lunes, 3 de mayo de 2010

Feethausen: chicos guapos, esconded vuestros pies

Aquel currículum vitae me dejó totalmente excitado. Tenía que conocer a Jason Farrell personalmente. Y mucho más… Mi padre me explicó que ya había seleccionado a aquel chico de veinte años para trabajar en la casa encantada que regentamos en el parque de atracciones de la ciudad. Así que miré una vez más aquel currículum, aquella foto, aquella cara varonil, aquellos labios carnosos, aquellos ojos un poco rasgados (sin ser asiático) de machote pasota y rudo… y busqué el número de teléfono que había dejado: un móvil. Lo llamé y él, Jason Farrell, con una voz muy masculina y a la vez joven, me explicó que ya había incluso firmado el contrato laboral con mi padre. Entonces, yo le dije que nos hacía falta una persona aquella misma tarde-noche y quedé con él. El macho de Jason ni siquiera vaciló en aceptar mi ofrecimiento repentino.

Jason Farrell llegó a las siete de la tarde. Yo estaba firmando unos documentos en el despacho de la casa encantada cuando llamaron, golpeando de forma contundente, a la puerta. Invité a pasar a quién fuera y era él. ¡Qué alto que era! Jason Farrell medía al menos un metro ochenta de estatura, con espaldas anchas, piernas bien proporcionadas en todos los sentidos, un torso largo y a la vez musculado bajo la ropa (por lo que pude deducir) y unos bíceps bien modelados que sí que se le veían. Además de tener unos labios voluptuosos, una barbilla ancha y varonil y una forma algo rasgada en los ojos, Jason Farrell tenía el pelo castaño, liso aunque algo ondulado por el flequillo y por las puntas que le sobresalían hasta mitad del cuello, en unas greñas bastante cortas pero con el mismo aire desenfadado y pasota que emanaba de todo él. En cuanto al color de los ojos de Jason, éstos eran marrones como su pelo, su nariz era de dimensiones proporcionadas a pesar de que las aletas tendían a expandirse en un poco de anchura, y en sus mejillas se entreveían unos pómulos lo suficientemente marcados para contribuir en la masculinidad de su cara pero sin hacerla nada esquelética, eso sí. Yo estaba abstraído mientras Jason Farrell se encontraba allí parado, en el rellano de la puerta y me decía sin mostrar mucho entusiasmo en su rostro:

-¿Qué hay? ¿Eres el hijo del señor Smith, no? Soy Jason Farrell, hemos hablado por teléfono antes.

Jason Farrell me tendió la mano. Con la otra, bajo el brazo, sujetaba un monopatín de color predominantemente azul, pero también con pegatinas y detalles negros, amarillos y rojos. Al encajar mi mano con la del skater Jason Farrell, comprobé que ésta era algo áspera, ruda. Se notaba que el joven Jason era un currante, alguien que había trabajado con las manos, sin usar mucho el cerebro. En cuanto a la manera en que iba vestido, eso fue en lo siguiente que me fijé muy detenidamente. Jason Farrell vestía una camiseta verde de manga corta con unas letras blancas impresas en la parte delantera que formaban la palabra “Last Coast”. Una medalla-colgante que imitaba el oro le daba a Jason Farrell un aire cool y chulesco, al igual que el hecho de que la camiseta verde le colgara tapando la cintura por detrás y por delante se le arremangara de forma discreta para dejar entrever la hebilla del cinturón. A continuación, Jason Farrell llevaba unos tejanos azul oscuro-casi negro, un poco bajados –a la moda- a pesar del cinturón, de modo que dejaba una anchura considerable de tela en su entrepierna (típico de los skaters, aunque la gente más mayor y carca diría que ‘parece que va cagado’). Me relamí disimuladamente al pasar a observar sus pies: Jason Farrell calzaba unas zapatillas de deporte Vans de color blanco y con detalles en azul oscuro y naranja. Los calcetines no se le veían, claro, al estar bajo los largos pantalones tejanos que le tapaban del todo los tobillos. Mi miembro subía y subía bajo mi ropa al observar lo grandes que parecían los pies de Jason Farrell, calzados en esas zapatillas de deporte Vans blancas y con detalles en azul y naranja, e imaginando que probablemente también esos pies serían enormes descalzos.

-¡Ey, estás en la parra! ¿Eres el hijo del señor Smith, verdad?- me volvió a repetir Jason Farrell, que ya había acabado de encajar su mano con la mía y ahora la apartaba mirándome divertido, por primera vez sonriendo.

¡Y qué sonrisa! Jason Farrell tenía unos dientes preciosos, blancos y bien alineados, de proporciones harmónicamente bellas. Yo tuve que reaccionar. Me di cuenta de que aparte de encajar la mano con la de Jason, no había hecho nada más, solo mirar…, y aquello me podía delatar. Así que enseguida, mirando a Jason Farrell directamente a sus profundos ojos marrones, le puse una mano encima de sus espaldas –por detrás- y lo empujé con confianza hacia la silla que había delante de mi mesa exponiéndole:

-Perdona, perdona. Sí, soy yo. Adelante, siéntate un rato, Jason.

Jason Farrell me hizo caso y se sentó. Yo me senté delante de él, al otro lado de la mesa. Jason había dejado el monopatín en el suelo, al lado de sus pies calzados en las zapatillas de deporte Vans. Empecé a hablarle con una sonrisa:

-Bien, Jason. Parece que te he interrumpido haciendo deporte con el monopatín. Disculpa, pero es que necesitamos a alguien para ocupar un puesto esta tarde. Es una substitución.

-No, no te preocupes. Me da igual empezar hoy mismo- empezó a decirme Jason Farrell con seguridad –Es más, mejor, porque necesito la pasta. ¿Me pagaréis estas horas, no?

Reí más bien ante el clima de confianza y amiguismo que se estaba creando entre Jason y yo. Le contesté:

-Sí, sí, claro. Aquí, por supuesto…, ¡pagamos las horas extras!

Jason entonces se frotó sus grandes manos y me indicó con una media sonrisa:

-Muy bien. Pues en marcha. ¿Donde está mi disfraz? Tu padre me lo enseñó el otro día. ¡Mola un huevo!

-¿Disfraz?- me hice el despistado adrede.

-Sí. El disfraz de Conde Drácula. Ya verás, me va que ni pintado. Además, mi piba dice que a veces me le parezco. Sobre todo cuando hago ver que le voy a morder en el cuello. Que no lo hago, ¿eh?- exclamó Jason riendo con ganas, como sí hubiera contado la cosa más divertida del mundo.

Yo corté la seguridad de Jason Farrell al instante. Con boca pequeña, primero comenté:

-Sí, y también podrías hacer de Dorian Gray.

-¿Qué?- se extrañó Jason por mi comentario.

El muy brutote de Jason…, seguro que no tenía nada de cultura literaria. Así que devolviéndole el chiste anterior con una sonrisa más bien falsa, solo le aclaré:

-No, hoy no vas a hacer de Conde Drácula. De hecho vas a hacer más bien de… extra. Y no te hará falta disfraz. Si quieres, vamos ahora, te enseño la sala en la que ‘actuarás’ y te pones en posición. Es una nueva atracción, que todavía se ha de mejorar, ¿sabes?

A Jason Farrell no pareció importarle demasiado aquel giro que estaba dando la situación. Es más, contestó haciéndose el resignado:

-En fin. Qué le vamos a hacer… ¡El curro es el curro!

Yo asentí y me levanté de la silla. Entonces, Jason se levantó también de su silla y me preguntó mirando su monopatín en el suelo:

-¿Lo puedo dejar aquí?

Asentí de nuevo.

Dos minutos más tarde…

La pesada llave dio la vuelta dentro del paño con cierta dificultad. Pero finalmente la puerta de madera vieja se abrió y entré en la sala seguido, como no, por Jason Farrell. Las paredes de la amplia sala eran de piedra, al igual que la escalera empinada que tuvimos que empezar a bajar para llegar a la superficie de suelo donde estaba la atracción. Y es que la escalera solo era la entrada en sí a aquella sala con aspecto de mazmorras y Jason Farrell me siguió hacia abajo con toda la confianza a pesar de que allí ya se entreveía la jaula de hierro en el centro, aquella jaula enorme del tamaño de una persona. Los pies de Jason Farrell, calzados en las zapatillas de deporte Vans blancas y con detalles en azul oscuro y naranja, resonaban en forma de pasos detrás de mí a medida que descendíamos por la escalera.

-¡Vaya, menuda sala! ¡Muy bien montada! ¿Qué es…? ¿Una especie de cárcel medieval?- me iba preguntando Jason Farrell después de haber pegado un silbido por la sorpresa.

Aparte de la puerta que dejábamos atrás, por donde habíamos entrado, había al lado de ese nivel superior, rodeando toda la sala y casi rozando el techo, unos ventanucos cerrados con persianas de tiras barnizadas en un tono color madera. Pero yo no miraba hacia ahí cuando Jason abrió la boca detrás de mí para preguntarme, a medida que me seguía, sino a la jaula a la cual nos acercábamos… colgada del techo con una cadena de hierro… De tanto mirarla, se me olvidó contestar y eso a Jason Farrell le debió parecer raro porque me insistió diciendo:

-¡Eh! ¿Estás sordo?

Ya habíamos llegado abajo y estábamos los dos delante de la gran jaula para el momento en que pude ser capaz de contestar a Jason:

-Sí, sí, perdona. Es una simulación de una mazmorra medieval.

-¡Chula, chula, sí!- inició una nueva exclamación Jason Farrell girando la cabeza y mirando hacia arriba, a su alrededor, para contemplar los ventanucos cerrados según me pareció -¡Realmente mola mogollón todo esto!

Yo me mojé los labios mientras abría la portezuela de la jaula colgante con una llave que me saqué del bolsillo. Jason todavía miraba a su alrededor ajeno a mí y por ello, empecé a contarle para llamar su atención:

-De hecho, tú simplemente te tendrás que meter en esta jaula, Jason. Esta sala representa la mazmorra secreta del doctor Feethausen. Bueno, realmente este médico de origen alemán tenía otro nombre pero todo el mundo lo conoce así. Se dice que antes de desaparecer hace veinticinco años, el doctor Feethausen fue responsable del secuestro de muchos de sus pacientes, a los que narcotizaba. Luego experimentaba con ellos en un pueblo de al lado de aquí, en una casa de piedra con una mazmorra en el sótano similar a ésta. Supongo que lo hacía por influencia de su padre, un médico alemán que trabajó en los campos de concentración durante la segunda guerra mundial y que en 1945 huyó a Estados Unidos junto a su familia.

-¡Qué interesante! ¡Y eso que no me gusta la Historia!- rió Jason Farrell en lo que me pareció más bien un sarcasmo -¿Y qué se supone que hacía ese…, doctor Feet…hausen con los secuestrados?

“Mierda…”, pensé para mí mismo. Se me había ido un poco la lengua y todavía no tenía a Jason Farrell encerrado en la jaula. Aquella pregunta que Jason me había hecho era muy espinosa…, aunque por suerte el chico era tan cortito que no había caído en qué podía significar el mote de Feethausen. Improvisé mirándome el reloj y exclamando a la vez que me acercaba a una de las paredes de la sala:

-Joder… ¡La casa encantada está a punto de abrir! Tenemos que darnos prisa, Jason.

Toqué un botón de la pared e inmediatamente las persianas de los ventanucos que nos rodeaban por arriba se abrieron de forma automatizada. Detrás de ellas solo había oscuridad, de momento. Me giré hacia Jason Farrell y le ordené:

-¡Corre, métete en la jaula! ¡Por esa puertecita que he abierto antes!

Jason Farrell se rascó la nuca con la mano, como mostrando que estaba un poco gandul. Pero a continuación se agarró por fuera a los barrotes de la jaula y se subió. La jaula estaba colgada a la altura de un escalón por lo que a Jason no le fue nada difícil subirse. Sin embargo, el joven Jason Farrell se quedó por fuera agarrándose a los barrotes de alrededor de la portezuela y, con las piernas flexionadas y con sus pies calzados en las zapatillas de deporte Vans medio encima de la superficie de la jaula y medio fuera por los talones, se balanceó divertido e hizo que la jaula se balanceara a la vez que comentaba:

-¡Oye! Seguro que este pedazo de jaula no caerá al suelo con mi peso, ¿no?

-No, no te apures, Jason. Acaba de entrar dentro- dije no queriendo seguirle la corriente al chico en su juego infantil de balanceo.

Jason Farrell me hizo caso y se metió dentro de la jaula por completo. A pesar de ser estrecha, la jaula era lo suficientemente alta para que Jason estuviera allí derecho, con los brazos levantados agarrándose a los barrotes que había por encima de su cabeza para mantener el equilibrio. Yo, sin perder segundos, cerré con llave la jaula y por suerte, Jason, seguro y confiado, ni se inmutó. Continué mi cometido yendo hacia una palanca que sobresalía de otra pared de la sala-mazmorra y la empujé hacia abajo advirtiéndole al enjaulado Jason Farrell:

-¡Agárrate bien a los barrotes que esto sube!

-Ya, ya, tranquilo. Estoy bien agarrado- me contestó Jason mientras su prisión empezaba a subir gracias a un complejo mecanismo de poleas que había en el techo y que arrastraba hacia arriba la cadena con la que se sujetaba colgando toda la jaula.

De este modo, pronto conseguí que la jaula estuviera alejada a una distancia prudencial del suelo…, prudencial e ideal para lo que pretendía hacer. Justo debajo de esa jaula había otra cadena clavada al suelo, con un gancho que enseguida cogí. Lo conecté, tensando la cadena, con la parte de debajo de la jaula, de manera que la jaula quedó equilibrada y sin posibilidad de moverse en el aire. Jason Farrell había mirado con atención mi meticulosa tarea, pero sin decir nada. Ni siquiera, Jason se había interesado por preguntarme para qué servía la ranura que había en el suelo de la jaula Pero yo me encargué de que la utilizara ordenándole:

-Siéntate aquí en el suelo y mete las piernas por el agujero este largo, que los pies te queden colgando.

-De acuerdo- me contestó Jason Farrell haciéndome caso como un corderito, sentándose de forma que su espalda y su trasero quedaron apoyados en los barrotes y sus rodillas flexionadas para que a partir de ahí, las pantorrillas cubiertas por los tejanos y ambos pies en zapatillas de deporte Vans le quedaran más allá de la ranura, rectos flotando en el aire y sin tocar el suelo para nada (ya me había encargado yo de distanciar y fijar bien la jaula en el punto exacto).

Me alejé para contemplar mi obra empezada pero no acabada: Jason Farrell enjaulado y con los pies colgando fuera de la jaula. Sin decir nada, tenté más al patrón del atrevimiento (si es que hay alguno) y volví para coger dos cadenas más que nacían en el techo cuadrado de la gran jaula, colgaban cerca de sus lados y finalizaban en unos grilletes…. Me decanté a Jason Farrell y fui directo a sus piernas, engrilletándole primero el tobillo izquierdo y luego el tobillo derecho, por encima de los tejanos (sin subírselos), mientras él preguntaba con una media sonrisa de alucine:

-¡Eh! ¿Qué haces con los grilletes y con mis piernas?

-Te ato las piernas, no te preocupes- empecé a explicarle a Jason –Forma parte de la actuación…, del atrezzo, y además así estarás más cómodo.

Parece que Jason Farrell se lo tragó. Yo acabé de atarle al confiado Jason los tobillos a los grilletes, empujándole un poco las piernas hacia delante de forma que las suelas de las zapatillas de deporte Vans blancas y con detalles en azul y naranja quedaron de cara a mí, de cara a mis ociosos ojos que se regocijaban con el tamaño de esas suelas, de esos pies ocultos… Las cadenas tensadas permitieron que las piernas y los pies de Jason Farrell se mantuvieran en esa posición de forma permanente, como si el chico estuviera medio estirado en una tumbona con reposapiés.

-Hay algo que todavía no te he dicho, Jason- le informé a mi prisionero mientras me dirigía a un armario de madera, el único mueble de la sala aparte de la jaula.

-¿Que esto no es tan cómodo?- bromeó Jason Farrell moviendo a espasmos leves la espalda, indicándome que los barrotes se le clavaban un poco en esa zona.

Yo seguí con lo que me proponía, sin atender a los posibles caprichos del enjaulado Jason. Del armario saqué una peluca blanca, de cabellos largos y despeinados a lo científico loco, y una bata de médico también blanca. Mientras me ponía tanto la peluca como la bata, le acabé de decir a Jason:

-Lo que aún no te he contado es que la vacante de extra la cubres tú pero el actor de la atracción…, el doctor Feethausen, soy yo. Falta de personal, ya sabes.

Más que escucharme, Jason Farrell se echó a reír a carcajadas ante mi pinta con aquel disfraz. Se desternillaba de la risa.

-Joder…, ¡miedo, miedo no das!- acabó comentando entre risas Jason Farrell.

Yo no contesté pero me acerqué a él. Quizá no le provocaría miedo…, pero sus risas estaban garantizadas con mis manos y lo que escondía en los bolsillos de la bata blanca. Mi pene se levantaba en convulsiones bajo mis pantalones y empecé la función en lo que sería a partir de entonces el monotema. Mirando a las suelas de las zapatillas de deporte Vans de Jason Farrell, le pregunté:

-¿Qué número de pie haces, Jason?

-Un 45, creo. ¿Por?- me informó Jason Farrell dejando de reírse y mirándome con curiosidad.

-Por nada, por nada. Pies grandes… Una simple duda sin importancia- aclaré alejándome unos pasos hacia atrás, andando como los cangrejos para no perderme ni un ángulo del cautivo Jason Farrell.

Entonces, fijé mi vista de nuevo en los pies calzados deportivamente de Jason, haciéndome el pensativo silencioso aunque ya supiera de antemano lo que quería hacer. Mi corazón empezó a palpitar con fuerza cuando de mi boca salieron las siguientes palabras a la vez que me volvía a acercar a mi prisionero enjaulado:

-Te voy a quitar las zapatillas de deporte y los calcetines, Jason. Solo eso. Es porque quedarás mejor en la escena.

Jason Farrell se quedó mudo por milésimas de segundos, pero enseguida se encogió de hombros y me dijo:

-Bueno…, ¡si solo es eso!

No le importaba, bromeaba y todo. ¡Jason Farrell me había dado permiso para descalzarlo! ¡Por fin podría hacerlo! Tembloroso pero tratando de disimularlo, acerqué mis manos a los pies engrilletados de Jason Farrell. Me sentí genial al coger por la zona del talón la zapatilla de deporte Vans blanca y con detalles en azul y naranja del pie izquierdo de Jason Farrell y, ante todo, al apartarla…, apartarla… hasta que quedó fuera. Tiré la zapatilla de deporte Vans izquierda de Jason al suelo después de haber esnifado disimuladamente el peste a pie sudado que emanaba de ella. El pie izquierdo de Jason Farrell estaba ahora en calcetín y también desprendía un olor bastante fuerte, no excesivo, a sudor, a rancio. Me di prisa en quitarle al chico, al cautivo Jason, la otra zapatilla de deporte Vans, la del pie derecho. Entonces lancé la zapatilla de deporte Vans derecha también al suelo y me centré ya en observar rápidamente ambos pies en calcetines de Jason Farrell, a los cuales veía en la perspectiva de las plantas. Mi prisionero Jason Farrell llevaba unos calcetines blancos Hanes, con las letras de la marca impresas en el centro en negro. Además, en la zona de la punta de los dedos de los pies de Jason Farrell, que se movían levemente de vez en cuando al sentirse en semilibertad, los calcetines acababan en un reborde tejido con hilos de color gris. Y de hecho, gris-negruzco también eran las manchas en los calcetines que habían formado el sudor, sobre todo en las zonas de los talones y del espacio abombado, más redondo…, de antes de llegar a los dedos de esos pies de Jason Farrell.

-¡Mmmmh! Se nota, se nota de pronto… cierto peste en el ambiente. Te huelen los pies…, ¿eh, Jason?- me atreví a comentarle a Jason Farrell con una leve sonrisa.

Jason Farrell reaccionó con timidez a mis palabras y articuló lo que quería ser una sonrisa diciéndome, como si se disculpara, sin mirarme a los ojos:

-Sí, sí… Ya me lo han dicho a veces, la verdad.

Le devolví la sonrisa en lo que parecía ya un diálogo de besugos sonriendo. Pero no me paré demasiado y le quité a Jason Farrell los calcetines Hanes, de forma rápida y compulsiva. Primero le quité a Jason el calcetín de su pie izquierdo y después el calcetín de su pie derecho. Los tiré al suelo bien arrugados y malolientes, al lado de las zapatillas de deporte Vans. Y ahora los pies descalzos de Jason Farrell quedaban revelados…, descubiertos, ante mí. ¡Y vaya pies! Yo veía las plantas de los pies desnudos de Jason Farrell, todavía más olorosos, bien en primera línea. Los pies descalzados de Jason Farrell eran largos y sorprendentemente bellos. De los talones a la punta de los dedos de los pies de Jason Farrell había una gran distancia, con arrugas marcadas y tonalidades variadas del rojo intenso al rosado-blanquecino más natural. No se veía ni rastro de callosidades ni de pellejos a lo largo de las plantas de los pies de Jason, aunque seguro que no me hubiera importado si las hubiera. En un lado del centro de la planta del pie derecho vi que Jason Farrell tenía un pequeño lunar, marrón y diminuto dentro de la anchura y sobre todo de la longitud de ese pie. Aparte, Jason tenía dispersos en las plantas de los pies algunos restos de hilo de algodón provenientes de los calcetines que le había quitado con tantas ganas. Y ahora, las ganas de comprobar el tacto de los pies descalzos de Jason Farrell era lo que me conducía y me llevó a utilizar la excusa de los hilitos de algodón diciendo:

-Tienes piscos del algodón de los calcetines en las plantas de los pies. Espera…, que te los quito.

No le di tiempo a Jason Farrell a responder, si es que pretendía hacerlo, y los dedos de mis manos empezaron su tarea. Toquetearon las hermosas plantas de los pies de Jason, quitando todo rastro de algodón. Mi escrupulosidad era para verla y con disimulo, las yemas de los dedos se me iban en reseguir las arrugas y el tacto suave, casi esponjoso, frágil y a la vez húmedo…, muy húmedo de sudor, de las plantas de los pies descalzos de Jason Farrell. Mi pene creo que ya mojaba por debajo de mis pantalones…, ¡oh, qué placer!, y más cuando observé como Jason Farrell movía levemente el dedo gordo de su pie izquierdo y luego algunos dedos de su pie derecho en un acto reflejo ante mis tocamientos y seguro que también ante la sensación de desnudez. A mí me parecía mentira aquel tacto vulnerable que estaba comprobando que tenían las plantas de los pies de Jason Farrell, y más al recordar la rudeza de su mano al estrecharla con la mía antes en el despacho de la casa encantada. Me veía cada vez más valiente, confiado y deseoso, así que por sorpresa rasqué con un dedo de mi mano (o más bien con la uña) el lunar de la planta del pie derecho de Jason Farrell a la vez que exclamaba haciéndome el gran ignorante tontarrón:

-¡Mmmh…! Tienes algo…, como roña, en la planta de tu pie derecho, Jason. No sale…

Jason Farrell se ruborizó entero y arqueó los dedos de su pie derecho a la vez que su blanda piel de la planta de ese pie sentía mi tocamiento frenético y cosquilloso. De hecho, inquietándose más y más por segundos, Jason no lo pudo aguantar y me gritó entre indignado y asustado:

-¡Para, para, joder! Eso no es roña…, ¡debe ser un lunar que tengo en la planta de ese pie!

Paré de rascar aquella zona de la planta del pie derecho de Jason Farrell y le dije disculpándome con buen humor:

-Sí, perdona. Ahora que lo dices, es verdad, es un lunar. Además, no tienes los pies tan sucios como para que sea roña, Jason.

Era cierto. A pesar del mal olor a sudor y del tacto húmedo, los pies descalzos de Jason Farrell estaban bastante limpios, y más después de haberle quitado los hilitos de algodón de los calcetines. Pero a Jason no le pareció graciosa mi confusión y me miró en silencio y con cara de fastidio. Sus ojos marrones se clavaban en mí como si fueran punzadas asesinas. Parecía que las cosquillas en los pies no eran lo suyo, lo que a mí me alegraba porque… sería por algo. No obstante, no era cuestión de impacientarse y di unos pasos hacia delante para poder ver los pies desnudos de Jason Farrell de perfil y por la parte superior. La visión era magnífica: aquellos tobillos bastante robustos y fuertes divisados de perfil y, de frente, ¡oh! el reverso a las plantas de los pies del joven skater… Aquel reverso o parte superior de los pies de Jason Farrell era todo lo que podía desear. Por arriba, los pies descalzos de Jason tenían unas venas muy marcadas, haciéndolos plenamente masculinos, al igual que el hecho de que les naciera a cada uno a un lado (los lados que iban directamente a los dedos gordos) un caminito de vello de un color castaño dorado. El vello no era abundante en los pies descalzos del cautivo Jason Farrell pero si te fijabas, ahí estaba, casi camuflado con la piel gracias a aquella tonalidad dorada casi rubicunda. Era el mismo tipo de vello que Jason tenía en sus brazos bien musculados. Aunque bueno, dejémonos de brazos…, yo seguía con mis ojos el vello de los pies desnudos de Jason, lo que me condujo a los dedos de esos pies. Cada uno de esos dedos de los pies de Jason Farrell tenía una última islita de vello, justo antes de llegar al inicio de las uñas. ¡Y qué uñas! Las uñas de los pies desnudos de Jason Farrell tenían un color natural y sano y, como no, estaban bien cortaditas en una forma más bien cuadrada y no redonda. “Vaya, buen chico, bien aseado en el cuidado de las uñas de los pies y cortándoselas de manera que nunca se le puedan clavar en la piel blanda de los lados al crecer”, pensé. Sin embargo, mi atención quedó retenida en una cuestión en la que ya me había fijado antes, desde que el último calcetín salió; los dedos de los pies descalzos de Jason Farrell eran largos, sí, pero tenían algo que no era tan común: el dedo gordo de cada pie de Jason no era el más alto o largo en el conjunto de los cinco dedos, sino que lo era el segundo dedo, es decir, el siguiente al dedo gordo. La diferencia de altura no era muy grande pero sí existente y, en ese instante, aproveché para agarrar con mis manos cada uno de aquellos dos dedos largos que seguían a sus correspondientes dedos gordos. Jason me miró con sorpresa y extrañeza, pero yo me avancé a cualquier palabra comentándole:

-¡Tienes unos pies griegos, Jason!

-¿Griegos? ¿Qué dices…?- frunció el ceño Jason Farrell, demostrando una vez más su ignorancia cultural.

-Sí, ya sabes- me divirtió explicarle esta vez al tontaina de Jason, moviéndole con mis manos ambos dedos que le agarraba en cada pie desnudo –Pies griegos…, se llaman de esta manera por las estatuas de la antigua Grecia. Los griegos representaban, entre otros, a los hombres con este dedo del pie más largo que el dedo gordo, rompiendo por un instante la escalera descendiente en altura de los dedos. Como pasa en los tuyos. Lo normal es tener el dedo gordo más alto que los otros, y no el segundo dedo contando desde el dedo gordo. Así, eres como un dios griego…

-Sí, ya- me interrumpió Jason con cierto fastidio en el tono de voz, demostrando desinterés y aburrimiento ante aquella explicación que seguro que no aportaba nada a su mente de currante no ilustrado.

Entonces, noté como Jason Farrell se mostraba incómodo e intentaba tirar de los dos dedos de los pies que yo le agarraba. Jason lo hacía sin empujar mucho ni aportar mucha fuerza a ello, pero yo sí que notaba sus tironcitos disimulados. Se ve que al macho de mi cautivo Jason no le gustaba que, además de enjaularlo, estuviera jugando con sus pies descalzos. Y bien pronto me di cuenta que Jason Farrell estaba mirando hacia arriba, hacia los ventanucos abiertos, y comprendí parte de su inquietud hetero-varonil. Una luz roja se había abierto tras los ventanucos y un compañero mío disfrazado del jorobado Igor invitaba a un grupo de unas quince personas a mirarnos desde esas oberturas. Por fin teníamos público y dejé ir los segundos dedos de cada pie desnudo de Jason Farrell, más que nada porque su resistencia podía ir a más y se podía “cabrear” antes de tiempo. Mi mente, por otra parte, se hizo a la idea de que la “representación” iba a empezar: el doctor Feethausen, el terror de los chicos guapos con pies sensibles, bellos y grandes renacería ahora mismo ante nuestro público. Di un paso atrás, tragué saliva y puse una voz de tono muy agudo para interpretar a mi siniestro personaje exclamando:

-¡Bienvenidos, público asistente! ¡Temedme! ¡Temedme a mí, al doctor Feethausen, al igual que me temerá mi joven prisionero!

Jason Farrell abrió sus ojos algo rasgados como platos y arqueó las cejas al escuchar mis palabras, al igual que las había escuchado el público desde sus posiciones (estaba testada la sonoridad). Notaba que Jason, con su expresión, estaba entre expectante e incrédulo ante el cambio de mi voz y ante mi frase… ¿amenazante? Sin embargo, la amenaza se tornó realidad y agarré con las palmas de las manos las piernas de Jason Farrell, por la zona de las espinillas y justo más arriba de donde estaban colocados los grilletes. De esta manera me aseguré que tanto las piernas como las plantas de los pies desnudos de Jason Farrell se mantuvieran bien juntas. E inmediatamente, mis labios se posaron en un plís plas sobre las plantas de los pies descalzos de Jason, por la zona central donde se formaba el puente en ambos pies. Acto seguido, notando de forma clara el peste a sudor en mi nariz y el tacto suave de la piel, froté y froté mis labios en ambas plantas de los pies desnudos del enjaulado Jason haciéndole una ruidosa y larga pedorreta. La saliva emanaba de mis labios hacia las vulnerables plantas desnudas de los pies de Jason, que horrorizado, totalmente sorprendido e irritado, me espetó a gritos:

-¡Hostia puta! ¡Qué cojones estás haciendo!

Los diez dedos de los pies descalzos de Jason Farrell se doblaron a la vez haciendo palanca y rozando con las uñas mi frente. No me importó pero decidí parar la pedorreta y mirando a Jason directamente a los ojos le sonreí diciendo con mi voz aguda de doctor Feethausen:

-¿Qué te pasa, Jason? ¿Nunca te había hecho pedorretas en los pies tu mamá de pequeñito? Seguro que te han crecido mucho los pies desde entonces, ¿mmh?

Había conseguido sacar los colores a Jason por un instante, y más cuando al acabar de hablar pasé mi lengua en diagonal de una planta a otra de sus pies descalzos, saboreando la salinidad de la piel del chico skater. El público reía desde arriba y Jason Farrell, poniéndose más y más nervioso ante aquel lametón a las plantas de sus pies desnudos, me cuchicheó mirándome enfurecido e incluso con odio:

-¡Eh, escucha! ¡No sé qué mierda de espectáculo estás acostumbrado a hacer pero yo no firmé el contrato con tu padre para esto! ¡Suéltame ahora mismo!

Yo, por supuesto, no hice caso a las imposiciones pero alejé mi nariz y mi cara de los pies descalzos de Jason. Era la hora de hacerlo “sufrir” de verdad y por ese motivo, no dejando de sonreír, exclamé en voz alta:

-¿Tienes cosquillas en tus enormes pies, Jason?

Jason Farrell, al escuchar mi pregunta, rechinó de rabia sus bellos y blancos dientes e intentó ponerse de pie y sacar sus pies desnudos de la ranura. Pero, claro, la cadena tensada que acababa en los grilletes sujetos a sus tobillos se lo impedía. Al verse perdido, la cara de Jason cambió e hizo una mueca de terror a la vez que me veía acercarme a él y a sus pies descalzados y olorosos. Eso sí, lo siguiente que intentó Jason Farrell fue convencerme con palabras chillándome:

-¡No! ¡No te me acerques! ¡Noo!

El nerviosismo de Jason Farrell contestaba a mi pregunta aunque ya me lo imaginara de antes: sí que tenía cosquillas en los pies. Así que yo, encarnando al doctor Feethausen, moví los dedos de mis manos y me acabé de acercar a mi víctima. Jason se retorcía y golpeaba con los puños el suelo de la jaula como último recurso, pero yo ya llegué a las plantas de sus pies descalzos e inicié unas cosquillas ultrarrápidas con los dedos de mis manos. Los dedos de los pies de Jason Farrell se empezaron a arquear arrugando mucho el resto de las plantas de esos suculentos pies con la contracción de repelús. Y es que al pobre Jason no le quedó más que contraer y flexionar los dedos de los pies a la par que movía de izquierda a derecha y de derecha a izquierda (por la corta distancia que por los lados le dejaba la ranura) dichos pies vulnerables y desnudos. Tan vulnerables y desnudos que las cosquillas le llegaban a pesar del movimiento y de los intentos de huída; le llegaban tanto que Jason Farrell, desde el primer instante que recibió mi contacto táctil, gritó y gritó desesperado entre carcajadas:

-¡Nooo! ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Nooo, cosquillas en los pies no, por favor! ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja!

La risa de Jason Farrell era histérica pero su voz no perdía ese punto de masculinidad ante las cosquillas que yo le hacía a sus pies sin zapatillas de deporte ni calcetines. Eso me gustaba, pero quería ser más efectivo. Así que separé mis manos por un momento de los pies desnudos de Jason y metí una de ellas en un bolsillo de mi bata para sacar… una pluma de ganso. Jason, que había dejado de reír a carcajadas y empezaba a jadear rápido del nerviosismo y del esfuerzo de resistencia, se alarmó al ver la pluma y volvió a gritar esta vez:

-¡No acerques esa jodida pluma a mis pies, ni te atrevas! ¡Nooo!

La pluma de ganso, movida por mí sin cesar, acabó por tropezar con la superficie de las plantas de los pies descalzos de Jason Farrell. Tropezar es un decir…, pero un decir no fue la reacción del desesperado e indefenso Jason: risas y más risas salieron de su boca y su cara entera enrojecía. Realmente, Jason Farrell tenía muchas cosquillas en los pies. Pero a mí no me gustaba demasiado que Jason tuviera aún la oportunidad de mover los pies de un lado a otro (gracias a la pequeña largada de la ranura) y con la mano que me quedaba libre actué con precisión. Le cogí bien fuerte a Jason Farrell casi todos los dedos de sus pies, incluyendo sin faltar el dedo gordo de ambos pies. Solo quedaban completamente fuera del abasto de mi mano el dedo pequeño y el penúltimo de cada pie descalzo de Jason. Con eso, ya me era suficiente para ejercer la presión necesaria con la yema de los dedos de mi mano sobre las bolitas sudorosas que formaban los dedos de cada planta del pie de Jason Farrell. Y entonces, teniendo las plantas de los pies de mi prisionero Jason bien juntas y apretadas por mí para que no se pudieran mover, sus risas a carcajadas se acentuaron sin remedio.

-¡Ja, ja, ja, ja, jaaa! ¡Paraaa! ¡Aaah! ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja!- exclamaba el pobre Jason en un tono cada vez más suplicante e incluso empezando a tener lágrimas en los ojos de la risa.

-¡Cuchi, cuchi, cuchi, Jason!- le iba diciendo yo a Jason Farrell, notando mi pene totalmente erecto a la vez que fregaba y refregaba las plantas de sus pies desnudos con la pluma de ganso.

A medida que Jason me suplicaba y me suplicaba entre risas que parara, notaba las convulsiones de mi miembro. La visión de sus pies descalzos cada vez más sudorosos, al igual que su cara enrojecida… ¡Oooh, Jason Farrell! Estaba a mi merced y seguía riendo, gritando y suplicando:

-¡Por favoor!!! ¡Ja, ja, ja, ja, ja! ¡Deja mis pies en paz! ¡Aaahja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja! ¡Tengo muchas cosquillas…, ja, ja, ja, ja, ja! No lo puedo aguantaar…., ¡ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, jaaa!!!! ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, jaaaaa!!!

Las uñas de los dedos de los pies de Jason Farrell (dedos que yo le agarraba) se me clavaban un poco al intentar flexionarse de las convulsiones que tenía el chico. Unas convulsiones que sin embargo no eran suficientes para que Jason consiguiera arrugar las plantas desnudas de sus pies como antes. De hecho, la pluma de ganso iba de los talones al centro de las plantas de los pies de Jason Farrell, del centro de las plantas de los pies a las zonas más abombadas y redondas (y ahora más y más enrojecidas y sudorosas) de antes de llegar al inicio de los dedos aprisionados de esos pies; y todo tensando la piel de las plantas de dichos pies y no dejando en ningún momento (gracias a mi sujeción manual) que se volvieran a arrugar tanto como al principio de mi sesión de cosquillas. Y de pronto, noté lo que ya se avecinaba bajo mis pantalones: el orgasmo de placer me llegó y el semen se depositó desde mi pene a la tela de mis calzoncillos. Aquello tan excitante me incitó a suspirar a fondo y a dejar de cosquillear con la pluma de ganso las plantas de los pies descalzos del cautivo Jason Farrell. Me giré escuchando tras de mí como Jason jadeaba y jadeaba de agotamiento mientras que, yo, paralelamente, me acerqué a la nariz la mano con la que le había cogido al skater los dedos de los pies. El olor a sudor, a queso de pinrreles de chico joven había quedado más que impregnado en las yemas de mis dedos y esnifé, esnifé… ¡Oooh, qué peste más rico…! Pero de pronto, la voz temblorosa de Jason Farrell detrás de mí me devolvió a la realidad.

-Déjame ir, tío. No puedo más… No me hagas más cosquillas en los pies…, por favor. Acaba con esto y suéltame- eran las palabras del descalzado y enjaulado Jason Farrell hacia mí, que no dejaba por otra parte de darle la espalda.

¿Lo soltaría? Hice un gesto a mi compañero Igor y condujo a toda la gente del público a la sala-mazmorra donde Jason y yo estábamos. La comitiva bajó las escaleras empinadas y se reunió conmigo, en aquel ambiente tétrico y corrompido por el hedor a sudor de pies. Giré la cabeza y miré a Jason, que me contemplaba con ojos suplicantes y asustados. Tan varonil como había llegado a la casa encantada... Los chorreones de sudor bajaban por la frente de Jason Farrell y todavía más cuando me dirigí hablando al público al mismo tiempo que me sacaba de los bolsillos más plumas de ganso e incluso algunos cepillos a pilas para limpiar los dientes.

-Tomad, al doctor Feethausen le apetece ahora mirar. Formad grupos de tres y… ¡a hacer cosquillas en los pies al prisionero Jason Farrell!

Me volví hacia Jason de nuevo y vi como gesticulaba con la cabeza negando, con el cuerpo entero temblándole. El dedo gordo del pie derecho de Jason Farrell se arqueó por un instante bajo el sonido de los cepillos rodantes ya encendidos. La comitiva se fue acercando y pisó y chutó las zapatillas de deporte Vans, blancas y con detalles en azul y naranja, y los calcetines Hanes malolientes del cautivo y descalzado Jason, tirados en el suelo. Y en ese instante, como última muestra de desesperación total, Jason Farrell me dirigió la siguiente exclamación gutural a medida que contemplaba las caras de sus torturadores armados de cepillos de dientes a pilas y plumas de ganso:

-¡Nooooo!!! ¡No me puedes hacer esto!!! ¡Diles que se paren!! ¡Por favoor…..!!! ¡Dejad en paz mis pies!! ¡Noooooooooo…!!!!

3 comentarios:

  1. Esto es muy sexy!!!! contactate conmigo para fantasear

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  2. Valgame!!!!!! me vine solo de leerlo.... hay tanto detenimiento.... casi pude percibir el olor de los pies y la angustia de Jason...... necesitamos escribir la segunda parte!!!! te aseguro que lo haremos bien, una obra conjunta.... contactame... vale?..... este cuento lo leeré un montón de veces para... tu ya sabes.... además me encanta que no haya chicas ;)

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  3. Vale... no puedo dejar de leerlo y releerlo y releerlo.... 3:)

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