lunes, 3 de mayo de 2010

¡Pies descalzos en mi casa..., Brandon! (Segunda parte)

Aquellas cosquillas en mi lengua que producían las uñas de los dedos gordos de los pies desnudos de Brandon Tucker acabaron por enternecer mi corazón, si cabe esta expresión después de la violenta situación que habíamos vivido los dos. Y es que Brandon Tucker, inconsciente boca abajo sobre la moqueta blanca de mi sala de estar-recibidor, me estaba generando ya tanto placer con sus grandes y sensuales pies descalzos que…, me saqué ambos dedos gordos de sus dos pies de la boca e inicié una sesión de dulce besuqueo. Mis labios se posaron sobre los talones rosados de las plantas de aquellos pies desnudos y tiernos de Brandon Tucker y fueron subiendo en diagonal y hacia arriba, besando cada arruga más blandita que la anterior, entreteniéndose en las zonas abombadas más allá de los puentes de ambas plantas desnudas y terminando en cada una de las bolitas que formaban cada uno de los diez dedos de los pies de mi indefenso Brandon Tucker desde aquella perspectiva visual de sus pies centrada en las plantas. Luego, como no, chupé los cuatro dedos de cada pie descalzo de Brandon Tucker que me quedaban por catar: todos, desde el dedo pequeño hasta el segundo de cada pie…, todos menos los dedos gordos que ya había saboreado segundos antes.

A todo esto, me acordé de la herida en la cabeza que le había provocado a Brandon Tucker y comprobé realmente su gravedad. Por suerte, era una herida poco profunda que ya apenas sangraba, aunque al principio había impregnado de rojo mi moqueta blanca…, ¡y de qué manera! Por ese motivo me envalentoné a dar la vuelta al cuerpo de Brandon Tucker. Así, panza arriba, pude observar como Brandon Tucker respiraba normalmente y, sobre todo, como se mantenía fuera de este mundo con sus ojos cerrados y con su cara –ahora- de angelito indefenso y ajeno a todo lo de su alrededor: inconsciente en definitiva. ¡Con la guerra que me había dado aquel chico duro de Brandon Tucker cuando estaba consciente…, gracias a su orgullo, a su prepotencia, a su masculinidad y a ese radar especial homofóbico que me había demostrado al yo terminar de descalzar sus pies de sus zapatillas de deporte Adidas blancas y con detalles rojos y de sus calcetines grises! Pero en aquellos instantes Brandon Tucker ya no se podía defender y estaba descalzo para mí placer…, ¡je, je!

Ante la nueva posición del cuerpo inerte de Brandon Tucker, boca arriba, me centré de nuevo en observar sus pies desnudos con atención, para reflexionar con detenimiento sobre esa “belleza” antes oculta. Me fijé en nuevos detalles, como que Brandon Tucker tenía los dedos gordos de sus pies un poquito más altos que los demás (y siguientes), formando de esta manera una escala decreciente en altura hasta llegar a los dedos pequeños: los más bajos en altura. Entonces, con mis manos, toqueteé cada uno de los dedos de los pies descalzos de Brandon Tucker, doblándolos para revisar su flexibilidad y, sobre todo, su vulnerabilidad. Aunque, claro, los resquicios no están de más y empecé a acariciar por entre cada uno de los dedos de los pies de mi Brandon Tucker. Y por lo que noté al palpar, no había rastro de heridas abiertas ni de jugos entre los dedos de los pies de Brandon Tucker: la piel estaba bastante seca -pese a los rastros de mi saliva-, lisa y sin pellejos (como sí había en otras zonas de las plantas de esos pies), y solo saqué de allí, de entre los deditos, algún hilo gris de calcetín muy remolón o alguna motita-pizquito de suciedad incrustadísima. Erecto como estaba, no pude evitar el hecho de sonreír al pensar en el más difícil todavía… Dejé de palpar los espacios de entrededos, abrí la boca tanto como pude, me agaché mucho más, mucho más y… Ummm! ¿Qué había pasado? Pues que primero me metí en la boca la totalidad de los cinco dedos del pie derecho de Brandon, Tucker, no sin cierta dificultad. Chupé y charrupé, notando algo de vello y también algo el inicio de la zona abombada siguiente al nacimiento de los dedos y por lo tanto el roce de los pellejitos que ahí se formaban. Y lógicamente, cuando me cansé de jugar al modo ogro o coco (“¡Qué te como, qué te como el piecete!”) con los dedos y la parte superior del pie derecho desnudo de Brandon Tucker, hice exactamente lo mismo metiéndome con mucha gula su pie izquierdo –por la parte superior, claro- en la boca. La sensación de poder era enorme para mí, sí…, y el gustito al saborear el pie izquierdo descalzo de Brandon Tucker fue el mismo que al degustar su pie derecho, pese a que quizá en este izquierdo noté menos pellejitos bailando en mi paladar.

Y efectivamente, la sensación de poder, el dominio del que gozaba… fue lo que me llevó al final a levantar la mirada y a alejar la boca de aquel suculento pie izquierdo de Brandon Tucker que ya había más que probado. Ahora, mi centro de atención era el cuerpo entero, tumbado boca arriba, del durmiente Brandon Tucker. ¿Por qué? Porque sí, porque yo tenía el poder y debía llegar más allá…, mucho más allá ahora que podía. Brandon Tucker era mi juguete y SÍ, con los pies descalzos -tan solo- ya no bastaba y por ello lo iba a desnudar por completo.

Me enternecí de nuevo por lo que iba a hacer a continuación y por ello me tuve que precipitar hasta estar bien pegado al rostro “dormido” de Brandon Tucker, bajando acto seguido desde la punta de su nariz hasta su sensual boca. De esta manera observé y olfateé los labios voluptuosos del inconsciente Brandon Tucker, pareciéndome que de ellos se desprendía algo de aroma a fresa del chicle que le había obligado a tirar antes y que (casi seguro) era el mismo que él había robado previamente del paladar de su chica Giselle. No me pude contener y entonces besé con énfasis enfermizo los labios de Brandon Tucker, una acción que sin duda a él hubiera horrorizado y enfurecido si hubiera estado consciente… Menos mal que Brandon Tucker no estaba consciente y pude disfrutar de aquel morreo intenso y extasioso, cosa que no sería lo peor que le haría considerando que el chico era un prepotente y encantador macho heterosexual calientavaginas. Y cuando mis labios abandonaron los labios de Brandon Tucker, mis manos se pusieron manos a la obra con premura y mucha lujuria.

Empujé los brazos inertes de Brandon Tucker hacia arriba al tiempo que le quité su camiseta azul fuerte de manga corta. En el instante en que aquella camiseta salía ya de la cabeza de Brandon Tucker, mis ojos se posaron primero en sus axilas, bien depiladas al igual que lo estaba (depilado) el torso desnudo que también se me revelaba. Y de hecho, mi segundo punto de fijación fue el torso al descubierto de Brandon Tucker, tan largo y a la vez musculado…, tan bronceado, con aquellos pectorales apetecibles y bien marcados, aquel ombligo tan bello y mono y, sobre todo, aquella tableta de chocolate tan y tan perfecta que se formaba en sus trabajados abdominales. A pesar de que los fornidos brazos de Brandon Tucker habían vuelto a caer sobre la moqueta blanca por la fuerza de la gravedad, no me pude estar de levantar primero uno y después el otro para besar y lamer cada una de sus axilas. Sabían a gloria y paralelamente sentía en mi nariz el olor a sudor masculino mezclado con colonia y desodorante que desprendían tanto esas axilas como el torso entero a la intemperie del indefenso Brandon Tucker. Aquello, sin duda, sí que era conocer a Brandon Tucker a fondo: sus olores corporales se iban posando en mi nariz e incluso disfruté más cuando abandoné sus axilas y mis labios y mi olfato se centraron en su fuerte y bien formado torso. Besé y después lamí los pectorales bien suaves de Brandon Tucker, sintiendo a la vez su respiración, y además le chupé –con movimientos de succión en mi boca- sus bonitos y sensuales pezones. ¡La piel del torso desnudo de Brandon Tucker estaba tan cálida! El olor a sudor revuelto con un punto de colonia me acompañaba ahora por mi recorrido por el vientre perfecto y esculpido de Brandon Tucker. Mi lengua repasó con detenimiento aquella tableta de chocolate nacida en los abdominales de Brandon Tucker y mis manos y mis labios no tardaron en complementar aquel contacto tan íntimo mediante, como no, caricias y besos. Entonces, queriendo olfatear algo más fuerte y sabiendo dónde podía conseguirlo, metí un dedo de mi mano en el interior del ombligo de Brandon Tucker y hurgué bien en él. Así, una vez sacado el dedo del ombligo de Brandon Tucker, me lo acerqué a la nariz y conseguí esnifar un hedor intenso a sudor rancio. A continuación, mi mirada calenturienta bajó de ese ombligo y se dirigió hacia los pantalones tipo tejanos color salmón que el pobre Brandon Tucker inconsciente llevaba puestos y sonreí a la par que me fijaba en el hecho de que ya podía entrever el borde blanco de la parte superior de unos calzoncillos Calvin Klein, puestos a la moda hasta un poco más arriba de donde llegaban los anchos pantalones por la parte superior.

Desabroché el botón metálico y bajé la cremallera de aquellos pantalones tipo tejanos color salmón a Brandon Tucker. Luego me coloqué entre las piernas de Brandon Tucker y me las subí a los hombros. ¿Por qué lo hice? Porque quise tener los grandes…, uhm…, enormes pies descalzos de Brandon Tucker sobre mis hombros para así como mínimo verlos de reojo y sentir de cerca el rastro que se mantenía a peste a pies cerca de mí (lo echaba de menos) mientras que con mis manos me dedicaba a bajarle… y bajarle los pantalones hasta que le quedaron a la altura de los tobillos y de mi barbilla. Claro está que en ese instante tuve que bajar los pies desnudos y las piernas de Brandon Tucker de mis hombros para así acabar de sacarle los pantalones tipo tejanos color salmón. Y una vez fuera los pantalones, saliendo por esos pies grandes y bonitos que me volvían loco, me di cuenta que de alguno de los bolsillos habían caído las gafas de sol que Brandon Tucker utilizaba para resaltar su imagen de chulo-guaperas. Sin perder tiempo y con un rápido movimiento recogí aquellas gafas de sol de diseño ultramoderno y me las guardé en mi propio bolsillo. Actué tan velozmente en eso debido a que ya no me interesaba nada más que no fuera mirar el cuerpo en calzoncillos de Brandon Tucker. Mis ojos repasaron los tobillos algo robustos –aunque no demasiado- de Brandon Tucker y también sus piernas fibrosas y con un vello dorado y poco abundante que apenas se notaba. Pero sobre todo, mi vista se regocijó al detenerse en los calzoncillos boxers Calvin Klein que Brandon Tucker llevaba y que, por cierto, realmente eran negros pero con un borde blanco en la parte superior donde figuraba el nombre de la marca en letras pequeñas y negras. ¡Y oh Dios! El “paquete” que se marcaba bajo los calzoncillos de Brandon Tucker abultaba…, ¡y mucho!

Mi corazón iba a cien y mi miembro no se quedaba impasible pero…, me quería reservar lo mejor para el final y por eso empecé a palpar los tobillos y las rodillas de Brandon Tucker como si fuera un médico haciéndole una revisión a aquel espécimen después del partido de básquet que había jugado aquella tarde. También acaricié los muslos del indefenso Brandon Tucker, sintiendo aquella ligera vellosidad sin depilar. Mis labios, como no podía ser de otra manera, también probaron en forma de besos la piel cálida de las musculadas y largas piernas de Brandon Tucker. Y entonces ya estuve totalmente dispuesto y subí mi cabeza hasta la entrepierna de Brandon Tucker cubierta por aquellos boxers negros con borde blanco. Mi nariz olisqueó aquella entrepierna…, aquella tela negra de los calzoncillos boxers de Brandon Tucker. Lo hice para demostrarme a mí mismo que aquel chico prepotente y guaperas, Brandon Tucker, era humano e imperfecto. Y sí, aunque me costó mucho, efectivamente detecté algo de olorcillo a pipí en aquellos boxers de Brandon Tucker. Me sonreí y con las manos un poco temblorosas y observando el rostro inconsciente del pobre Brandon Tucker, le quité bien velozmente esos calzoncillos. Los tiré lejos, sobre la moqueta blanca –eso sí-, y de esta manera, con sus genitales masculinos al aire, ya tuve a Brandon Tucker totalmente desnudo: como su mami lo trajo al mundo.

El pene de Brandon Tucker estaba lacio y algo decantado hacia la derecha. Yo no perdí la oportunidad y me dispuse a observar aquel miembro detenidamente. Por ese motivo agarré con la mano el pene inerte de Brandon Tucker y lo levanté, alejándolo del escroto sobre el que reposaba y también de la mata de vello rubicundo que lo rodeaba. Entonces, una vez palpado bien, abrí la mano y mantuve el pene de Brandon Tucker en mi palma para casi pensar en voz alta sobre lo gratamente sorprendido que estaba. Había escuchado que los chicos con pies grandes tenían también un miembro grande pero aquello era demasiado bonito para ser verdad… A pesar de estar tan lacio, muerto… y, en definitiva, no erecto, el pene de Brandon Tucker se veía tan grande…: desde luego superaba de sobras la media en tamaño y proporciones. Incluso me costaba imaginar como sería aquel largo -y algo grueso- pene de Brandon Tucker en las ocasiones en que estaba en su total plenitud, es decir, erecto y cachondo. ¡Guau, sería un verdadero espectáculo! Pero en fin, no lo podía comprobar… Lo que sí que pude hacer es palpar a continuación el blando escroto de Brandon Tucker con la otra mano, continuando así mis tocamientos de “doctor morboso”. Gracias a ello pude notar los graciosos y vulnerables testículos de Brandon Tucker que se ocultaban bajo aquella bolsa escrotal. Pronto terminé y paré de tocar –dicho vulgarmente- “los huevos” a Brandon Tucker. Sin embargo, en mi otra mano permanecía el enorme pene del inconsciente Brandon Tucker… Y ahora me relamí, posicioné mis dedos pinceando (o agarrando) la base del pene de mi indefenso Brandon Tucker y, al fin, me lo puse en la boca estirándolo bien hacia arriba. Con aquel pedazo de pene de Brandon Tucker en mi boca, disfruté como si fuera un bebé. Me pasé el miembro de Brandon Tucker de un lado al otro de la boca, sabiendo que si tuviera un espejo me vería ahora un moflete y ahora el otro bien hinchado por la presión de lo que me había metido. Mis labios hacían movimientos frenéticos masajeando el pene de Brandon Tucker, cuya “cabeza” estaba casi en mi paladar y acariciaba mis mucosas ensalivadas y mi lengua. Parecía, desde luego, como si yo fuera un niñito de pañales babeando y charrupando desesperadamente su chupete. Fue tan divertido y excitante… Es gracioso que hasta me diera pena nostálgica cuando finalmente me saqué el pene de Brandon Tucker de mi boca para dejarlo de nuevo sobre su escroto y sobre el vello dorado de alrededor.

El colofón estaba a punto de llegar. El pene de Brandon Tucker seguía lacio como en el inicio, sí, pero en aquel instante estaba bien babeado. ¿Se podía considerar ya aquello una violación a Brandon Tucker? Si la respuesta era “no” (lo menos probable), daba igual porque lo que vendría ahora SÍ que lo sería en toda regla. Me apresuré a dar la vuelta a Brandon Tucker como si se tratara de un cochinillo a la parrilla y, de ese modo, tuve de nuevo aquel cuerpazo –desnudo esta vez- boca abajo y dándome la espalda. De hecho, al acabar aquella larga y varonil espalda de Brandon Tucker, empezaba el “contenedor” de mi próxima perversión: su trasero. El culo al descubierto de Brandon Tucker era bien redondito y voluptuosamente “sobresaliente”, considerando que no era para nada un pandero plano. Además, aquel culo de Brandon Tucker estaba bien duro y ejercitado, cosa que pude comprobar al palpar con mis propias manos sus cachetes y darme cuenta de que no estaban fofos. Con uno de mis dedos, le quité a Brandon Tucker un flequito blanco de moqueta que se había despegado y se le había metido por la parte superficial de la raja del culo. A continuación, inspeccioné la herida de la cabeza de Brandon Tucker y supe que ya no había sangre de por medio. Por eso me levanté presuroso y agarré el cuerpo desnudo de Brandon Tucker por los brazos para así arrastrarlo hasta el sofá. Cuando llegué a destino, coloqué la cabeza, el torso y parte de la cintura de Brandon Tucker sobre el asiento del sofá boca abajo: el mismo asiento donde habían estado subidos sus pies descalzos. De esta manera, con soporte suficiente, solo me quedó poner bien de rodillas al inconsciente e indefenso Brandon Tucker y con las piernas separadas. La gracia estaba en que ahora Brandon Tucker tenía su culo en pompa de cara a mí... Aunque, otra vez, me puso caliente el hecho de ver las plantas de los pies desnudos de Brandon Tucker tan arrugadas por aquella pose de “Toy” a punto de ser penetrado. Sí, penetrado…, pero por el momento me agaché, casi arrastrándome, y pegué un lengüetazo en cada planta de los pies descalzos de Brandon Tucker: desde las bolitas que formaban los dedos de esos pies -desde aquella perspectiva- hasta los suaves talones rosados.

Luego ya me puse en posición -también de rodillas y entre sus piernas abiertas- ante el trasero en pompa de Brandon Tucker. De nuevo estaba tan excitado y tembloroso…, porque iba a desvirgar al machote de Brandon Tucker analmente. Primero, quise olfatear el ojete del culo de Brandon Tucker y así lo hice. Pasé mi nariz por la raja del culo de mi víctima Brandon Tucker y esnifé a fondo. Me costó mucho identificar un lejano hedorcillo a caca de tan limpio que Brandon Tucker tenía su culete…, pero lo identifiqué. Y con ello, ya no esperé más y me bajé los pantalones y los calzoncillos. Mi miembro permanecía erecto desde hacía rato, aunque ya había sufrido diversas empalmadas desde que Brandon Tucker se iba quedando sin prendas en mi casa (gracias a mí, claro). No pasó apenas ni un segundo y ya al fin metí el pene por el culo de Brandon Tucker. Si se hubiera despertado…, je, je! Mi pelvis se movió furiosamente delante y detrás, delante y detrás, delante y detrás…, mientras que con mis manos agarraba y retorcía cada uno de los cachetes del culo de Brandon Tucker. Él, Brandon Tucker, seguía inconsciente, ajeno a todo y como tenía que ser. Y yo, muy gustosamente, terminé mi penetración a Brandon Tucker corriéndome dentro de su culo. ¿El resultado? Cuando saqué mi pene húmedo de semen, el ojo del culo de Brandon Tucker, ya no virgen, estaba enrojecido al igual que ambos cachetes a los que yo había pellizcado con tanto frenesí.

Jadeé y me tumbé sobre la moqueta, todavía sintiendo un orgasmo de máximo placer. Acto seguido me subí los calzoncillos y los pantalones, abrochándomelos, y me levanté de la moqueta. Mi mente ya estaba maquinando el siguiente paso cuando cogí en brazos el cuerpo desnudo e inconsciente del violado Brandon Tucker. Lo cogí en brazos como si fuera una novia la noche de su boda o una damisela en apuros. Fue a drede porque seguro que el varonil Brandon Tucker nunca había sido “mimado” o humillado de aquella manera al igual que seguro que nunca había estado en una situación de vulnerabilidad tal ante un pervertido sexual como yo, y todo por haberse querido pasar de listo conmigo aprovechándose de mis conocimientos en InDesign. Me tambaleé porque realmente aquel saco de músculos de Brandon Tucker, que además era más alto que yo, pesaba como el plomo. Y con dificultad, crucé la sala de estar-recibidor y subí las escaleras que llevaban al piso de arriba con Brandon Tucker en porretas y en mis brazos. El tacto del trasero de Brandon Tucker sobre mis manos y la visión de su pene lacio y de sus pies descalzos apuntando con los largos dedos inertes hacia el suelo aminoraban todo el esfuerzo que estaba haciendo para transportarlo, cuando podría habérmelo cargado a mis hombros como si se tratara de un saco de patatas. La cuestión es que no quise hacerlo y no me arrepentí de ello a pesar de las pegas. Y de ese modo, no sin sufrir, llegué al cuarto de baño del piso de arriba y dejé el cuerpo desnudo del inconsciente Brandon Tucker en el frío suelo para así poderme dedicar a abrir y regular los grifos de la bañera.

El agua cayó hasta llenar la mitad de aquella bañera. Entonces, cerré los grifos y comprobé que el agua estuviera bien tibia. Sabía que con lo que me disponía a hacer de forma inminente, Brandon Tucker se podía llegar a despertar…, pero estaba dispuesto a correr ese riesgo. Cogí al pobre Brandon Tucker en pelotas otra vez en brazos y lo metí dentro de la bañera sin miramientos. Brandon Tucker era tan alto y aquella bañera tenía las proporciones tan limitadas que cuando quise estirar sus largas, fuertes y un “pelín” velludas piernas, tuve que dejar sus pies descalzos y parte de sus pantorrillas colgando fuera del borde de la bañera. Mejor…, porque mientras que la mitad del cuerpo de Brandon Tucker -a partir de los pectorales- quedaba hundido en el agua, sus enormes pies desnudos se mantenían bien al alcance de mi vista al estar fuera de esa agua que, por cierto, se había enturbiado ligeramente. Hice una mueca divertida al cotejar que aquella larga jornada de universidad y baloncesto había hecho mella en el cuerpazo ahora desnudo de Brandon Tucker. Pero yo lo lavaría, y con mis propias manos.

Sin manoplas de por medio, me eché jabón en las manos y empecé a refregar por los pectorales, las axilas y los musculosos brazos de Brandon Tucker. Acto seguido, hundí medio brazo y aunque el jabón se desprendía en el agua y no directamente sobre la piel sumergida, acaricié y refregué los abdominales, el pene, el culo (incluida la raja) y el inicio de las piernas de Brandon Tucker. No paré ahí y me llené de nuevo las manos de jabón y esta vez me centré en refregar el bonito rostro y la cabeza de Brandon Tucker, a pesar de la herida que había en esta última. Mi objetivo en la cabeza de Brandon Tucker era muy simple: despeinarlo por completo. Y lo logré. Gracias a mi insistencia con ambas manos, el cabello rubio de Brandon Tucker quedó aplastado y ya no de punta, y además con un tacto mucho más suave al yo disolver con el jabón líquido los restos de gomina o fijador. Brandon Tucker era mi “Toy”, mi jueguete…, y me encantó acabar con su peinado punki-sofisticado y desenfadado, robándole más -si cabe- los signos de su personalidad y autonomía. Aunque hay algo que me encantó todavía más… Fue cuando refregué, a continuación, con mis manos enjabonadas los pies descalzos de Brandon Tucker y noté cómo algunos pellejos de las zonas abombadas de las plantas de esos pies se reblandecían tanto que terminaban desprendidos en mis yemas. Y así, finalmente y masticando pellejitos mojados de las plantas de los pies desnudos de Brandon Tucker, cogí el mango de ducha y dejé salir el agua templada de él. Con ello, enjuagué la cabeza, la cara, los pectorales, las axilas y los brazos de Brandon Tucker: todas aquellas partes enjabonadas de su cuerpo desnudo y que habían permanecido fuera del agua. Lo mismo hice con los pies descalzos de Brandon Tucker: enjuagarlos detenidamente con el mango de ducha para quitarles todo el jabón de encima, aunque de esa manera empapé parte del suelo del cuarto de baño.

Diez minutos más tarde, entré en el dormitorio de mis padres con el cuerpo desnudo –pero ya seco- de Brandon Tucker en mis brazos. Lo eché sobre la cama de matrimonio de mis padres y fui a buscar una cámara de fotos y un trípode. Y una vez colocada la instalación fotográfica delante de la cama, me tumbé al lado del cuerpo en porretas de Brandon Tucker y le puse sus propias gafas de sol, que guardaba en mi bolsillo. De esa forma, Brandon Tucker parecía que estuviera consciente y en plenas facultades, aunque en realidad siguiera inconsciente. ¿Y cuál fue la finalidad de todo aquel montaje? Pues besar los labios y agarrar el pene inerte de Brandon Tucker mientras que la cámara de fotos, sobre el trípode y en el modo automático, nos iba retratando para el recuerdo. Sería una buena forma de chantaje para cuando Brandon Tucker se despertara desnudo en aquella cama de matrimonio…

¡Pies descalzos en mi casa..., Brandon! (Primera parte)

Brandon Tucker era un chico alto, fornido, atractivo, con el cabello corto y rubio engominado a la moda de modo que los pelos los tenía peinados de punta por la parte de arriba de la cabeza. Aquel día vestía una camiseta azul fuerte de manga corta (de manera que dejaba entrever de forma presuntuosa unos bíceps bien modelados) ajustada al torso plano y musculoso (con las típicas tabletas de deportista clareándose bajo la tela), unos pantalones largos y un poco anchos de color salmón tipo tejanos y calzaba unas zapatillas de deporte blancas Adidas, y con detalles rojos, y calcetines grises. Cuando sonreía, los labios voluptuosos de Brandon Tucker se expandían y dejaban entrever unos dientes extraordinariamente blancos y seductores y sus mejillas también se expandían hacia fuera con la excepción de un pequeño hoyuelo que se contraía graciosamente hacia dentro y de forma atractiva. Sus ojos eran de un azul intenso y ahora los podía ver de cerca mientras me estaba hablando:

-Eh, oye, ya sé que tú y yo no hemos hablado mucho. Me llamo Brandon, por si no lo sabías. Te quiero pedir un favor y si lo crees conveniente, te pagaré, tío. No hay problema.

-¿De…, qué se trata?- le pregunté con el corazón a cien, muy nervioso de que aquel adonis se dignase a hablarme.

Brandon Tucker, entonces, sonrió, como para escudar que estaba en posición de inferioridad pidiéndome un favor. Su hoyuelo se había contraído hacia dentro y al fin podía ver desde primera fila sus dientes blancos y perfectos.

-Verás…, es que estos dos últimos viernes he faltado a clase de diseño y he quedado un poco perdido con el InDesign. Y como tenemos que presentar las páginas de la revista de aquí a tres semanas… Pues bien, me preguntaba si podríamos quedar en las aulas de informática esta tarde y así me das una pequeña clase, para refrescar y aprender aquello que me he perdido- acabó de explicarme finalmente Brandon Tucker.

Era el momento esperado. No me lo podía creer y tenía que aprovechar. Aquel chico tan masculino y seductor con las chicas me estaba pidiendo un favor y…, miré entonces a sus pies, calzados con aquellas zapatillas de deporte Adidas, blancas y con detalles rojos, cruzados y moviéndose de vez en cuando nerviosos –ahora uno y ahora el otro- esperando mi respuesta. Por este cruce de piernas y pies, con el cuerpo derecho, le podía entrever a Brandon Tucker los calcetines grises que le cubrían los tobillos… Ya no lo aguantaba, le tenía que ver aquellos pies masculinos y grandes sin nada, totalmente descalzos.

-¿Qué me dices?- insistió Brandon Tucker viendo que me había quedado totalmente en silencio –Oye, si no te parece bien me lo dices y ya buscaré a otro que me ayude. Es que tengo prisa y he quedado con Giselle, mi chica.

Ya había sacado su actitud de prepotencia aquel Brandon Tucker. Yo sabía que si no había asistido a clase los viernes por la mañana era porque, con su pandilla, había ido a bailar a la discoteca Heaven, hasta la madrugada. Así cualquiera se levanta… Pero bien, no era cuestión de recriminarle nada. No me convenía. Tenía que calmarle su vena prepotente y chulesca, tenerlo bien confiado.

-Por mí de acuerdo… No te cobraría nada… Pero es que esta tarde no estaré en la uni. Tengo que estar en casa porque mis padres no están y esperan al fontanero para que nos arregle la ducha- contesté haciendo cara de lástima e iniciando de esta manera la primera parte de mi plan.

Los ojos de Brandon Tucker miraron al suelo, pero no a sus grandes pies calzados deportivamente, sino al duro e inerte suelo. Se le veía decepcionado, tal y como quería.

-Ah, bien… Si no puede ser… Buscaré a otra persona, mis colegas sabrán decirme quién me puede ayudar. Es que necesito avanzar con las maquetas de la revista- explicó el joven y atractivo Brandon Tucker cuando reaccionó a mi contestación, con una media sonrisa que quería ocultar la decepción por el contratiempo.

Era el momento…, y propuse:

-¿Sabes? Tengo el InDesign en casa, grabado en el ordenador. Si tanta falta te hace podrías venir y allí te enseño.

Brandon Tucker volvía a sonreír ampliamente. No se podía ni imaginar mis intenciones ocultas. Estaba cayendo en la trampa y sin ninguna pausa exclamó:

-¡Perfecto, tío! Dame la dirección y allí estaré. Llevaré unos cds con las páginas de las maquetas guardadas. Casi no he hecho nada, pero será para aprovechar bien el tiempo y avanzar trabajo.

-Me parece buena idea- mentí, detectando que Brandon Tucker tenía la intención de que yo, de paso, le avanzase la faena además de enseñarle a hacerla.

-Hay una cuestión...- comentó de pronto Brandon Tucker, rascándose levemente la oreja derecha con la mano –Hasta las 6 de la tarde no podré ir porque he quedado con mis colegas para jugar un partidillo de básquet. Te diría que vinieras, pero si dices que tienes que esperar al fontanero…

-Sí, claro. Pero no te preocupes, Brandon. A las 6 me parece una buena hora para que vengas- di coba a Brandon Tucker con tal de que así estuviera tranquilo y se confiara.

Los ojos azules de Brandon Tucker se habían iluminado. Él creía que controlaba la situación y que había conseguido sacar provecho de mí. Pero no, era yo quien quería sacar provecho de él…

-¡Tío, me has salvado la vida!- exclamó entonces Brandon Tucker, tan eufórico y contento que puso una de sus fornidas, masculinas y bronceadas manos encima de mi hombro, como muestra de confianza y buen rollo. Yo sabía, en cambio, que si no existiera una necesidad, el chico nunca habría hablado conmigo ni se habría acercado: él, Brandon Tucker, solo salía con gente guay y deportista. Tenía una reputación…


Ya le había dado la dirección y ahora era el momento de pensar en los siguientes pasos de mi plan. Un chico tan atractivo, tan musculoso, tan deportista y popular, tan solicitado y extrovertido con las chicas como era Brandon Tucker… Y además su soberbia: era un gallito pijo que se creía que lo podía conseguir todo… Y ahora era yo el que quería algo de él: disimulando y sin que conociera mis inclinaciones sexuales ni mucho menos mi fetichismo por los pies de chicos. Tenía que pensar muy bien, sí, pensar la manera de hacer que Brandon Tucker se viera obligado a descalzarse en mi casa. Y lo conseguiría, claro, aunque me tuviera que pasar las horas pensando en cómo hacerlo.

Por suerte, no me costó tanto rato como creía. Encontré un plan, sí, pero he de reconocer que era arriesgado y que tanto podía salir bien como mal: ¿Por qué un joven como Brandon Tucker, atractivo, deportista, con el cuerpo bien cuidado, perfumado y cubierto a conciencia para ir a la última moda y ocultar sus imperfecciones humanas, querría quitarse las zapatillas de deporte y quedarse descalzo? ¿Y el paso siguiente…, los calcetines…, lo haría?

Aquella tarde, hacia las 16.30 horas, salí de mi casa a buscar el material que me hacía falta. Además, había escuchado a Brandon Tucker hablar con un amigo y sabía dónde estaba jugando a baloncesto. Con el paquete que había comprado bajo el brazo, me acerqué después, en secreto y disimuladamente, a la pista de baloncesto. Allí estaba Brandon Tucker, sonriendo y llevando la misma ropa de la mañana y el mismo calzado –para mi suerte-, jugando a baloncesto contra un colega mientras que su pandilla, incluida su chica Giselle, miraba. Se ve que los dos gallitos de corral, Brandon Tucker y su amigo, habían hecho una apuesta: quien ganase al otro tendría que invitar a toda la pandilla a chupitos, la semana siguiente cuando fueran el jueves de discoteca. Brandon Tucker le iba refregando todo el rato a gritos, con una media sonrisa, a su colega que él sería quien ganaría.

-Ya verás la paliza que te daré, Chad. Soy el mejor y besarás el suelo. Después, te tendrás que poner los bolsillos del revés para los chupitos- iba haciendo guerra psicológica Brandon Tucker mientras botaba la pelota y se desplazaba por la pista habilidosamente con sus pies calzados con las zapatillas de deporte Adidas blancas y con detalles rojos, y con los calcetines grises.

Chad, ciertamente, no podía contra Brandon Tucker. El joven Brandon Tucker era más rápido y yo estaba disfrutando viéndolo correr y sudando, acertando a canasta una vez y otra, y esquivando todo el rato a su contrincante. Había momentos de tiempo muerto o de descanso. En uno de ellos, Brandon Tucker se acercó corriendo y haciéndose el chulo a su novia Giselle. Entonces, le acarició la cara y después la besó en los labios de manera apasionada. Le había metido la lengua, y por este motivo, cuando el joven Brandon Tucker volvió al centro de la pista, lo hizo masticando el chicle de fresa que instantes antes saboreaba Giselle. Le había sacado el chicle a su chica.

Finalmente, el partido de básquet lo ganó Brandon Tucker, tal y como yo ya había deducido desde un principio. Brandon Tucker era un triunfador, pero yo también tenía que triunfar aquella tarde, y ya faltaba menos. Tenía que darme prisa en irme pero antes, fui testigo de cómo el contrincante de Brandon Tucker tiraba al suelo el pañuelo pirata que llevaba en la cabeza, con furia. Y en aquel instante, con una prepotencia y una agilidad sorprendente, Brandon Tucker –haciéndose el macho dominante- saltó por encima de la espalda del vencido en el momento en que éste se agachaba para recoger de nuevo su pañuelo. Brandon Tucker hizo el salto al potro, abriendo las piernas, y yo, desde la posición en que me encontraba, pude ver bien lo larga y grande que era la suela de la zapatilla de deporte derecha de aquel irresistible Brandon Tucker, la Adidas blanca y con detalles rojos. ¿Qué número de pie hacía Brandon Tucker…, un 46? ¿Un 47? ¡Oh, no podía estarme allí más! Tenía que regresar a casa y prepararlo todo.


El plan consistía en colocar una larga moqueta por la sala de estar-recibidor. Sería un regalo sorpresa para mis padres, pero también me daría a mí un gran regalo, o eso es lo que esperaba. La moqueta era de aquellas peludas y suaves, de color blanco. Una vez colocada, también instalé el ordenador en la sala de estar-recibidor, como si toda la vida hubiese estado allí y no en mi habitación. Así no habría excusa si Brandon Tucker quería quedarse en aquella sala aprendiendo a hacer servir el InDesign. Y ahora, con la moqueta blanca cubriendo toda la sala de estar-recibidor, y lo que me costó mover los sofás…, solo era cuestión de esperar.

Salí al balcón del piso de arriba porque quería ver su llegada, con los pies bien calzados y protegidos de mis perversiones. Y cuando pasaban diez minutos de las 6 de la tarde, ¡plas!, el Mazda MX-5 Escape conducido a gran velocidad por Brandon Tucker irrumpió por la calle. Desde donde yo estaba podía ver a Brandon Tucker con gafas de sol, girando el volante ágilmente y con gracia para aparcar. Lo hacía rápido y con mucha habilidad. También, me fijé en que Brandon Tucker estaba masticando chicle: no sabía si era el que le había quitado a Giselle u otro… Pero ya lo vería, ahora sabía por donde debía empezar y él, Brandon Tucker, me tendría que obedecer. De hecho, Brandon Tucker ya había ejercido de macho dominante demasiado tiempo durante aquel día… Y si se creía que se desprendería de ciertas piezas de su vestimenta en su casa, por la noche, en la intimidad, estaba muy equivocado. Cada vez yo estaba más seguro de eso.

El instante en que Brandon Tucker salió de su lujoso, deportivo y nuevo Mazda fue como el preámbulo de un sueño. Era perfecto: llevaba la misma camiseta de manga corta de color azul fuerte, los mismos pantalones largos tipo tejanos de tonalidad salmón y, sobre todo, las mismas zapatillas de deporte marca Adidas y los mismos calcetines grises. Aquel campeón de Brandon Tucker había llevado todo aquel conjunto durante las clases de la mañana en la universidad, durante el memorable partido de baloncesto y ahora se disponía a llevarlo en mi casa, claro. Pero en mi casa había unas normas…, inventadas por mi mismo. Ya había visto levemente de nuevo los calcetines grises de Brandon Tucker cuando puso una pierna y después la otra fuera del vehículo. Entonces, los pantalones le habían subido un poco por los tobillos durante unos segundos. Yo ya creía que el momento de la verdad se acercaba…, hasta que cuando Brandon Tucker estaba cerrando las cuatro puertas eléctricas de su coche con el mando, una chica pasó por su lado y lo reconoció. El macho Brandon Tucker, entonces, no perdió la oportunidad de besarla en las mejillas, de sonreírle encantadoramente y de darle conversación. Los dos se conocían y estuvieron hablando divertidos durante unos largos cinco minutos. Brandon Tucker reía y reía, de vez en cuando palpaba con afecto a la chica y cuando el asunto del que hablaban era más que divertido, hacía dos o tres pasos hacia atrás para reír más, con estridencia, con sus pies calzados con aquellas zapatillas de deporte Adidas y los calcetines grises. Yo ya estaba padeciendo, muriéndome de ganas de que la conversación acabara. Delante de la chica, Brandon Tucker hacía de vez en cuando malabares con el mando del coche, haciéndolo volar en el aire para cogerlo después habilidosamente con la mano. También, hubo un momento en que se quitó las gafas de sol de los ojos, probablemente para seducir a la chica con sus bonitos y sensuales ojos azules. Todo esto menos dejar de hablar con ella, hasta que pasaron los cinco minutos eternos. Y ya era hora… Una vez despedidos con dos besos más, Brandon Tucker se encaminó con chulería hacia la puerta de mi casa, con toda la vanidad que le había aportado aquel encuentro previo y masticando el chicle. “Prepárate”, pensé a cada paso que hacía en dirección a su destino, a la vez que miraba fijamente a aquellos pies grandes calzados deportivamente con las zapatillas Adidas y los calcetines grises. Y de hecho, yo también llevaba zapatillas, pero no zapatillas de deporte como Brandon Tucker sino zapatillas de ropa, de estar por casa. Aquello formaba parte de mi plan, claro que sí.

De pronto, el timbre de mi casa sonó y mi corazón se puso a cien. Me di prisa en bajar las escaleras, como un desesperado. Por poco tropiezo y caigo con la moqueta que tanto me tendría que ayudar… Era el momento…, me tranquilicé un poco y abrí la puerta con naturalidad. Allí estaba Brandon Tucker, con los brazos cruzados y mirándome con aquellos ojos azules al descubierto, y mascando el chicle.

-¡Hola, pensaba que ya no abrías!- me saludó entonces Brandon Tucker con una actitud más que chulesca, mientras sonreía y hacía un gesto con la pierna para pasar.

El decidido Brandon Tucker se había autoinvitado y ya pisaba parte de la moqueta con aquellas zapatillas de deporte Adidas blancas y con detalles rojos, y con los calcetines ocultos debajo.

-Traigo los cds. ¡Así ya podemos empezar, tío!- prosiguió Brandon Tucker pisando ya de pleno la moqueta con el calzado puesto.

-¡No, espera! ¿Qué haces?- dije en el momento esperado, el inicio de la hora de la verdad.

-¿Qué pasa?- me preguntó Brandon Tucker extrañado y girándose hacia mí con cara de póquer.

Ahora comprobaría la sumisión en privado de Brandon Tucker, cuando se encontraba en casa de otros.

-Mira, Brandon. Me sabe mal decírtelo pero en mi casa tenemos unas normas muy estrictas; con nosotros mismos y con los invitados también…

Brandon Tucker había abierto sus ojos azules como platos y había levantado un poco las cejas rubias con cara de sorpresa, pero sin dejar de masticar el chicle.

-¿De qué estás hablando, tío? ¿Sois de la cábala o una cosa así?- reaccionó al fin con palabras Brandon Tucker, articulando una media sonrisa.

-El chicle- dije para empezar –Lo tendrías que tirar fuera. En casa mis padres me prohíben mascar chicle, a mí y a todo el mundo.

-¿Y tú te dejas mangonear por estas gilipolleces de tus padres?- rió Brandon Tucker haciendo otro paso hacia delante y dándome la espalda.

Entonces, tuve que insistir, llamando su atención haciéndole un toquecito con la mano en su fornida espalda.

-Por favor, ve a fuera y tira el chicle- lo miré con cara seria cuando se me giró.

Brandon Tucker dudó unos segundos, mirándome, pero después observé como desviaba la vista hacia el ordenador. A continuación, el joven Brandon Tucker dio una última masticada al chicle y accedió:

-Está bien, si insistes…

-Sí, y a fuera, por favor- señalé al exterior de la casa.

Brandon Tucker pasó por mi lado mientras yo le contemplaba los pantalones y más debajo: sus zapatillas de deporte Adidas y lo poco que se podía percibir de los calcetines grises con el movimiento. Esperé mientras Brandon Tucker estaba fuera, en el jardín… Quién sabe donde tiró el chicle. La cuestión es que el adonis Brandon Tucker inició el regreso palpándose el bolsillo inferior de los pantalones. Ahí debería llevar los cds. Ya no mascaba el chicle. Yo estaba encantado con el resultado de la primera orden, aunque me había costado más de lo que me había imaginado. Aquel joven y prepotente Brandon Tucker estaba acostumbrado a mandar, a ir de guays y a hacerse el chico independiente. Yo le enseñaría…

Brandon Tucker, entonces, volvió a entrar rápidamente en mi casa con sus pies calzados, como no, con las zapatillas de deporte Adidas blancas y con detalles rojos y con los calcetines grises. No sabía lo que le esperaba. El joven Brandon Tucker hizo medio paso más, yendo directo hacia el ordenador. De nuevo tuve que hablar y ahora sí que era el momento clave:

-Oye, siento decirte que esto no ha acabado. Hay más normas y no quiero problemas con mis padres…

Brandon Tucker se volvió a girar hacia mí con sus labios voluptuosos medio abiertos. Acto seguido habló con tono de fastidio:

-Eh, oye, tus padres no están. ¿Y si tiramos ya y dejamos estas posibles normas…?

-No, no puede ser- dije, ahora sí que clavando la vista sin miedo en los pies de Brandon Tucker, calzados con aquellas amplias zapatillas de deporte Adidas blancas y con detalles rojos.

El joven Brandon Tucker iba moviendo ligeramente el pie derecho, impaciente e incómodo por aquello que estaba viviendo, sin darse cuenta todavía de mis propósitos aunque yo mantenía la mirada fija en sus pies.

-Mira, Brandon- proseguí disfrutando de aquel momento a pesar de que también tenía una sensación de nerviosismo en el estómago –Esta moqueta es nueva y mis padres me matarán si se ensucia. No entramos nunca en casa con los zapatos de calle…

-¿Y qué...? Tus padres no están aquí y no creo que pretendas que yo me quite las bambas…- exclamó más cortante que nunca Brandon Tucker haciendo un gesto para tirar hacia delante, al ordenador.

Paré a Brandon Tucker con la mano.

-¿Qué quieres ahora?- me rugió, algo que me hizo pensar que la cosa iba de bien a peor.

-Por favor, Brandon. Mis padres volverán a casa en cualquier momento y como ves tienen que pasar por esta sala. Yo no llevo zapatos de calle pero tú sí… Por favor, Brandon, quítate las zapatillas de deporte y déjalas aquí en la entrada.

-Eres un tío muy raro. ¿Esto es una broma o qué?- preguntó acto seguido Brandon Tucker, mirándome fijamente sin titubear, con el objetivo de descubrir ni que fuera un intento de carcajada por mi parte.

Yo desvié la mirada de nuevo hacia los pies de Brandon Tucker, haciendo un gesto con la cabeza refiriéndome a las Adidas.

-Brandon, quítate las zapatillas de deporte. Insisto, por favor, si no se nos hará aquí la tarde. ¡Venga, descálzate!

Brandon Tucker me continuaba contemplando con una actitud entre la incredulidad y la mala gana. Pero para mi grata sorpresa hizo un gesto con su fornido brazo hacia abajo, como si se quisiera llegar a los pies.

-Dile a tus padres que la norma ésta es una tontería. Yo he estado jugando a baloncesto y me parece que es peor si me descalzo aquí. Ya sabes, por el peste a pies sudados. Pero en fin…- acabó diciendo Brandon Tucker: aquello era sin duda un triunfo para mí.

Brandon Tucker había levantado ligeramente una pierna a medida que abajaba el brazo. Era el momento…, mi miembro se estaba irguiendo… Brandon Tucker empezó a quitarse la zapatilla de deporte Adidas derecha sin ni siquiera desatársela. Aquello era un sueño, el pie enorme de Brandon Tucker saliendo de la zapatilla de deporte blanca y con detalles rojos, primero el talón y después aquel puente y la punta de los dedos…, entreviéndose la forma entre la tela del calcetín gris. Entonces, no lo pude aguantar. Había un plan…, pero…, ¡a la mierda! Aquello me estaba resultando demasiado complicado y estaba harto. Brandon Tucker era más alto que yo y más fuerte, pero no me importaba. Lo empujé por sorpresa al sofá.

-¿¿Pero…, qué haces??- exclamó Brandon Tucker con sus ojos azules prácticamente saliéndosele de las órbitas.

-Lo siento- dije haciéndome el educado –Pero estás tardando demasiado, Brandon, a descalzarte.

Aproveché el factor sorpresa. Todo aquello seguro que Brandon Tucker no se lo esperaba. Mientras yo pronunciaba aquella frase, mis manos le quitaban del pie la otra zapatilla de deporte a Brandon Tucker. Tal y como tenía colocadas las piernas, podía ver perfectamente la forma de las plantas de los pies de Brandon Tucker, protegidas todavía por los calcetines grises, sudados. Brandon Tucker tenía unos pies largos, pero a la vez algo anchos –al fin y al cabo era un hombre, y musculoso- con unos dedos largos y amplios que se entremarcaban bajo los calcetines grises: sobre todo los dedos gordos de ambos pies… y lo acababa de descubrir entonces… Yo sabía que no podría mantener mucho rato más quieto a Brandon Tucker, pero el factor sorpresa todavía estaba vigente y…

-¡¡Vamos, Brandon Tucker, en mi casa los calcetines también fuera!!- y exclamando esto, de una revolada tuve un verdadero tesoro.

Brandon Tucker empezaba a dar patadas furioso cuando le agarré los tobillos y le quité los calcetines grises, el uno detrás del otro.

-¿Qué significa esto? ¡¡¡Marica de mierda!!! ¿¿¿QUÉ ESTÁS HACIENDO???- se comenzaba a dar cuenta Brandon Tucker de la situación.

Mis ojos ya habían visto el objeto deseado, aunque fuera durante unos segundos (de momento): Brandon Tucker con los pies descalzos. Aquellos pies desnudos de Brandon Tucker, sin zapatillas de deporte ni calcetines, olían, sí, oooh… Pero sobre todo, los pies descalzos de Brandon Tucker eran enormes y bonitos: conservaban la tonalidad bronceada de todo el cuerpo en general que lucía el chico, pero eran más pálidos, claro, por el tiempo que se mantenían escondidos. Además, las plantas de los pies de Brandon Tucker, lo más visible para mí en aquel momento, eran casi perfectas, sin casi pellejos colgando, aunque se empezaban a formar algunos prácticamente a la altura del inicio de los dedos, que se comenzaban a mover nerviosos. Brandon Tucker estaba empezando a cambiar la piel, al parecer, de las plantas de los pies, ¡je, je! ¡Y qué color más rosado que tenían las plantas de los pies, tan suaves, de Brandon Tucker! Puse un dedo de mi mano para tocar la planta blanda del pie derecho, suave a pesar de los incipientes pellejos, y le dije riendo:

-¡Tienes un pizquito de hilo de calcetín en la planta de este pie, Brandon!

Se lo quité, a pesar de que me parece que era un trozo de los pellejitos que se le estaban formando en la planta desnuda de aquel pie derecho al joven Brandon Tucker. Me lo metí en la boca, aquella especie de pellejito, y entonces Brandon Tucker consiguió librarse del todo de mis manos y pudo mover los pies desnudos para subirlos encima del sofá, permitiéndome así ver la parte superior de esos pies. Brandon Tucker verdaderamente tenía unos dedos de los pies largos, bien formados, y a la vez con cierto grosor, y tenía unas venas muy marcadas, haciendo así de estos pies algo poderoso y típicamente masculino, igual que los cuatro pelos rubios de encima de cada dedo del pie; y sobre todo, Brandon Tucker tenía unas uñas de los pies cortas –y cortadas de forma cuadrada para que no se le clavaran en la carne, según observé (chico listo)- y bien cuidadas, bien resplandecientes en su color natural. Brandon Tucker, además, tenía una pequeña peca muy característica en la parte superior, y al centro, del pie izquierdo. Pero vasta…, porque Brandon Tucker se había levantado encima del sofá, derecho, para después poner un pie descalzo en el suelo, con una oscura intención mientras su cara enrojecía de furia, odio e incredulidad. Sin duda, Brandon Tucker me quería atacar y por eso gritó:

-¡¡Ahora verás, marica de mierda!! ¡¡Pagarás por esto, te daré una paliza y te acordarás toda la vida!!

Brandon Tucker levantó el puño y contemplé como estaba muy sexy allí, derecho, ya con los dos pies descalzos pisando el suelo enmoquetado y con los dedos de esos pies largos y varoniles medio saliendo por debajo de los pantalones, demasiado grandes sin las zapatillas de deporte Adidas. Realmente yo me sentía amenazado por Brandon Tucker y disimuladamente cogí un trofeo muy pesado de mi padre, de jugar a billar, su gran afición.

-¿¿Qué te ha pasado por la cabeza para verte con el derecho de quitarme las zapatillas de deporte y los calcetines?? Esto no es cosa de tus padres, noo… No me puedo ni creer que me esté pasando esto… Te he visto cómo me miras los pies descalzos, marica asqueroso…, ¡¡¡y lo que has hecho con esos pellejos que me has arrancado, puto friky…!!!- pronunció Brandon Tucker estas palabras mientras ya dirigía su poderoso puño hacia mi cara, con la boca medio abierta y con sus dientes blancos bien apretados, casi rechinando de la rabia.

Me dejé pegar, porque quería tener un recuerdo. Pero luego me medio levanté dolorido y todavía escondiendo mi arma. Brandon Tucker se acercó para pegarme otra vez y supe que mi cuerpo no aguantaría y que era ahora o nunca. Miré a sus enfurecidos ojos azules, a su bonita cara constreñida de rabia y…¡pum! Me acabé de levantar del todo del suelo dándole con mi cabeza en su barbilla. Entonces, Brandon Tucker dio unos pasos atrás sorprendido, contrayendo a la vez los dedos de sus pies descalzos y haciendo que sus uñas tocasen de pleno la moqueta blanca. Acto seguido, dejé al descubierto el enorme trofeo y con él le propiné a Brandon Tucker un golpe brutal en la cabeza…, bien encima de la cabeza para no desfigurarle su bella cara. La sangre empezaba a salir cuando ya Brandon Tucker había caído ante mí de rodillas, durante unas milésimas de segundo, para después dejar que su cuerpo entero se precipitara y cayera de bruces sobre la moqueta. Los ojos azules de Brandon Tucker me miraron antes de que quedaran en blanco en un principio y después se cerrasen gracias a la presión de los párpados. De aquella manera, Brandon Tucker quedó tumbado panza abajo. Ahora, Brandon Tucker era mío, sus pies descalzos eran míos, sus zapatillas de deporte Adidas blancas y con detalles rojos –del número 47, tal y como comprobé por fin- eran mías y sus calcetines grises también eran míos. Los cds de Brandon Tucker, por descontado, eran míos… y ya no los haría servir porque me ocupé de romperlos.

No me lo podía creer, el cuerpo inconsciente de Brandon Tucker estaba tumbado allí, sobre la moqueta blanca de mi sala de estar-recibidor. La sangre que le caía por la cabeza, entre su pelo rubio de punta, comenzaba a manchar aquello que ya no sería un regalo para mis padres: lo tendría que tirar.

Pero no perdí más el tiempo con lamentos. Recogí las zapatillas de deporte Adidas blancas y con detalles rojos y los calcetines grises de Brandon Tucker y lo esnifé todo, oliendo a fondo el peste a pies. Aquello era la gloria. A continuación me dirigí al cuerpo de Brandon Tucker y me agaché: seguía sin creérmelo, ahora sus enormes pies descalzos eran míos y solo míos. De nadie más, ni de Giselle, que seguro que nunca los había tenido tan cerca como yo los tenía ahora. Porque sí, al agacharme me arrastré hasta tocar con mi nariz las plantas de los pies descalzos de Brandon Tucker, blandas, malolientes de sudor y más arrugadas que nunca por la forma como él, Brandon Tucker, el que parecía invencible, había caído al suelo, ¡y de bruces! Aquel olor a pies sudados era embriagador y no podía dejar de esnifarle las plantas de los pies al indefenso Brandon Tucker, sin conciencia. Entonces, con las manos, le levanté a Brandon Tucker primero el pie derecho desnudo y después el pie izquierdo desnudo, luego el derecho otra vez, el izquierdo otra vez…, dando en esos instantes un paso más…, o dos. Me tocó probar…, y por lo tanto, pasé mi lengua por las plantas de los pies descalzos de Brandon Tucker, saboreando la salinidad de su piel blandita y rosada. Después me puse los dedos gordos de los pies descalzos de Brandon Tucker en la boca, lavándolos bien con la lengua y rascándoles los contornos cuadrados de las uñas. De esta manera, mi lengua mojada disfrutó también de cosquillas, a costa de los pies desnudos de Brandon Tucker, el chico chulo y atractivo que le fue a pedir ayuda a un casi desconocido para aprovecharse de él…

CONTINUARÁ...

Feethausen: chicos guapos, esconded vuestros pies

Aquel currículum vitae me dejó totalmente excitado. Tenía que conocer a Jason Farrell personalmente. Y mucho más… Mi padre me explicó que ya había seleccionado a aquel chico de veinte años para trabajar en la casa encantada que regentamos en el parque de atracciones de la ciudad. Así que miré una vez más aquel currículum, aquella foto, aquella cara varonil, aquellos labios carnosos, aquellos ojos un poco rasgados (sin ser asiático) de machote pasota y rudo… y busqué el número de teléfono que había dejado: un móvil. Lo llamé y él, Jason Farrell, con una voz muy masculina y a la vez joven, me explicó que ya había incluso firmado el contrato laboral con mi padre. Entonces, yo le dije que nos hacía falta una persona aquella misma tarde-noche y quedé con él. El macho de Jason ni siquiera vaciló en aceptar mi ofrecimiento repentino.

Jason Farrell llegó a las siete de la tarde. Yo estaba firmando unos documentos en el despacho de la casa encantada cuando llamaron, golpeando de forma contundente, a la puerta. Invité a pasar a quién fuera y era él. ¡Qué alto que era! Jason Farrell medía al menos un metro ochenta de estatura, con espaldas anchas, piernas bien proporcionadas en todos los sentidos, un torso largo y a la vez musculado bajo la ropa (por lo que pude deducir) y unos bíceps bien modelados que sí que se le veían. Además de tener unos labios voluptuosos, una barbilla ancha y varonil y una forma algo rasgada en los ojos, Jason Farrell tenía el pelo castaño, liso aunque algo ondulado por el flequillo y por las puntas que le sobresalían hasta mitad del cuello, en unas greñas bastante cortas pero con el mismo aire desenfadado y pasota que emanaba de todo él. En cuanto al color de los ojos de Jason, éstos eran marrones como su pelo, su nariz era de dimensiones proporcionadas a pesar de que las aletas tendían a expandirse en un poco de anchura, y en sus mejillas se entreveían unos pómulos lo suficientemente marcados para contribuir en la masculinidad de su cara pero sin hacerla nada esquelética, eso sí. Yo estaba abstraído mientras Jason Farrell se encontraba allí parado, en el rellano de la puerta y me decía sin mostrar mucho entusiasmo en su rostro:

-¿Qué hay? ¿Eres el hijo del señor Smith, no? Soy Jason Farrell, hemos hablado por teléfono antes.

Jason Farrell me tendió la mano. Con la otra, bajo el brazo, sujetaba un monopatín de color predominantemente azul, pero también con pegatinas y detalles negros, amarillos y rojos. Al encajar mi mano con la del skater Jason Farrell, comprobé que ésta era algo áspera, ruda. Se notaba que el joven Jason era un currante, alguien que había trabajado con las manos, sin usar mucho el cerebro. En cuanto a la manera en que iba vestido, eso fue en lo siguiente que me fijé muy detenidamente. Jason Farrell vestía una camiseta verde de manga corta con unas letras blancas impresas en la parte delantera que formaban la palabra “Last Coast”. Una medalla-colgante que imitaba el oro le daba a Jason Farrell un aire cool y chulesco, al igual que el hecho de que la camiseta verde le colgara tapando la cintura por detrás y por delante se le arremangara de forma discreta para dejar entrever la hebilla del cinturón. A continuación, Jason Farrell llevaba unos tejanos azul oscuro-casi negro, un poco bajados –a la moda- a pesar del cinturón, de modo que dejaba una anchura considerable de tela en su entrepierna (típico de los skaters, aunque la gente más mayor y carca diría que ‘parece que va cagado’). Me relamí disimuladamente al pasar a observar sus pies: Jason Farrell calzaba unas zapatillas de deporte Vans de color blanco y con detalles en azul oscuro y naranja. Los calcetines no se le veían, claro, al estar bajo los largos pantalones tejanos que le tapaban del todo los tobillos. Mi miembro subía y subía bajo mi ropa al observar lo grandes que parecían los pies de Jason Farrell, calzados en esas zapatillas de deporte Vans blancas y con detalles en azul y naranja, e imaginando que probablemente también esos pies serían enormes descalzos.

-¡Ey, estás en la parra! ¿Eres el hijo del señor Smith, verdad?- me volvió a repetir Jason Farrell, que ya había acabado de encajar su mano con la mía y ahora la apartaba mirándome divertido, por primera vez sonriendo.

¡Y qué sonrisa! Jason Farrell tenía unos dientes preciosos, blancos y bien alineados, de proporciones harmónicamente bellas. Yo tuve que reaccionar. Me di cuenta de que aparte de encajar la mano con la de Jason, no había hecho nada más, solo mirar…, y aquello me podía delatar. Así que enseguida, mirando a Jason Farrell directamente a sus profundos ojos marrones, le puse una mano encima de sus espaldas –por detrás- y lo empujé con confianza hacia la silla que había delante de mi mesa exponiéndole:

-Perdona, perdona. Sí, soy yo. Adelante, siéntate un rato, Jason.

Jason Farrell me hizo caso y se sentó. Yo me senté delante de él, al otro lado de la mesa. Jason había dejado el monopatín en el suelo, al lado de sus pies calzados en las zapatillas de deporte Vans. Empecé a hablarle con una sonrisa:

-Bien, Jason. Parece que te he interrumpido haciendo deporte con el monopatín. Disculpa, pero es que necesitamos a alguien para ocupar un puesto esta tarde. Es una substitución.

-No, no te preocupes. Me da igual empezar hoy mismo- empezó a decirme Jason Farrell con seguridad –Es más, mejor, porque necesito la pasta. ¿Me pagaréis estas horas, no?

Reí más bien ante el clima de confianza y amiguismo que se estaba creando entre Jason y yo. Le contesté:

-Sí, sí, claro. Aquí, por supuesto…, ¡pagamos las horas extras!

Jason entonces se frotó sus grandes manos y me indicó con una media sonrisa:

-Muy bien. Pues en marcha. ¿Donde está mi disfraz? Tu padre me lo enseñó el otro día. ¡Mola un huevo!

-¿Disfraz?- me hice el despistado adrede.

-Sí. El disfraz de Conde Drácula. Ya verás, me va que ni pintado. Además, mi piba dice que a veces me le parezco. Sobre todo cuando hago ver que le voy a morder en el cuello. Que no lo hago, ¿eh?- exclamó Jason riendo con ganas, como sí hubiera contado la cosa más divertida del mundo.

Yo corté la seguridad de Jason Farrell al instante. Con boca pequeña, primero comenté:

-Sí, y también podrías hacer de Dorian Gray.

-¿Qué?- se extrañó Jason por mi comentario.

El muy brutote de Jason…, seguro que no tenía nada de cultura literaria. Así que devolviéndole el chiste anterior con una sonrisa más bien falsa, solo le aclaré:

-No, hoy no vas a hacer de Conde Drácula. De hecho vas a hacer más bien de… extra. Y no te hará falta disfraz. Si quieres, vamos ahora, te enseño la sala en la que ‘actuarás’ y te pones en posición. Es una nueva atracción, que todavía se ha de mejorar, ¿sabes?

A Jason Farrell no pareció importarle demasiado aquel giro que estaba dando la situación. Es más, contestó haciéndose el resignado:

-En fin. Qué le vamos a hacer… ¡El curro es el curro!

Yo asentí y me levanté de la silla. Entonces, Jason se levantó también de su silla y me preguntó mirando su monopatín en el suelo:

-¿Lo puedo dejar aquí?

Asentí de nuevo.

Dos minutos más tarde…

La pesada llave dio la vuelta dentro del paño con cierta dificultad. Pero finalmente la puerta de madera vieja se abrió y entré en la sala seguido, como no, por Jason Farrell. Las paredes de la amplia sala eran de piedra, al igual que la escalera empinada que tuvimos que empezar a bajar para llegar a la superficie de suelo donde estaba la atracción. Y es que la escalera solo era la entrada en sí a aquella sala con aspecto de mazmorras y Jason Farrell me siguió hacia abajo con toda la confianza a pesar de que allí ya se entreveía la jaula de hierro en el centro, aquella jaula enorme del tamaño de una persona. Los pies de Jason Farrell, calzados en las zapatillas de deporte Vans blancas y con detalles en azul oscuro y naranja, resonaban en forma de pasos detrás de mí a medida que descendíamos por la escalera.

-¡Vaya, menuda sala! ¡Muy bien montada! ¿Qué es…? ¿Una especie de cárcel medieval?- me iba preguntando Jason Farrell después de haber pegado un silbido por la sorpresa.

Aparte de la puerta que dejábamos atrás, por donde habíamos entrado, había al lado de ese nivel superior, rodeando toda la sala y casi rozando el techo, unos ventanucos cerrados con persianas de tiras barnizadas en un tono color madera. Pero yo no miraba hacia ahí cuando Jason abrió la boca detrás de mí para preguntarme, a medida que me seguía, sino a la jaula a la cual nos acercábamos… colgada del techo con una cadena de hierro… De tanto mirarla, se me olvidó contestar y eso a Jason Farrell le debió parecer raro porque me insistió diciendo:

-¡Eh! ¿Estás sordo?

Ya habíamos llegado abajo y estábamos los dos delante de la gran jaula para el momento en que pude ser capaz de contestar a Jason:

-Sí, sí, perdona. Es una simulación de una mazmorra medieval.

-¡Chula, chula, sí!- inició una nueva exclamación Jason Farrell girando la cabeza y mirando hacia arriba, a su alrededor, para contemplar los ventanucos cerrados según me pareció -¡Realmente mola mogollón todo esto!

Yo me mojé los labios mientras abría la portezuela de la jaula colgante con una llave que me saqué del bolsillo. Jason todavía miraba a su alrededor ajeno a mí y por ello, empecé a contarle para llamar su atención:

-De hecho, tú simplemente te tendrás que meter en esta jaula, Jason. Esta sala representa la mazmorra secreta del doctor Feethausen. Bueno, realmente este médico de origen alemán tenía otro nombre pero todo el mundo lo conoce así. Se dice que antes de desaparecer hace veinticinco años, el doctor Feethausen fue responsable del secuestro de muchos de sus pacientes, a los que narcotizaba. Luego experimentaba con ellos en un pueblo de al lado de aquí, en una casa de piedra con una mazmorra en el sótano similar a ésta. Supongo que lo hacía por influencia de su padre, un médico alemán que trabajó en los campos de concentración durante la segunda guerra mundial y que en 1945 huyó a Estados Unidos junto a su familia.

-¡Qué interesante! ¡Y eso que no me gusta la Historia!- rió Jason Farrell en lo que me pareció más bien un sarcasmo -¿Y qué se supone que hacía ese…, doctor Feet…hausen con los secuestrados?

“Mierda…”, pensé para mí mismo. Se me había ido un poco la lengua y todavía no tenía a Jason Farrell encerrado en la jaula. Aquella pregunta que Jason me había hecho era muy espinosa…, aunque por suerte el chico era tan cortito que no había caído en qué podía significar el mote de Feethausen. Improvisé mirándome el reloj y exclamando a la vez que me acercaba a una de las paredes de la sala:

-Joder… ¡La casa encantada está a punto de abrir! Tenemos que darnos prisa, Jason.

Toqué un botón de la pared e inmediatamente las persianas de los ventanucos que nos rodeaban por arriba se abrieron de forma automatizada. Detrás de ellas solo había oscuridad, de momento. Me giré hacia Jason Farrell y le ordené:

-¡Corre, métete en la jaula! ¡Por esa puertecita que he abierto antes!

Jason Farrell se rascó la nuca con la mano, como mostrando que estaba un poco gandul. Pero a continuación se agarró por fuera a los barrotes de la jaula y se subió. La jaula estaba colgada a la altura de un escalón por lo que a Jason no le fue nada difícil subirse. Sin embargo, el joven Jason Farrell se quedó por fuera agarrándose a los barrotes de alrededor de la portezuela y, con las piernas flexionadas y con sus pies calzados en las zapatillas de deporte Vans medio encima de la superficie de la jaula y medio fuera por los talones, se balanceó divertido e hizo que la jaula se balanceara a la vez que comentaba:

-¡Oye! Seguro que este pedazo de jaula no caerá al suelo con mi peso, ¿no?

-No, no te apures, Jason. Acaba de entrar dentro- dije no queriendo seguirle la corriente al chico en su juego infantil de balanceo.

Jason Farrell me hizo caso y se metió dentro de la jaula por completo. A pesar de ser estrecha, la jaula era lo suficientemente alta para que Jason estuviera allí derecho, con los brazos levantados agarrándose a los barrotes que había por encima de su cabeza para mantener el equilibrio. Yo, sin perder segundos, cerré con llave la jaula y por suerte, Jason, seguro y confiado, ni se inmutó. Continué mi cometido yendo hacia una palanca que sobresalía de otra pared de la sala-mazmorra y la empujé hacia abajo advirtiéndole al enjaulado Jason Farrell:

-¡Agárrate bien a los barrotes que esto sube!

-Ya, ya, tranquilo. Estoy bien agarrado- me contestó Jason mientras su prisión empezaba a subir gracias a un complejo mecanismo de poleas que había en el techo y que arrastraba hacia arriba la cadena con la que se sujetaba colgando toda la jaula.

De este modo, pronto conseguí que la jaula estuviera alejada a una distancia prudencial del suelo…, prudencial e ideal para lo que pretendía hacer. Justo debajo de esa jaula había otra cadena clavada al suelo, con un gancho que enseguida cogí. Lo conecté, tensando la cadena, con la parte de debajo de la jaula, de manera que la jaula quedó equilibrada y sin posibilidad de moverse en el aire. Jason Farrell había mirado con atención mi meticulosa tarea, pero sin decir nada. Ni siquiera, Jason se había interesado por preguntarme para qué servía la ranura que había en el suelo de la jaula Pero yo me encargué de que la utilizara ordenándole:

-Siéntate aquí en el suelo y mete las piernas por el agujero este largo, que los pies te queden colgando.

-De acuerdo- me contestó Jason Farrell haciéndome caso como un corderito, sentándose de forma que su espalda y su trasero quedaron apoyados en los barrotes y sus rodillas flexionadas para que a partir de ahí, las pantorrillas cubiertas por los tejanos y ambos pies en zapatillas de deporte Vans le quedaran más allá de la ranura, rectos flotando en el aire y sin tocar el suelo para nada (ya me había encargado yo de distanciar y fijar bien la jaula en el punto exacto).

Me alejé para contemplar mi obra empezada pero no acabada: Jason Farrell enjaulado y con los pies colgando fuera de la jaula. Sin decir nada, tenté más al patrón del atrevimiento (si es que hay alguno) y volví para coger dos cadenas más que nacían en el techo cuadrado de la gran jaula, colgaban cerca de sus lados y finalizaban en unos grilletes…. Me decanté a Jason Farrell y fui directo a sus piernas, engrilletándole primero el tobillo izquierdo y luego el tobillo derecho, por encima de los tejanos (sin subírselos), mientras él preguntaba con una media sonrisa de alucine:

-¡Eh! ¿Qué haces con los grilletes y con mis piernas?

-Te ato las piernas, no te preocupes- empecé a explicarle a Jason –Forma parte de la actuación…, del atrezzo, y además así estarás más cómodo.

Parece que Jason Farrell se lo tragó. Yo acabé de atarle al confiado Jason los tobillos a los grilletes, empujándole un poco las piernas hacia delante de forma que las suelas de las zapatillas de deporte Vans blancas y con detalles en azul y naranja quedaron de cara a mí, de cara a mis ociosos ojos que se regocijaban con el tamaño de esas suelas, de esos pies ocultos… Las cadenas tensadas permitieron que las piernas y los pies de Jason Farrell se mantuvieran en esa posición de forma permanente, como si el chico estuviera medio estirado en una tumbona con reposapiés.

-Hay algo que todavía no te he dicho, Jason- le informé a mi prisionero mientras me dirigía a un armario de madera, el único mueble de la sala aparte de la jaula.

-¿Que esto no es tan cómodo?- bromeó Jason Farrell moviendo a espasmos leves la espalda, indicándome que los barrotes se le clavaban un poco en esa zona.

Yo seguí con lo que me proponía, sin atender a los posibles caprichos del enjaulado Jason. Del armario saqué una peluca blanca, de cabellos largos y despeinados a lo científico loco, y una bata de médico también blanca. Mientras me ponía tanto la peluca como la bata, le acabé de decir a Jason:

-Lo que aún no te he contado es que la vacante de extra la cubres tú pero el actor de la atracción…, el doctor Feethausen, soy yo. Falta de personal, ya sabes.

Más que escucharme, Jason Farrell se echó a reír a carcajadas ante mi pinta con aquel disfraz. Se desternillaba de la risa.

-Joder…, ¡miedo, miedo no das!- acabó comentando entre risas Jason Farrell.

Yo no contesté pero me acerqué a él. Quizá no le provocaría miedo…, pero sus risas estaban garantizadas con mis manos y lo que escondía en los bolsillos de la bata blanca. Mi pene se levantaba en convulsiones bajo mis pantalones y empecé la función en lo que sería a partir de entonces el monotema. Mirando a las suelas de las zapatillas de deporte Vans de Jason Farrell, le pregunté:

-¿Qué número de pie haces, Jason?

-Un 45, creo. ¿Por?- me informó Jason Farrell dejando de reírse y mirándome con curiosidad.

-Por nada, por nada. Pies grandes… Una simple duda sin importancia- aclaré alejándome unos pasos hacia atrás, andando como los cangrejos para no perderme ni un ángulo del cautivo Jason Farrell.

Entonces, fijé mi vista de nuevo en los pies calzados deportivamente de Jason, haciéndome el pensativo silencioso aunque ya supiera de antemano lo que quería hacer. Mi corazón empezó a palpitar con fuerza cuando de mi boca salieron las siguientes palabras a la vez que me volvía a acercar a mi prisionero enjaulado:

-Te voy a quitar las zapatillas de deporte y los calcetines, Jason. Solo eso. Es porque quedarás mejor en la escena.

Jason Farrell se quedó mudo por milésimas de segundos, pero enseguida se encogió de hombros y me dijo:

-Bueno…, ¡si solo es eso!

No le importaba, bromeaba y todo. ¡Jason Farrell me había dado permiso para descalzarlo! ¡Por fin podría hacerlo! Tembloroso pero tratando de disimularlo, acerqué mis manos a los pies engrilletados de Jason Farrell. Me sentí genial al coger por la zona del talón la zapatilla de deporte Vans blanca y con detalles en azul y naranja del pie izquierdo de Jason Farrell y, ante todo, al apartarla…, apartarla… hasta que quedó fuera. Tiré la zapatilla de deporte Vans izquierda de Jason al suelo después de haber esnifado disimuladamente el peste a pie sudado que emanaba de ella. El pie izquierdo de Jason Farrell estaba ahora en calcetín y también desprendía un olor bastante fuerte, no excesivo, a sudor, a rancio. Me di prisa en quitarle al chico, al cautivo Jason, la otra zapatilla de deporte Vans, la del pie derecho. Entonces lancé la zapatilla de deporte Vans derecha también al suelo y me centré ya en observar rápidamente ambos pies en calcetines de Jason Farrell, a los cuales veía en la perspectiva de las plantas. Mi prisionero Jason Farrell llevaba unos calcetines blancos Hanes, con las letras de la marca impresas en el centro en negro. Además, en la zona de la punta de los dedos de los pies de Jason Farrell, que se movían levemente de vez en cuando al sentirse en semilibertad, los calcetines acababan en un reborde tejido con hilos de color gris. Y de hecho, gris-negruzco también eran las manchas en los calcetines que habían formado el sudor, sobre todo en las zonas de los talones y del espacio abombado, más redondo…, de antes de llegar a los dedos de esos pies de Jason Farrell.

-¡Mmmmh! Se nota, se nota de pronto… cierto peste en el ambiente. Te huelen los pies…, ¿eh, Jason?- me atreví a comentarle a Jason Farrell con una leve sonrisa.

Jason Farrell reaccionó con timidez a mis palabras y articuló lo que quería ser una sonrisa diciéndome, como si se disculpara, sin mirarme a los ojos:

-Sí, sí… Ya me lo han dicho a veces, la verdad.

Le devolví la sonrisa en lo que parecía ya un diálogo de besugos sonriendo. Pero no me paré demasiado y le quité a Jason Farrell los calcetines Hanes, de forma rápida y compulsiva. Primero le quité a Jason el calcetín de su pie izquierdo y después el calcetín de su pie derecho. Los tiré al suelo bien arrugados y malolientes, al lado de las zapatillas de deporte Vans. Y ahora los pies descalzos de Jason Farrell quedaban revelados…, descubiertos, ante mí. ¡Y vaya pies! Yo veía las plantas de los pies desnudos de Jason Farrell, todavía más olorosos, bien en primera línea. Los pies descalzados de Jason Farrell eran largos y sorprendentemente bellos. De los talones a la punta de los dedos de los pies de Jason Farrell había una gran distancia, con arrugas marcadas y tonalidades variadas del rojo intenso al rosado-blanquecino más natural. No se veía ni rastro de callosidades ni de pellejos a lo largo de las plantas de los pies de Jason, aunque seguro que no me hubiera importado si las hubiera. En un lado del centro de la planta del pie derecho vi que Jason Farrell tenía un pequeño lunar, marrón y diminuto dentro de la anchura y sobre todo de la longitud de ese pie. Aparte, Jason tenía dispersos en las plantas de los pies algunos restos de hilo de algodón provenientes de los calcetines que le había quitado con tantas ganas. Y ahora, las ganas de comprobar el tacto de los pies descalzos de Jason Farrell era lo que me conducía y me llevó a utilizar la excusa de los hilitos de algodón diciendo:

-Tienes piscos del algodón de los calcetines en las plantas de los pies. Espera…, que te los quito.

No le di tiempo a Jason Farrell a responder, si es que pretendía hacerlo, y los dedos de mis manos empezaron su tarea. Toquetearon las hermosas plantas de los pies de Jason, quitando todo rastro de algodón. Mi escrupulosidad era para verla y con disimulo, las yemas de los dedos se me iban en reseguir las arrugas y el tacto suave, casi esponjoso, frágil y a la vez húmedo…, muy húmedo de sudor, de las plantas de los pies descalzos de Jason Farrell. Mi pene creo que ya mojaba por debajo de mis pantalones…, ¡oh, qué placer!, y más cuando observé como Jason Farrell movía levemente el dedo gordo de su pie izquierdo y luego algunos dedos de su pie derecho en un acto reflejo ante mis tocamientos y seguro que también ante la sensación de desnudez. A mí me parecía mentira aquel tacto vulnerable que estaba comprobando que tenían las plantas de los pies de Jason Farrell, y más al recordar la rudeza de su mano al estrecharla con la mía antes en el despacho de la casa encantada. Me veía cada vez más valiente, confiado y deseoso, así que por sorpresa rasqué con un dedo de mi mano (o más bien con la uña) el lunar de la planta del pie derecho de Jason Farrell a la vez que exclamaba haciéndome el gran ignorante tontarrón:

-¡Mmmh…! Tienes algo…, como roña, en la planta de tu pie derecho, Jason. No sale…

Jason Farrell se ruborizó entero y arqueó los dedos de su pie derecho a la vez que su blanda piel de la planta de ese pie sentía mi tocamiento frenético y cosquilloso. De hecho, inquietándose más y más por segundos, Jason no lo pudo aguantar y me gritó entre indignado y asustado:

-¡Para, para, joder! Eso no es roña…, ¡debe ser un lunar que tengo en la planta de ese pie!

Paré de rascar aquella zona de la planta del pie derecho de Jason Farrell y le dije disculpándome con buen humor:

-Sí, perdona. Ahora que lo dices, es verdad, es un lunar. Además, no tienes los pies tan sucios como para que sea roña, Jason.

Era cierto. A pesar del mal olor a sudor y del tacto húmedo, los pies descalzos de Jason Farrell estaban bastante limpios, y más después de haberle quitado los hilitos de algodón de los calcetines. Pero a Jason no le pareció graciosa mi confusión y me miró en silencio y con cara de fastidio. Sus ojos marrones se clavaban en mí como si fueran punzadas asesinas. Parecía que las cosquillas en los pies no eran lo suyo, lo que a mí me alegraba porque… sería por algo. No obstante, no era cuestión de impacientarse y di unos pasos hacia delante para poder ver los pies desnudos de Jason Farrell de perfil y por la parte superior. La visión era magnífica: aquellos tobillos bastante robustos y fuertes divisados de perfil y, de frente, ¡oh! el reverso a las plantas de los pies del joven skater… Aquel reverso o parte superior de los pies de Jason Farrell era todo lo que podía desear. Por arriba, los pies descalzos de Jason tenían unas venas muy marcadas, haciéndolos plenamente masculinos, al igual que el hecho de que les naciera a cada uno a un lado (los lados que iban directamente a los dedos gordos) un caminito de vello de un color castaño dorado. El vello no era abundante en los pies descalzos del cautivo Jason Farrell pero si te fijabas, ahí estaba, casi camuflado con la piel gracias a aquella tonalidad dorada casi rubicunda. Era el mismo tipo de vello que Jason tenía en sus brazos bien musculados. Aunque bueno, dejémonos de brazos…, yo seguía con mis ojos el vello de los pies desnudos de Jason, lo que me condujo a los dedos de esos pies. Cada uno de esos dedos de los pies de Jason Farrell tenía una última islita de vello, justo antes de llegar al inicio de las uñas. ¡Y qué uñas! Las uñas de los pies desnudos de Jason Farrell tenían un color natural y sano y, como no, estaban bien cortaditas en una forma más bien cuadrada y no redonda. “Vaya, buen chico, bien aseado en el cuidado de las uñas de los pies y cortándoselas de manera que nunca se le puedan clavar en la piel blanda de los lados al crecer”, pensé. Sin embargo, mi atención quedó retenida en una cuestión en la que ya me había fijado antes, desde que el último calcetín salió; los dedos de los pies descalzos de Jason Farrell eran largos, sí, pero tenían algo que no era tan común: el dedo gordo de cada pie de Jason no era el más alto o largo en el conjunto de los cinco dedos, sino que lo era el segundo dedo, es decir, el siguiente al dedo gordo. La diferencia de altura no era muy grande pero sí existente y, en ese instante, aproveché para agarrar con mis manos cada uno de aquellos dos dedos largos que seguían a sus correspondientes dedos gordos. Jason me miró con sorpresa y extrañeza, pero yo me avancé a cualquier palabra comentándole:

-¡Tienes unos pies griegos, Jason!

-¿Griegos? ¿Qué dices…?- frunció el ceño Jason Farrell, demostrando una vez más su ignorancia cultural.

-Sí, ya sabes- me divirtió explicarle esta vez al tontaina de Jason, moviéndole con mis manos ambos dedos que le agarraba en cada pie desnudo –Pies griegos…, se llaman de esta manera por las estatuas de la antigua Grecia. Los griegos representaban, entre otros, a los hombres con este dedo del pie más largo que el dedo gordo, rompiendo por un instante la escalera descendiente en altura de los dedos. Como pasa en los tuyos. Lo normal es tener el dedo gordo más alto que los otros, y no el segundo dedo contando desde el dedo gordo. Así, eres como un dios griego…

-Sí, ya- me interrumpió Jason con cierto fastidio en el tono de voz, demostrando desinterés y aburrimiento ante aquella explicación que seguro que no aportaba nada a su mente de currante no ilustrado.

Entonces, noté como Jason Farrell se mostraba incómodo e intentaba tirar de los dos dedos de los pies que yo le agarraba. Jason lo hacía sin empujar mucho ni aportar mucha fuerza a ello, pero yo sí que notaba sus tironcitos disimulados. Se ve que al macho de mi cautivo Jason no le gustaba que, además de enjaularlo, estuviera jugando con sus pies descalzos. Y bien pronto me di cuenta que Jason Farrell estaba mirando hacia arriba, hacia los ventanucos abiertos, y comprendí parte de su inquietud hetero-varonil. Una luz roja se había abierto tras los ventanucos y un compañero mío disfrazado del jorobado Igor invitaba a un grupo de unas quince personas a mirarnos desde esas oberturas. Por fin teníamos público y dejé ir los segundos dedos de cada pie desnudo de Jason Farrell, más que nada porque su resistencia podía ir a más y se podía “cabrear” antes de tiempo. Mi mente, por otra parte, se hizo a la idea de que la “representación” iba a empezar: el doctor Feethausen, el terror de los chicos guapos con pies sensibles, bellos y grandes renacería ahora mismo ante nuestro público. Di un paso atrás, tragué saliva y puse una voz de tono muy agudo para interpretar a mi siniestro personaje exclamando:

-¡Bienvenidos, público asistente! ¡Temedme! ¡Temedme a mí, al doctor Feethausen, al igual que me temerá mi joven prisionero!

Jason Farrell abrió sus ojos algo rasgados como platos y arqueó las cejas al escuchar mis palabras, al igual que las había escuchado el público desde sus posiciones (estaba testada la sonoridad). Notaba que Jason, con su expresión, estaba entre expectante e incrédulo ante el cambio de mi voz y ante mi frase… ¿amenazante? Sin embargo, la amenaza se tornó realidad y agarré con las palmas de las manos las piernas de Jason Farrell, por la zona de las espinillas y justo más arriba de donde estaban colocados los grilletes. De esta manera me aseguré que tanto las piernas como las plantas de los pies desnudos de Jason Farrell se mantuvieran bien juntas. E inmediatamente, mis labios se posaron en un plís plas sobre las plantas de los pies descalzos de Jason, por la zona central donde se formaba el puente en ambos pies. Acto seguido, notando de forma clara el peste a sudor en mi nariz y el tacto suave de la piel, froté y froté mis labios en ambas plantas de los pies desnudos del enjaulado Jason haciéndole una ruidosa y larga pedorreta. La saliva emanaba de mis labios hacia las vulnerables plantas desnudas de los pies de Jason, que horrorizado, totalmente sorprendido e irritado, me espetó a gritos:

-¡Hostia puta! ¡Qué cojones estás haciendo!

Los diez dedos de los pies descalzos de Jason Farrell se doblaron a la vez haciendo palanca y rozando con las uñas mi frente. No me importó pero decidí parar la pedorreta y mirando a Jason directamente a los ojos le sonreí diciendo con mi voz aguda de doctor Feethausen:

-¿Qué te pasa, Jason? ¿Nunca te había hecho pedorretas en los pies tu mamá de pequeñito? Seguro que te han crecido mucho los pies desde entonces, ¿mmh?

Había conseguido sacar los colores a Jason por un instante, y más cuando al acabar de hablar pasé mi lengua en diagonal de una planta a otra de sus pies descalzos, saboreando la salinidad de la piel del chico skater. El público reía desde arriba y Jason Farrell, poniéndose más y más nervioso ante aquel lametón a las plantas de sus pies desnudos, me cuchicheó mirándome enfurecido e incluso con odio:

-¡Eh, escucha! ¡No sé qué mierda de espectáculo estás acostumbrado a hacer pero yo no firmé el contrato con tu padre para esto! ¡Suéltame ahora mismo!

Yo, por supuesto, no hice caso a las imposiciones pero alejé mi nariz y mi cara de los pies descalzos de Jason. Era la hora de hacerlo “sufrir” de verdad y por ese motivo, no dejando de sonreír, exclamé en voz alta:

-¿Tienes cosquillas en tus enormes pies, Jason?

Jason Farrell, al escuchar mi pregunta, rechinó de rabia sus bellos y blancos dientes e intentó ponerse de pie y sacar sus pies desnudos de la ranura. Pero, claro, la cadena tensada que acababa en los grilletes sujetos a sus tobillos se lo impedía. Al verse perdido, la cara de Jason cambió e hizo una mueca de terror a la vez que me veía acercarme a él y a sus pies descalzados y olorosos. Eso sí, lo siguiente que intentó Jason Farrell fue convencerme con palabras chillándome:

-¡No! ¡No te me acerques! ¡Noo!

El nerviosismo de Jason Farrell contestaba a mi pregunta aunque ya me lo imaginara de antes: sí que tenía cosquillas en los pies. Así que yo, encarnando al doctor Feethausen, moví los dedos de mis manos y me acabé de acercar a mi víctima. Jason se retorcía y golpeaba con los puños el suelo de la jaula como último recurso, pero yo ya llegué a las plantas de sus pies descalzos e inicié unas cosquillas ultrarrápidas con los dedos de mis manos. Los dedos de los pies de Jason Farrell se empezaron a arquear arrugando mucho el resto de las plantas de esos suculentos pies con la contracción de repelús. Y es que al pobre Jason no le quedó más que contraer y flexionar los dedos de los pies a la par que movía de izquierda a derecha y de derecha a izquierda (por la corta distancia que por los lados le dejaba la ranura) dichos pies vulnerables y desnudos. Tan vulnerables y desnudos que las cosquillas le llegaban a pesar del movimiento y de los intentos de huída; le llegaban tanto que Jason Farrell, desde el primer instante que recibió mi contacto táctil, gritó y gritó desesperado entre carcajadas:

-¡Nooo! ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Nooo, cosquillas en los pies no, por favor! ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja!

La risa de Jason Farrell era histérica pero su voz no perdía ese punto de masculinidad ante las cosquillas que yo le hacía a sus pies sin zapatillas de deporte ni calcetines. Eso me gustaba, pero quería ser más efectivo. Así que separé mis manos por un momento de los pies desnudos de Jason y metí una de ellas en un bolsillo de mi bata para sacar… una pluma de ganso. Jason, que había dejado de reír a carcajadas y empezaba a jadear rápido del nerviosismo y del esfuerzo de resistencia, se alarmó al ver la pluma y volvió a gritar esta vez:

-¡No acerques esa jodida pluma a mis pies, ni te atrevas! ¡Nooo!

La pluma de ganso, movida por mí sin cesar, acabó por tropezar con la superficie de las plantas de los pies descalzos de Jason Farrell. Tropezar es un decir…, pero un decir no fue la reacción del desesperado e indefenso Jason: risas y más risas salieron de su boca y su cara entera enrojecía. Realmente, Jason Farrell tenía muchas cosquillas en los pies. Pero a mí no me gustaba demasiado que Jason tuviera aún la oportunidad de mover los pies de un lado a otro (gracias a la pequeña largada de la ranura) y con la mano que me quedaba libre actué con precisión. Le cogí bien fuerte a Jason Farrell casi todos los dedos de sus pies, incluyendo sin faltar el dedo gordo de ambos pies. Solo quedaban completamente fuera del abasto de mi mano el dedo pequeño y el penúltimo de cada pie descalzo de Jason. Con eso, ya me era suficiente para ejercer la presión necesaria con la yema de los dedos de mi mano sobre las bolitas sudorosas que formaban los dedos de cada planta del pie de Jason Farrell. Y entonces, teniendo las plantas de los pies de mi prisionero Jason bien juntas y apretadas por mí para que no se pudieran mover, sus risas a carcajadas se acentuaron sin remedio.

-¡Ja, ja, ja, ja, jaaa! ¡Paraaa! ¡Aaah! ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja!- exclamaba el pobre Jason en un tono cada vez más suplicante e incluso empezando a tener lágrimas en los ojos de la risa.

-¡Cuchi, cuchi, cuchi, Jason!- le iba diciendo yo a Jason Farrell, notando mi pene totalmente erecto a la vez que fregaba y refregaba las plantas de sus pies desnudos con la pluma de ganso.

A medida que Jason me suplicaba y me suplicaba entre risas que parara, notaba las convulsiones de mi miembro. La visión de sus pies descalzos cada vez más sudorosos, al igual que su cara enrojecida… ¡Oooh, Jason Farrell! Estaba a mi merced y seguía riendo, gritando y suplicando:

-¡Por favoor!!! ¡Ja, ja, ja, ja, ja! ¡Deja mis pies en paz! ¡Aaahja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja! ¡Tengo muchas cosquillas…, ja, ja, ja, ja, ja! No lo puedo aguantaar…., ¡ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, jaaa!!!! ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, jaaaaa!!!

Las uñas de los dedos de los pies de Jason Farrell (dedos que yo le agarraba) se me clavaban un poco al intentar flexionarse de las convulsiones que tenía el chico. Unas convulsiones que sin embargo no eran suficientes para que Jason consiguiera arrugar las plantas desnudas de sus pies como antes. De hecho, la pluma de ganso iba de los talones al centro de las plantas de los pies de Jason Farrell, del centro de las plantas de los pies a las zonas más abombadas y redondas (y ahora más y más enrojecidas y sudorosas) de antes de llegar al inicio de los dedos aprisionados de esos pies; y todo tensando la piel de las plantas de dichos pies y no dejando en ningún momento (gracias a mi sujeción manual) que se volvieran a arrugar tanto como al principio de mi sesión de cosquillas. Y de pronto, noté lo que ya se avecinaba bajo mis pantalones: el orgasmo de placer me llegó y el semen se depositó desde mi pene a la tela de mis calzoncillos. Aquello tan excitante me incitó a suspirar a fondo y a dejar de cosquillear con la pluma de ganso las plantas de los pies descalzos del cautivo Jason Farrell. Me giré escuchando tras de mí como Jason jadeaba y jadeaba de agotamiento mientras que, yo, paralelamente, me acerqué a la nariz la mano con la que le había cogido al skater los dedos de los pies. El olor a sudor, a queso de pinrreles de chico joven había quedado más que impregnado en las yemas de mis dedos y esnifé, esnifé… ¡Oooh, qué peste más rico…! Pero de pronto, la voz temblorosa de Jason Farrell detrás de mí me devolvió a la realidad.

-Déjame ir, tío. No puedo más… No me hagas más cosquillas en los pies…, por favor. Acaba con esto y suéltame- eran las palabras del descalzado y enjaulado Jason Farrell hacia mí, que no dejaba por otra parte de darle la espalda.

¿Lo soltaría? Hice un gesto a mi compañero Igor y condujo a toda la gente del público a la sala-mazmorra donde Jason y yo estábamos. La comitiva bajó las escaleras empinadas y se reunió conmigo, en aquel ambiente tétrico y corrompido por el hedor a sudor de pies. Giré la cabeza y miré a Jason, que me contemplaba con ojos suplicantes y asustados. Tan varonil como había llegado a la casa encantada... Los chorreones de sudor bajaban por la frente de Jason Farrell y todavía más cuando me dirigí hablando al público al mismo tiempo que me sacaba de los bolsillos más plumas de ganso e incluso algunos cepillos a pilas para limpiar los dientes.

-Tomad, al doctor Feethausen le apetece ahora mirar. Formad grupos de tres y… ¡a hacer cosquillas en los pies al prisionero Jason Farrell!

Me volví hacia Jason de nuevo y vi como gesticulaba con la cabeza negando, con el cuerpo entero temblándole. El dedo gordo del pie derecho de Jason Farrell se arqueó por un instante bajo el sonido de los cepillos rodantes ya encendidos. La comitiva se fue acercando y pisó y chutó las zapatillas de deporte Vans, blancas y con detalles en azul y naranja, y los calcetines Hanes malolientes del cautivo y descalzado Jason, tirados en el suelo. Y en ese instante, como última muestra de desesperación total, Jason Farrell me dirigió la siguiente exclamación gutural a medida que contemplaba las caras de sus torturadores armados de cepillos de dientes a pilas y plumas de ganso:

-¡Nooooo!!! ¡No me puedes hacer esto!!! ¡Diles que se paren!! ¡Por favoor…..!!! ¡Dejad en paz mis pies!! ¡Noooooooooo…!!!!

domingo, 2 de mayo de 2010

Pies de pizzero a domicilio (Parte 5 y final)

Mi boca y mi lengua llegaron ya para entonces a la planta del pie derecho de Aniol, habiendo engullido el hilo de queso. Y por eso, mi lengua se adentró en un mundo de placeres gustativos al empezar a lamer la planta del pie derecho de Aniol, desde el talón hasta los dedos de ese pie. Y claro está: no me olvidé de limpiar también con la lengua el espacio de entre dedos del pie derecho y desnudo de Aniol, donde se había quedado atrapado algún trozo de cebolla o algún rastro de salsa y de queso mozzarella. Aniol hacía fuerzas y más fuerzas con las piernas, rojo de los esfuerzos y arqueando, enrabiado y sensible a mi lengua, los dedos de ambos pies descalzos. La voz de Aniol sonaba cada vez más suplicante mientras me decía en lo que querían ser órdenes:

-¡Paraaaa! ¡Aparta esa lengua ya de miiií! ¡Aaaah! ¡Puto marica!

Aunque sabía que tenía que actuar rápido para que, entre movimientos y arqueamientos de los dedos de los pies desnudos de Aniol, no se fuera al suelo ningún ingrediente de la pizza incrustado o atrapado en la zona de entre dedos (y algunos cayeron), no perdí la oportunidad de comentarle a mi Aniol con voz dulce y paternal:

-¡Vamos, Aniol! No es para tanto…, te estoy haciendo un lavado profundo de pies mientras me como la pizza. ¡A tu salud!

Para aquel momento, por suerte, ya tenía limpia y bien lamida la planta del pie derecho de Aniol, incluidos los resquicios de entre los dedos. Mi lengua se posó, pues, en la planta del pie izquierdo de Aniol y esta vez comencé lamiendo y chupando los dedos de ese pie y los espacios que había entre ellos, en busca de los trozos de cebolla y otros ingredientes que hubieran sobrevivido a los movimientos nerviosos y de resistencia que hacía Aniol con aquellos pies descalzos. Después bajé con la lengua por la zona carnosa y abombada, y cubierta sobre todo de queso, de más abajo del inicio de los dedos del pie izquierdo de Aniol, en aquella planta que se me hacía un sendero al paraíso. Descendí a continuación por la zona central y de piel más blanquecina de la planta del pie izquierdo de Aniol, engulléndolo todo, y recorrí y pasé así, a lengüetazos, toda la parte arqueada de ese pie izquierdo de mi Aniol y terminé lamiendo el talón rojizo y con una concentración especial de trozos de cebolla. Mi boca, entonces, se alejó de las vulnerables plantas de los pies descalzados de Aniol y las miré y disfruté al comprobar que estaban bien limpias y lustrosas, brillantes gracias a mi saliva y ya no tanto por el sudor, sin duda. El silencio era absoluto en el dormitorio y yo sabía que aquello se acababa…, pero Aniol no y me contemplaba con la cara sudada, fatigado de cansancio, y con un punto de rabia contenida y de odio que me ponía más y más cachondo. Con un sentimiento ya de nostalgia incipiente y sin dejar de agarrarle todavía los tobillos, acerqué mi mejilla a ambas plantas de los pies desnudos de Aniol y la pegué a ellas…, restregándome en ellas, en esas plantas suaves y tiernecitas de los pies descalzos de mi Aniol. Mientras lo hacía, le espeté a Aniol como si el chico fuera un bebé:

-¡Ay mi Aniol y sus pies descalzos! ¡Qué bien te los he dejado!

Aniol guardaba silencio, consternado, temeroso e indeciso. Creo que en su interior, Aniol pensaba que había sido un cobarde al dejarse humillar y no hacer nada por impedir que yo consiguiera lo que quería: descalzarlo y hacerle de todo en sus enormes y bellos pies desnudos. Pero no le había hecho de todo a Aniol, ahora que lo pensaba…, y manteniendo la planta de su pie derecho ante mí y soltando su tobillo izquierdo para que posara ese otro pie en el suelo (cosa que hizo enseguida) acerqué mis dedos y…

-¡Cuchi, cuchi, cuchi, Aniol!- empecé a hablarle a Aniol a la vez que le rascaba con los cinco dedos de mi mano la planta vulnerable de su pie derecho -¿Tienes cosquillas en los pies, Aniol?

Aniol se movió y retorció, al sentir y sufrir esas cosquillas en la planta de su pie derecho, hasta que no pudo más y de su boca cerrada y seria salió una risa que en principio era discreta, y por ello no suficiente para mí, al mismo tiempo que me rogaba:

-¡No, por favor…! ¡Ja, ja, ja! ¡Cosquillas en los pies, no!

La visión era del todo cómica: Aniol se levantó de la cama a pata coja con espasmos de saltimbanqui (ahora un saltito nervioso, ahora otro…) y con su pie derecho, y descalzo, en alto, aprisionado por mi mano que le agarraba firmemente el tobillo. En silencio y con mi otra mano, cada vez más rápido y con más énfasis, rascaba y rascaba la planta desnuda e hipersensible del pie derecho de mi Aniol, observando como el pobre Aniol arqueaba hacia adelante y hacia atrás los cinco dedos de ese pie derecho. Pronto, Aniol perdió el equilibrio y volvió a precipitarse de culo en el colchón de la cama, quedando recostado y más indefenso si cabe. La creciente risa nerviosa e histérica de Aniol ante aquellas cosquillas en su pie desnudo era música celestial para mí.

-Ja, ja, ja, ja! Nooo! Ja, ja, ja, ja ! Ja, ja, ja, ja…!- gritaba Aniol a pleno pulmón, rojo de tanta carcajada, y a ratos manteniendo una fuerte contracción de los cinco dedos de su pie derecho y descalzo hacia adelante, en un agarrotamiento desesperado, mostrándome así de nuevo la belleza de las uñas bien cuidadas de ese pie torturado por mi mano habilidosa (como lo eran de bellas las de su pie izquierdo, por supuesto).

Al fin, me apiadé de Aniol: paré las cosquillas en su pie y le solté el tobillo derecho. Y así, Aniol puso el pie derecho tocando el suelo, junto al pie izquierdo, y detrás de esos pies desnudos quedó la caja abierta con la pizza barbacoa corrompida. Aniol estaba con la boca cerrada al haber parado ya esa risa de enloquecimiento total y, sentado en el borde de la cama, agachaba la cabeza tembloroso y avergonzado, como si fuera un niño. Yo no dudé en decirle en plan de consuelo:

-Tranquilo, Aniol. No te preocupes, que no te haré más cosquillas. No era mi prioridad hacerte cosquillas en los pies, aunque me ha molado verte reír. Con eso me quedo…

-¡Hijo de puta!- me interrumpió Aniol clavando sus ojos verdes en mí y recuperando algo de rabia, no mucha… porque creo que estaba más humillado, traumatizado y cansado que otra cosa.

Aniol arqueó los dedos de sus pies descalzos en el suelo, en un nuevo espasmo o escalofrío, mientras que yo le ordené en voz alta a Nacho:

-¡Eh, ya puedes soltar a Anaís para que se vaya con Aniol!

El pobre Aniol y la misma Anaís no pudieron ocultar la cara de sorpresa y de cierto alivio al escucharme. Aniol se levantó de la cama, con los pies descalzos, mientras que Nacho desataba las manos de Anaís y le quitaba la mordaza de la boca. Inmediatamente, cuando Anaís estuvo libre, dejó atrás a Nacho y su pistola y se tiró a su Aniol, abrazándolo, llorando amargamente y diciéndole tan solo:

-¡Aniol! ¡Aniol! ¡Aniol!

Aniol, el descalzo Aniol, le devolvió el abrazo a su chica, protegiéndola con sus varoniles y grandes manos, y se quedó con la mirada perdida, conmocionado y con el orgullo totalmente destruido. El cuerpo de Aniol, en aquel abrazo largo con Anaís, temblaba y de su boca solo salieron murmullos:

-Ya está, Anaís… Ya está…

Yo recogí del suelo los calcetines blancos de algodón y las zapatillas de deporte Nike negras y con detalles blancos de Aniol. Al poco rato, Aniol se dio cuenta de mi acto y, una vez Anaís había dejado de abrazarlo, hizo un gesto hacia mí, con las manos, para cogerme todo su calzado. Yo paré a Aniol en seco con una sonrisa y la siguiente frase rotunda:

-No, Aniol. Os podéis ir. Coge tu casco en la sala de estar, pero yo me quedo con tus zapatillas de deporte Nike y con tus calcetines sucios…, ¡de recuerdo por esta noche inolvidable!

Acto seguido, Aniol se atrevió a mirarme de nuevo desafiante y con un odio profundo hacia mi humilde persona. Y cuando el chico, mi Aniol, abrió la boca, una mueca de desprecio se formó en ella, mientras me espetaba sin dejar de temblar:

-¿Descalzo, eh? Pretendes que me vaya descalzo… ¡Loco hijo de puta…!

-Lo tomas o lo dejas. Si quieres podemos seguir… ¡Tengo mucho que ofrecerte a ti y a tus pies descalzos, Aniol!- le contesté a Aniol con voz severa, totalmente en serio.

Aniol parpadeó, temblando todavía más, y agarró a Anaís de la mano y la empezó a llevar hacia la puerta del dormitorio exclamándome:

-¡Tu puta madre!

El paso de Aniol, con sus grandes pies descalzos y los pantalones tejanos azul fuerte aún arremangados, era rápido y con ese repicar característico de la desnudez de unos pies, claro. Mi Aniol salió del dormitorio con la llorosa Anaís de la mano, casi arrastrándola, y atravesó con ella la sala de estar. ¿Quién estaba más cagado y más en estado de shock? Aniol salió de mi casa sin sus zapatillas de deporte Nike negras y con detalles blancos y sin sus calcetines blancos y sudados, descalzo, efectivamente y como debía ser…, pero también sin el casco de la moto. Yo, por mi parte, no pagué la pizza barbacoa a Aniol. ¡Ja…, faltaría más! Eso sí, Nacho y yo nos la comimos.