAlister, que pasó del pánico a la histeria más patética en segundos y acabó por chillar sudoroso y con los ojos húmedos de lágrimas que no terminaban de salir:

-¡No…, qué vas a hacer…! ¡No…, ostia puta…, aparta esas tijeras de mí! ¡Noo, jodeeeer!!!! ¡No te me acerques!!! ¡Por favor, nooo!!! ¡No me hagas daño, por favor!!! ¡Socorro, que alguien me ayude!!! ¡Socorroooo!!!!! ¡Socorroooooo!!!!!!!


CONTINUARÁ