domingo, 2 de mayo de 2010

Pies de pizzero a domicilio (Parte 1)

-Ahá, de acuerdo. Una pizza de salami, con doble de queso y con la salsa especial de la casa, tamaño grande. La tendrá en 20 minutos- decía Aniol Vila al lado de la barra de la pizzería, mascando chicle y hablando con cierta desgana por el auricular del teléfono.

Aniol era un chico que había cumplido los 18 años aquel mismo mes. Era alto, de metro ochenta y cuatro de estatura, y de complexión más bien delgada. Aún así, tenía la robustez justa masculina, con las muñecas bastante gruesas y fuertes y unos bíceps bien modelados en el gimnasio, aunque esta musculatura no era exagerada: sí existente y excitante… Su cabello era moreno y ondulado, y se lo había dejado crecer de manera que cubría hacia adelante sus orejas y su frente. Sus ojos destacaban porque eran grandes y verdes, y sus labios eran voluptuosos y muy sensuales. En su barbilla se formaba una pequeña comisura vertical en el centro que hacía de aquel chico un espécimen aún más atrayente y único, si cabe. Como era habitual, Aniol vestía su uniforme de trabajo: una camiseta de manga corta de un rojo chillón que todavía acentuaba más su piel bronceada y -ya no propiamente el uniforme- unos pantalones tejanos azul fuerte y unas zapatillas de deporte Nike negras y con algunos detalles blancos como por ejemplo el logo de la marca. Sus pies se veían tan grandes escondidos en aquellas zapatillas de deporte Nike negras y con algunos detalles blancos… Antes había estado sentado conmigo y sabía que Aniol, debajo de las zapatillas de deporte Nike, llevaba calcetines blancos. Lo sabía gracias al hecho de que al flexionar sus fuertes piernas al sentarse, se le habían subido levemente los tejanos, mostrando así sus tobillos robustos y varoniles cubiertos por aquellos calcetines blancos. Mmmh…, aquello despertaba mis instintos más oscuros y sórdidos.

Aniol colgó entonces el teléfono y suspiró a fondo. Pero enérgico como era, el chico dio la vuelta a la barra pegando un salto sobre ella y pasando así al otro lado, pisando fuerte la superficie de la barra con aquellos pies calzados con las zapatillas de deporte Nike y los calcetines blancos.

-¡Eh, Nando, una de salami grande para enviar a domicilio!- empezó a decir Aniol de una forma de nuevo animada mientras cogía el casco de la moto que había casi al lado de la puerta de la cocina –Que tenga salsa especial y doble de queso… Yo me piro a hacer la próxima entrega, ¡no tardaré demasiado!

Entonces, Aniol regresó al otro lado de la barra y pasó por mi lado, mirándome con esos ojos verdes, totalmente ingenuos de mis perversiones…

-Ven, tío. Como te iba diciendo, la movida estuvo muy chula, ¡te la perdiste!- prosiguió Aniol con la conversación que manteníamos justo antes de que sonara el teléfono de la pizzería –Esos mossos no tuvieron cojones ni para reaccionar. Allí estábamos unos cuantos delante de ellos quemando fotos del rey, ¡y ellos cagados!

Aniol sonrió acto seguido, mostrando unos dientes blancos y bien alineados. El chico estaba haciendo gala de toda su chulería ante mí. Él, decidido e impulsivo, sin miedo a nada, había casi encabezado una manifestación antiborbónica. Ese era Aniol, un inconformista, chulo y engreído. Y yo le reía las gracias, claro. Pero lo hacía mirando de vez en cuando a los pies de Aniol, o más bien a aquellas zapatillas de deporte Nike negras y con detalles blancos que me escondían los calcetines blancos y más al fondo, debajo…, la visión de todos mis deseos…, de aquello que anhelaba. Oh, ¿cómo serían los pies descalzos de Aniol? Deseaba descubrirlo, fuera como fuera, sí…

Aniol tocó en plan colegueo mis espaldas con su varonil y grande mano derecha. Miré de reojo a sus dedos largos, imaginándome cómo serían los de sus pies. El chico, Aniol, sujetaba con la otra mano el casco de la moto y me invitaba a acompañarle fuera diciendo:

-¡Venga, vamos! Tengo el próximo pedido ya en la moto. Acompáñame un rato ahí en la calle, que he quedado con Anaís. A estas horas sale de la academia de inglés y le he dicho que se pasara por aquí. Ya verás qué buena está.

Aniol, el muy ignorante, no sabía que a mí lo único que me interesaba era el hecho de que él estaba muy bueno. Su novia Anaís me daba absolutamente igual, o no…, porque mi cabeza había maquinado un plan, un retorcido plan para tener a Aniol a mi merced. Nacho me iba a ayudar, porque era cosa de dos…, pero con lo que yo había pensado me quedaría con la mejor parte, claro… Mi premio tenía que ser Aniol.

Fuera la noche empezaba a echar su manto…, y Aniol caminaba a paso decidido, con aquellos pies grandes y calzados con las zapatillas de deporte Nike y los calcetines blancos. Aniol echó un vistazo a la parte trasera de su moto, para comprobar que el cargamento de pizzas estaba en su sitio. En ese instante, una chica rubia, esbelta y muy mona le vino por detrás y le tapó los ojos con sus manos. Aniol sonrió antes de que la joven dijera nada, porque ya sabía quien era. Aún así, la chica, exclamó de forma muy jovial:

-¿Quién soy?

-A ver…, no sé… Conozco a una chica que se llama Anaís… Es muy pesada pero no sé si será ella…- bromeó Aniol a la vez que Anaís ya le destapaba los ojos, mirándolo con aires de aparente desaprobación por aquel comentario ocurrente del chico.

Aniol se dio la vuelta y cogió a Anaís por la cintura. Con sus fuertes y masculinos brazos, Aniol no dudó en levantar unos metros del suelo el cuerpo de Anaís, para después besarla en los labios de forma apasionada. Yo estaba comprobando cómo aquellos dos, Aniol y Anaís, no echaban cuentas del mundo e introducían sus lenguas en la boca del otro. Sus gestos al besarse los delataban… El francés parecía ser la especialidad de Aniol. El muy pillo…Yo esperaba y esperaba…, y al final Anaís se quedó mascando el chicle que hasta aquel instante Aniol saboreaba en su boca. Por su parte, Aniol me miró a mí con sus ojos verdes y, mostrándome una sonrisa torcida de complicidad, me comentó ante todo:

-¡Qué!, ¿a que está buena? Esta es Anaís, mi chica.

-Sí…, ¡hola qué tal!- empecé a decir mirando fijamente a Anaís –Aniol no ha parado de hablarme de ti y tenía razón, ¡eres muy guapa!

Aniol todavía mantenía aquella sonrisa torcida de gallito y al escuchar mis palabras hacia Anaís, le pasó a la joven la mano por las espaldas y me espetó en plan engreído y posesivo, pero en broma:

-¡Eh, tío! Ya valen los piropos…, que Anaís es mi novia. ¡Búscate a otra que ésta está ocupada!

Reí a carcajadas, más que por la broma, por la ingenuidad de Aniol. Anaís, por su parte, se separó de Aniol, y le dijo no muy en serio:

-Oye, no me trates como si fuera tu perrito. ¡A una chica siempre le gustan oír buenos piropos!

Entonces, Aniol miró a Anaís con sus ojos verdes entreabiertos y en tono seductor, le susurró lo suficientemente fuerte como para yo escucharlo:

-Guapa…, ¡Bellísima! ¡Mi princesa!

El galán de Aniol no perdió tiempo y volvió a besar a Anaís en los labios, esta vez con más ternura que pasión. Anaís parecía encantada y se dejaba besar y manosear por Aniol. Me preguntaba si ya lo habrían hecho. Sabía que Aniol no era virgen y que iba de flor en flor pero…¿con Anaís habría conseguido llegar a algo más? Tampoco me quitaría el sueño eso…, pero sí mi otro propósito… Por ese motivo lo tenía que llevar a cabo esa misma noche.

-Bueno, me he dejado el reloj en casa pero debe ser tarde…- dijo Aniol cuando paró su besuqueo con Anaís –Ya falta menos para que no se acepten más pedidos pero tengo que acabar con estos para que no se me acumule el curro.

-A lo mejor os hago yo un pedido. He quedado con un amigo en mi casa para ver el Barça-Madrid- dejé ir como aquel quien no quiere la cosa.

Aniol me miró con cara de indiferencia. No obstante, estaba seguro que al chico no le apetecía un pedido más. Pero fingió una sonrisa de aprobación y me contestó:

-De acuerdo. Pero vigila que no se te pase el horario de pedidos, ¡que no pienso hacer un favor ni siquiera a un colega! Hoy no.

Después, Aniol dirigió una mirada de complicidad a Anaís. Estaba seguro de que habían quedado para cuando Aniol finalizara su jornada laboral… Yo les estropearía sus planes y esa noche nunca la olvidarían. Me palpé disimuladamente la espalda, a la altura de la cintura: nadie lo había notado, pero llevaba una pistola sujeta a los pantalones.

-¡Me piro…, hasta luego, preciosa!- dijo Aniol exclusivamente a Anaís, a la vez que se colocaba el casco en la cabeza y se montaba ya en la moto.

A mí, Aniol no me había hecho ni caso y ahora trataba de arrancar la motocicleta presionando una y otra vez el pedal de arranque. Yo me estaba poniendo más y más cachondo al ver a Aniol, dando y dando con su enorme pie izquierdo calzado con la zapatilla de deporte Nike negra y con detalles blancos y el calcetín blanco sobre el pedal de arranque, con mucha fuerza e ímpetu. Finalmente, la moto rugió y Aniol entonces me miró y me hizo una señal con el dedo, en plan saludo chulesco, y pasó por mi lado para luego alejarse y alejarse. Aniol iba a toda pastilla conduciendo aquella moto y yo me quedé por fin a solas con Anaís. Era el momento de empezar a poner en marcha mi siniestro y lujurioso plan: Aniol y sus pies, descalzos, serían míos.

-Bien, Anaís…- empecé a decir expresamente, sabiendo que no iba a acabar la frase.

Debía tener a Anaís entretenida, pensando que aún le quedaba un rato de charla conmigo. Así que después de esto, fingí tener una llamada de móvil, que solo me había alertado con el vibrador. En realidad, fui yo el que llamé, a Nacho, y hablé delante de Anaís.

-Sí, Nacho…, quedamos en frente de mi casa. Ya es hora de hacer lo que te dije. Yo me encargo de traer el primer paquete del reparto…- hablé por el móvil mirando de reojo a Anaís, mostrándole una sonrisa siniestra.

Anaís no se sintió aludida. Y cuando colgué el móvil, me comentó con una amplia sonrisa:

-Vaya, ¡parece que estuvieras hablando de contrabando de drogas o algo así!

Yo también sonreí, pero a la vez que me acercaba a Anaís y me palpaba la pistola escondida. Era el momento de capturar el anzuelo para por fin obtener lo que quería de Aniol. La calle estaba solitaria a pesar de hacer una noche calurosa, como para salir al exterior corriendo… Pero a mí ya me parecía bien. Me uní junto a Anaís, a su lado, de forma muy rápida, y saqué la pistola. Ahora le estaba encañonando la frente y de forma paralela, le tapé la boca con la otra mano para que no chillara. No era nada personal, pero para que no pensara en ningún momento que aquello era una broma, le grité:

-Estate calladita y colaboradora, ¡puta! Ahora me acompañarás y harás todo lo que yo te diga. Sin llamar la atención o te vuelo los sesos.

El cuerpo de Anaís empezó a temblar. Sus ojos estaban abiertos como platos y su cara totalmente pálida. Mis amenazas habían tenido el efecto esperado y no me costó nada llevarme a la jovencita Anaís a mi casa. ¡Qué muchacha tan colaboradora! Noté como algunas lágrimas de terror caían sobre mi mano. Seguro que la muy ignorante pensaba que la iba a violar…, a profanar su cuerpo oculto bajo las ropas. Pero no me interesaba nada de ella, claro que no…, nada de su cuerpo, del de ella no.

Pasó una hora y media y yo volvía a estar en la calle. Nacho ya se estaba ocupando de tenerlo todo controlado en casa. Y yo esperé delante de la pizzería hasta que vi aparecer a Aniol montado en la moto. El chico venía de hacer el que probablemente era su penúltimo reparto de la jornada. Así que me quedé observando como Aniol paraba la moto, la aseguraba en el suelo con ayuda de sus pies calzados con aquellas zapatillas de deporte Nike negras y con detalles blancos y aquellos calcetines blancos, y, casco en mano, entraba decidido dentro del establecimiento. El atlético Aniol volvió a subirse a la barra para llegar al otro lado, luego dejó el casco en una repisa y se sacudió su cabello moreno y ondulado, alborotándoselo en señal de agobio y cansancio. También es probable que Aniol quisiera, con aquel gesto, enjuagarse un poco el sudor. Realmente aquella noche hacía mucho calor y, para mi suerte, el enérgico Aniol había trabajado y sudado mucho. Mientras veía como Aniol empezaba a hablar con Nando, yo no perdí tiempo y cogí mi móvil para hacer al fin mi pedido. El teléfono sonó en el establecimiento y Aniol cogió el auricular al instante y se lo puso en la oreja.

-¿Pizzería Nando Express?- sonó la voz potente y masculina de Aniol, llena de fuerza.

-Hola, Aniol. Quiero hacer ya mi pedido- dije esperando que reconociera mi voz.

-¡Eh, eres tú, chaval! Qué hay, un poco más y no nos pillas ya- vi que Aniol exclamaba con una media sonrisa en la boca.

Para mis adentros, reí pensando en que claro que “pillaría” a Aniol. No se me escaparía. No había estado haciéndole la pelota tanto tiempo, fantaseando con los grandes pies que me ocultaba…, para al final no pillarlo. Hice mi pedido, que era lo de menos:

-Quiero una pizza barbacoa grande, con doble de cebolla y la salsa especial de la casa.

Aniol, en el establecimiento, tomó nota de memoria de lo que le pedía y a continuación me contestó con un tono alegre, natural y despreocupado:

-Okey, ningún problema. La tendrás en casa de aquí 20 minutos. ¡Hasta ahora, tío!

Sí, “hasta ahora”… Acabé la llamada por el móvil y todavía me quedé un rato más espiando a Aniol: el chico trabajaba tan aplicado, metiendo las pizzas recién sacadas del horno en sus respectivas cajas de cartón…, para luego acabar llevando esas cajas a la moto aparcada en el exterior, caminando rápido con sus pies calzados con las zapatillas de deporte Nike negras y con detalles blancos y con los calcetines blancos… Pero bien, ya no me podía entretener más y me fui a casa. El momento de la verdad se acercaba de forma inminente.

La televisión estaba puesta y de fondo se podía escuchar y ver el partido de fútbol que jugaban el Barça y el Madrid. Pero eso también era lo de menos. Ni Nacho y ni yo estábamos para ver el partido, más bien para maquinar. En aquel instante me encontraba en la sala de estar, solo. Nacho tenía la tarea asignada de vigilar e intimidar a Anaís en la habitación contigua. Así que yo tenía todo el tiempo del mundo para estar atento a cualquier sonido que proviniera de la calle. Y finalmente, mis ratos muertos de escucha dieron su fruto y el sonido de una motocicleta se filtró desde el exterior hasta la sala de estar. Eché inmediatamente un vistazo por la ventana y allí, en la calle y delante de casa, estaba Aniol aparcando la moto. El joven e ingenuo Aniol se quitaba el casco de la cabeza y cogía la pizza que tenía que entregar a domicilio: la mía. Sus cabellos morenos y ondulados, su cuerpo delgado y a la vez alto, atlético y fibroso, sus pies bien calzados en aquellas zapatillas de deporte Nike negras y con detalles blancos, y en los calcetines blancos de debajo…, todo el conjunto era una grata visión para mí. Mi corazón y mi miembro tenían vida propia por igual cuando vi como Aniol por fin se dirigía con la caja de pizza en mano hacia la entrada al bloque de pisos. Los segundos se hicieron entonces interminables, interminables…, hasta que el timbre de la puerta al piso sonó. Era él, era Aniol y ya no había marcha atrás, ni para él –que había caído en mi trampa- ni para mí –que no me importaba llegar bien lejos con tal de conseguir mis propósitos-.

Abrí la puerta sin perder ni un segundo más y allí estaba Aniol, con el casco de la moto sujeto en el brazo izquierdo y con la caja de pizza en la palma de su mano derecha. Aniol había subido los escalones hasta llegar al quinto piso (no había ascensor) y ni siquiera jadeaba: al contrario, el enérgico Aniol me sonreía allí, ante mí, vestido con aquella camiseta roja de manga corta, con aquellos tejanos de color azul fuerte y, sobre todo, con aquellas zapatillas de deporte Nike negras y con detalles blancos y con aquellos calcetines blancos que no veía. Los pies de Aniol, ocultos en las zapatillas de deporte y en los calcetines, estaban ahora allí en el rellano de mi casa. Pero no tardaron en moverse cuando su dueño, Aniol, abrió la boca y de forma extrovertida empezó a decir alertado por el sonido de la televisión:

-¡Eh!, ¿ya ha empezado el partido, no? ¿Cómo van?

Aniol había pasado por mi lado, entrando en la sala de estar, sin ni siquiera mencionar la pizza que traía. Eso sí, la dejó en su caja encima de la gran mesa de la sala de estar y así, con el casco de la moto aún en el brazo izquierdo, ya tenía a Aniol de pie mirando fijamente al aparato de televisión.

-Vaya, ¡van empate a cero aún!- exclamó Aniol sin abandonar una media sonrisa, para después morderse el labio inferior levemente, mientras veía el resultado del partido.

Entonces, me propuse probar primero a Aniol con buenas palabras... Nada perdía por intentarlo, aunque sabía cómo acabaría al final aquello. Para eso teníamos a Anaís… Cerré la puerta del piso tras de mí y caminé hasta Aniol, todavía de pie mirando con máximo interés el partido. Eché un vistazo a sus grandes pies, inertes allí, delante del televisor, y calzados con aquellas zapatillas de deporte Nike negras y con detalles blancos y con aquellos calcetines también blancos, y ocultos. Después, me decidí a hablar de forma tranquila y natural diciendo:

-Quédate un rato, Aniol. Ahora parece que el partido se va animando.

Aniol ni lo dudó y, dirigiéndome una rápida mirada con sus ojos verdes, exclamó de forma animada:

-Sí, ¡me quedaré cinco minutos! Ya no me quedan casi entregas por hacer y voy bien de tiempo. Luego he quedado con Anaís.

Acto seguido, Aniol caminó unos metros hasta la mesa del comedor y dejó allí, al lado de la caja de pizza, el casco de la moto. Yo ya me había sentado en el sofá, muy satisfecho, y Aniol hizo lo mismo, no quitando ojo de la pantalla de televisión. El inconformista Aniol se había sentado en el sofá a lo pasota, reposando el codo en el respaldo de detrás de su cabeza. Sus pies se mantenían en el suelo y yo me iba poniendo y poniendo. Aniol, aquel espécimen tan varonil, estaba moviendo nervioso, en el suelo, su pie derecho, calzado -como el izquierdo- con aquella zapatilla de deporte Nike negra y con detalles blancos y, debajo, con calcetín blanco, a medida que iba viendo las jugadas perdidas del Barça para marcar gol.

-¡Ostia puta! ¡Pero qué mal están jugando, tío!- exclamó y gesticuló con el brazo Aniol, de forma muy efusiva y despegando su espalda del respaldo del sofá.

Entonces, observando de reojo al iracundo Aniol, me quité las zapatillas de deporte que llevaba puestas y puse los pies en calcetines encima del sofá. Era parte de mi plan de prueba y empecé… Miré fijamente a Aniol, que no se había dado cuenta de mi acción tan atento como estaba al partido, y luego clavé la vista en concreto a sus pies calzados con las zapatillas de deporte Nike y los calcetines de debajo. Iba a hablar, con el corazón a cien, cuando Aniol de pronto se avanzó a mis palabras diciendo:

-Por cierto, ¿no habías quedado con un colega? ¡Se está perdiendo ver hacer el pena al Barça!

Sonreí y mentí descaradamente a Aniol, explicándole:

-Tenía que ir a unos cuantos sitios antes de venir aquí y me llamó hace una hora para decir que se retrasaría. No debe tardar en llegar.

Aniol apenas me miraba a la cara y seguía concentrado en el partido mientras intercambiábamos estas dudas e informaciones. Silencio… Ahora sí que era momento de proponerle lo que iba a proponerle antes de que me interrumpiera. Tragué saliva y le dije al fin a Aniol:

-Eh, ¡si quieres, Aniol, quítate las bambas para estar más cómodo!

Sabía que aquellas palabras eran súbitas para cualquiera que estuviera de visita en casa ajena… Aniol giró la cabeza hacia mí con gesto dubitativo y sorprendido. Creo que sentía más vergüenza que sorpresa, pero bueno…, ¡lo que le quedaba! Yo ya no las tenía todas conmigo y así fue: Aniol reaccionó bastante pronto y, con una media sonrisa, me dijo:

-No, tío… No hace falta. Y además, ¡me voy a ir de aquí nada!

Aquello fue un jarro de agua fría para mí, aunque en cambio me iba empalmando cada vez más. Aniol creía que tenía el control de la situación y ahora había vuelto a girar la cabeza hacia el televisor. Yo miraba sus grandes pies calzados con las zapatillas de deporte Nike negras y con detalles blancos, y con calcetines blancos debajo, ya sin ningún tipo de disimulo. Ya era la hora de la verdad…, lo había decidido. Por fin Aniol conocería quién era yo realmente. Y no le gustaría, no…

La imagen de la televisión desapareció de pronto. Había sido yo, que había cogido el mando a distancia y había apretado el botón de apagado, sin ocultar el gesto. Aniol, en seguida, giró la cabeza hacia mí y ahora sí que tenía una cara de sorprendido, a la par que se le veía realmente serio y fastidiado.

-¡Eh! ¿Qué cojones haces? ¡Enciende la tele!- exclamó Aniol de mal humor alargando el brazo para alcanzarme el mando a distancia que tenía en la mano.

Yo reí divertido y me levanté del sofá para alejarme de Aniol. Sacar fuera de sus casillas a aquel chico viril y chulo era genial. Aniol se levantó también del sofá y se dirigió hacia a mí. Sabía que solo con mi verborrea podía dejarlo en shock y parar su avance momentáneamente. Y así lo hice… Mi pregunta a Aniol, todo un juego para mí, fue desconcertante para él:

-¡Oye! ¿Por qué no te quieres quitar las zapatillas de deporte ante mí, Aniol? ¿Es que te huelen mucho los pies?

Se notaba que Aniol estaba incrédulo ante aquello. Su porte era de altivez, como si se estuviera enfrentando a un chiquillo inmaduro y malcriado. Por eso, tuve que aguantar que, a los pocos segundos, Aniol volviera a la realidad de sus propósitos exclamándome:

-¡Vamos, tío…! ¡Déjate de tonterías y dame el mando!

Aniol volvía a avanzar dirigiéndose decidido hacia mí. Yo di un paso atrás y después miré hacia la puerta de la habitación contigua. Era el momento de destapar aquel complot contra Aniol, que se me estaba poniendo ya demasiado gallito. Mi boca se abrió y sonaron las palabras mágicas:

-¡Nacho! ¡Sal ya con la sorpresa para Aniol!

Los ojos verdes de Aniol se abrieron de par en par cuando de la habitación de al lado salió Nacho con Anaís delante suyo. La chica iba con la boca amordazada, con las manos atadas a la espalda y además sujeta por su mismo captor, Nacho, que la dirigía y la apuntaba en la frente con una pistola. Los ojos de Anaís estaban rojos de tanto llorar, así que era difícil que alguien pudiera pensar que aquello era una broma. Pero Aniol parecía que se tomaba aquello más bien como una broma muy pesada: apretó los puños, sus brazos temblaban un poco y su boca formó una mueca de rabia a la vez que gritaba:

-¡Cabrones! ¡Qué significa esto! ¡Soltad a Anaís ahora mismo…! ¡No tiene ninguna gracia!

El rostro de Aniol enrojeció y sus pies calzados con las zapatillas de deporte Nike negras y con detalles blancos, y con los calcetines blancos, avanzaron rápidamente en dirección a Nacho y Anaís. Debía actuar antes de que Aniol le pudiera hacer daño a Nacho y consiguiera estropear nuestros planes. Aniol ya no mandaba, ya no era el chico guai, chulo y reivindicativo…, era mi juguete y se tenía que dar cuenta. Saqué mi pistola, que llevaba un silenciador incluido, y apunté a Aniol directamente al pecho ordenándole con toda dureza:

-¡Quieto ahí, Aniol! Esto no es una broma y si no te estás tranquilo y no haces todo lo que te diga, atravesaremos el cráneo de tu chica Anaís. Las pistolas son de verdad…

-¡Parad esto, imbéciles…! ¡Anaís!- me interrumpió Aniol insistiendo en hacerse el gallito y dirigiéndose ya corriendo hacia Anaís.

Aniol era un hueso duro de roer, lo estaba comprobando y lo tenía que parar. Así que apreté el gatillo de mi pistola y pegué un tiro que fue a parar a uno de los cojines del sofá, agujereándolo. Aniol se había girado con la boca abierta al oír el sonido seco y ahogado del disparo con silenciador y ahora me miraba a mí atónito, paralizado por el miedo aunque se notaba que la furia lo consumía por dentro. Anaís había empezado a llorar de nuevo y bajo la mordaza se podía distinguir un intento de grito desesperado. Aniol, entonces, se giró hacia Anaís y le dijo con voz suave, de forma totalmente enternecedora:

-Tranquila, princesa… No llores.

Pero la voz de Aniol sonaba temblorosa, y sus puños igualmente temblorosos también lo delataban. Todavía se quería hacer el valiente y yo le volví a apuntar al pecho con mi pistola con silenciador. Acto seguido, Aniol nos miró ahora a mí y ahora a Nacho y nos exigió en tono imperativo y casi histérico:

-¡Joder! ¡Bajad esas pistolas! No puedo creer que estéis haciendo esto…

-¡Calla y entra en ese dormitorio ahora mismo, Aniol!- interrumpí a Aniol señalando la puerta por la que había salido Nacho con Anaís.

-¡Estás pirado…! ¿Qué quieres? Pensaba que éramos amigos…- me dijo entonces Aniol directamente a mí, con una mirada llena de odio e incomprensión.

-¡Camina y calla, Aniol!- quise concluir aquel tira y afloja al que me quería llevar Aniol.

Mi tono era contundente, cruel…, pero Aniol empezó a caminar a un paso lento y dubitativo, mirándome a mí de reojo de vez en cuando. Se notaba que Aniol estaba intentando preparar una estrategia para atacarme y quitarme el arma, aún estando Anaís en nuestro poder. Con sus pies calzados con aquellas zapatillas de deporte Nike negras y con detalles blancos, y con los calcetines blancos debajo…, Aniol continuaba con la tónica de avanzar a velocidad de tortuga. Por mucho que maquinara, estaba seguro que el chico desistiría al final de cualquier ataque: la vida de su Anaís estaba en juego. Pero sus andares lentos me estaban cabreando, así que sin dudarlo choqué mi mano libre contra la fuerte espalda de Aniol y lo empujé con tanto ímpetu que el pobre Aniol dio cuatro pasos obligados hacia delante, cruzando ya el marco de la puerta al dormitorio, y luego tuvo que frenar con los pies calzados con las zapatillas de deporte y los calcetines blancos para no caerse de morros al suelo. Entonces, sí que a continuación Aniol caminó él solito, ya dentro del dormitorio, aunque de pronto giró la cabeza hacia mí y me clavó una mirada fulminante y de desafío con sus ojos verdes a la vez que me amenazaba exclamando:

-No sé qué cojones pretendes…, cabrón, pero ésta me la vas a pagar… ¡Te voy a dejar la cara como un mapa! ¡No te va a reconocer ni tu puta madre!

Reí a carcajadas y volví a empujar a Aniol por la espalda de manera que el cuerpo del chico se precipitó hacia la cama de matrimonio que había en el centro de la habitación. La reacción de Aniol fue providencial para no caer en el colchón, apoyando los brazos sobre él con las palmas de las manos y quedándose unos pocos segundos con el culo en pompa hacia mí. Inmediatamente, Aniol volvió a levantar su cuerpo arqueado y apoyado en el colchón, dándose la vuelta para estar de cara a mí. Por sus ojos, que reflejaban un odio salvaje y demencial, sabía que Aniol me quería hacer pupa…, mucha pupa…, y además, se atrevió a hacer dos pasos hacia mí, alejándose de la cama, con sus pies calzados con aquellas zapatillas de deporte Nike negras y con detalles blancos y con los calcetines blancos ocultos debajo. Yo me estaba trempando al contemplar a Aniol allí de pie, tan chulo a pesar del miedo, mirándome directamente a la cara e inconscientemente apartándose de la cama, el lugar donde lo quería tener a toda costa.

-Maldito cabrón…- refunfuñó entonces Aniol, demostrando que la intensidad de su varonil voz se iba apagando.

Pero yo no tenía bastante. Aniol seguía con aquella altivez de orgullo herido pero en apariencia preparado con refuerzo a prueba de tempestades. No lo podía permitir… Así que en el momento en que Nacho entraba en la habitación con la aterrada Anaís, alcé la mano con la que sujetaba el arma y con su empuñadura golpeé la mejilla derecha de Aniol. Anaís volvió a dar un chillido bajo la mordaza y Aniol, su chico, se tambaleó en cuestión de segundos y cayó sobre la cama tan largo como era, mostrándome sus grandes suelas de las zapatillas de deporte Nike…, de cara a mí. El golpazo no había sido excesivamente fuerte y Aniol se reincorporó en el colchón, manteniéndose sentado en el borde de la cama. Estaba intentándolo evitar, pero veía como el cuerpo de Aniol lo delataba, temblando de furia, nerviosismo y –por qué no- terror mientras que se frotaba el lado de la cara dolorido con sus dedos largos, grandes y varoniles. A continuación, Aniol alzó la vista y me miró, con unos ojos verdes que más que cabreo, denotaban incomprensión, desconcierto y cierto bloqueo en cómo sentirse y actuar ante lo que comenzaba a ser una humillación. Aunque no le había dejado marca, no pude evitar agacharme levemente y acariciar con mi mano la mejilla de Aniol. El tacto era casi del todo suave, con una cierta sensación a terciopelo por el incipiente vello de barba que empezaba a salir. Aniol apartó la cara bruscamente a mi caricia, con expresión de asco y de sorpresa, y enseguida me espetó:

-¡Déjame! ¡No me toques…!

No le dejé acabar la frase. Creo que Aniol ya estaba viendo que mi actitud hacia él tenía algo de sórdida y sexual. Pero yo me adelanté a él, con una idea repentina en la cabeza, y le dije:

-Mantén tu culo aquí sentado, Aniol. No te atrevas a moverte o Nacho mata a Anaís. Yo vuelvo ahora mismo, que me he olvidado una cosa en la sala de estar.

Salí del dormitorio con paso decidido y regresé, cerrando la puerta tras de mí, con la caja de pizza que el propio Aniol había traído y había dejado de forma despreocupada en la mesa cercana al sofá. Después, ante la mirada desconcertada de Aniol, dejé en el suelo aquella pizza barbacoa: en su caja y a un lado de la cama, a pocos metros de los pies de Aniol que tocaban el suelo calzados con aquellas zapatillas de deporte Nike negras y con detalles blancos y con aquellos calcetines blancos ocultos debajo, ya por poco tiempo.

-Bien, Aniol- comencé a decir con una sonrisa retorcida y maliciosa –He esperado este momento durante mucho tiempo…, demasiado. Ahora te vas a quedar quietecito y te vas a portar bien mientras yo juego por fin un poco. Recuerda a Nacho y su pistola, no lo olvides. Los dos estamos locos y la vida de tu fulana no nos importa.

CONTINUARÁ…

1 comentario:

  1. Bien, bien..... ya guarde este cuento y he trasformado a la chica en un primo de Aniol, Eddie.... así es mejor hehe

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