viernes, 9 de julio de 2010

Garra Rufa (Primera parte)

La vieja casa de estilo victoriano se alzaba en una punta de la calle Hill, alejada de los demás domicilios de la zona gracias a la presencia de unos cuantos grandes árboles que la rodeaban y la ensombrecían. La noche también ayudaba a hacer de aquel caserón algo totalmente siniestro e inquietante. Pero un chico de 18 años guapo, decidido, descerebrado y decantado por el mal camino como era Jared MacAlister no estaba para frenarse por esas nimiedades estéticas y poco prácticas para sus propósitos. El joven Jared MacAlister, de hecho, pedaleó sin dudarlo dirigiendo así su bici, robada ya hacía tiempo, a la solitaria casa. Jared MacAlister era un chico alto, de complexión delgada pero a la vez atlética –con una buena musculación marcada en su cuerpo entonces oculto- y tenía el cabello rubio oscuro, corto y algo ondulado. Los ojos de Jared MacAlister eran de un color verde intenso y su boca, de labios voluptuosos, y también unos dientes blancos y perfectos completaban su apariencia de querubín rebelde, tentado por el lado oscuro. De hecho, a pesar de aquella apariencia física de Adonis perfecto y delgaducho y de aquellos bellos ojos verdes hipnotizantes, las facciones del rostro de Jared MacAlister acababan por ser duras, de chico malo, principalmente gracias a la cierta largura del total de la cara (pero sin pasarse y manteniendo cierta armonía de belleza) y a la forma de sus ojos, algo estrecha y con las cuencas un poco hundidas.

Bajo esa mirada profunda e inquietante, Jared MacAlister iba vestido aquella noche de fechorías con una camiseta blanca sin mangas y de cuello ancho-bajo que dejaba entrever el principio de un torso sin presencia de vello, una camisa a cuadros azul y blanca de manga corta sin abrochar y colocada por encima de aquella camiseta blanca interior, un cinturón oscuro y de hebilla metálica sujeto y rodeando su esbelta y a la vez masculina cintura, unos pantalones tejanos largos de color azul oscuro y cuyas perneras acababan ampliamente dobladas en la zona de los tobillos dejando ahí a la vista el reverso azul muy claro de aquella pieza de ropa y, finalmente, unas zapatillas de deporte Air Jordan modelo bota alta de color azul oscuro, de cordones rojos y con detalles blancos en los lados y, debajo de esas zapatillas de deporte, unos calcetines blancos de algodón que calzaban y cubrían sus grandes pies y los ocultaban por completo. Claro, también estaba su ropa interior tras los pantalones tejanos…, pero por el momento es suficiente.

Jared MacAlister se había asegurado de que el señor Lester Sadowski saliera de casa y se alejara montado en su destartalado coche. Así, con la casa de estilo victoriano vacía, sería muy fácil robar allí dentro unas cuantas posesiones de valor y, si había, algo de dinero, claro. Jared MacAlister necesitaba pasta de forma urgente y, como no, objetos de valor para vender y canjear por más pasta. Entre sus pequeños caprichos en drogas para consumo propio y las deudas que tenía contraídas con un peligroso corredor de apuestas, -“malditos Lakers…”-, Jared MacAlister no veía una opción mejor y ahora justo llegaba montado en la bicicleta al césped mal cuidado del jardín de la casa victoriana. Enseguida, Jared MacAlister bajó de los pedales sus grandes pies calzados y protegidos en aquellas zapatillas de deporte Air Jordan de color azul oscuro, detalles blancos y cordones rojos y en aquellos calcetines blancos de debajo. Miró a su alrededor y al no ver moros en la costa, Jared MacAlister terminó por retirar su trasero y su entrepierna de encima de la bici. Unos arbustos sirvieron a continuación para que Jared MacAlister ocultara su vehículo de huída de dos ruedas.

Entonces, el atlético Jared MacAlister corrió por el frondoso césped, camuflándose entre la oscuridad de la noche, hasta llegar a una esquina de la casa victoriana de Lester Sadowski. Acto seguido, Jared MacAlister oteó más allá de la esquina y corrió en paralelo a la pared trasera de la casa para así acabar delante de la puerta de atrás, que conducía a la cocina. Directo al plan, Jared MacAlister se sacó la primera ganzúa de un juego de siete del bolsillo delantero derecho de sus pantalones tejanos de color azul oscuro. Las demás ganzúas se quedaron bien resguardadas en el bolsillo y Jared MacAlister prosiguió sus rápidos movimientos de felino metiendo la ganzúa en la aparentemente endeble cerradura de aquella puerta trasera que daba a la cocina.

No había hecho más que girar una vez la ganzúa, cuando el joven Jared MacAlister miró a su alrededor y vio de pronto que la ventana de al lado a la puerta que intentaba abrir…, ¡estaba abierta!

-¡Ostia puta! ¡No me lo puedo creer! Qué puta potra… Y si me descuido, yo aquí con la ganzúa como un jodido pringao…- murmuró entonces para sí el malhablado y sorprendido Jared MacAlister, medio sonriendo incluso por aquel “regalo” perfecto para un ladrón.

Y fue así como Jared MacAlister retiró con cuidado la ganzúa de la cerradura y se la volvió a guardar en el bolsillo junto a las otras. Ya no las necesitaría y, pensando que la noche no le podía ir mejor, Jared MacAlister dio un salto apoyando sus fuertes y a la vez delgadas manos en la repisa de la ventana hasta que de ese modo se encontró sobre ella con las rodillas flexionadas. Los pies de Jared MacAlister, calzados con las zapatillas de deporte Air Jordan azul oscuras –y de detalles blancos y cordones rojos- y con los calcetines blancos, estuvieron encima de la repisa de la ventana por pocos segundos porque enseguida bajaron hacia la oscuridad del interior de la cocina.

Ya estaba dentro de la casa. Jared MacAlister había logrado sin ninguna dificultad la parte que consideraba más difícil de su plan. La cocina donde ahora el joven Jared MacAlister se encontraba era de lo más antigua y recargada, con viejas sartenes y aparejos colgando y recubriendo las paredes y con unos fogones de prácticamente principios del siglo XX. Sabiendo que allí no encontraría nada de su interés, Jared MacAlister recorrió la estancia casi palpando entre la oscuridad para no tropezarse con nada y pronto abrió la puerta que le condujo a un amplio recibidor-sala de estar. Entonces, Jared MacAlister pasó a la nueva estancia y al verla tan oscura y al considerarse a salvo, encendió una pequeña y mugrienta lamparita que estaba encima de una mesa pegada a la pared y una luz tenue y deprimente maliluminó algunas partes y rincones. Los ojos verdes de Jared MacAlister se posaron nerviosos ahora aquí ahora allí, observando aquel recibidor-sala de estar antiguo y ornamentado por unos sofás marrones y roídos, una mesita llena de botellas medio llenas de alcohol y de cajas de medicamentos, un fuego a tierra apagado y exageradamente negro y entiznado y… un momento…, una estantería llena de huevos de esos rusos… -Jared MacAlister no sabía ni como se llamaban- que segurísimo que valían una pasta gansa. A un lado de la sala había unas escaleras empinadas que llevaban al segundo piso y Jared MacAlister las pasó de largo para dirigirse directo a la estantería repleta de huevos de Fabergé. El suelo de madera bajo una moqueta de un granate polvoriento resonó a medida que los grandes pies de Jared MacAlister, calzados con aquellas zapatillas de deporte Air Jordan y aquellos calcetines blancos, se movían hacia el objetivo. Pero no fueron los ruiditos del suelo lo que terminó por sobresaltar al joven e intrépido Jared MacAlister, sino la figura que surgió de un rincón de detrás de las escaleras cuando el joven ya las había dejado a sus espaldas.

Jared MacAlister vio primero la figura de reojo y luego se giró por completo hacia ella. Pertenecía a una chica rubia, de pelo largo y enmarañado, con unos ojos azules grandes y una piel extremadamente pálida (a pesar de que Jared MacAlister era bastante blancuzco de piel, aquella joven se pasaba y era enfermizamente blanca). El rostro muy redondo de la chica miraba a Jared MacAlister con una expresión que estaba entre el miedo y la timidez. Y Jared MacAlister se fijó en el hecho de que la joven tenía un gran moratón en parte de la mejilla derecha, como si la hubieran golpeado. Igualmente, el cuerpo algo rollizo en formas de la chica, cubierto con un camisón rosa que le llegaba a las rodillas, temblaba como el de un pajarillo mojado e indefenso. Los pequeños pies descalzos de la chica hicieron dos pasitos hacia atrás, cosa que fue suficiente para que Jared MacAlister cogiera seguridad en si mismo y se decidiera a controlar ÉL la inesperada situación. Entonces, con una sonrisa más que seductora en sus labios, Jared MacAlister se fue acercando a la joven mientras le decía:

-Tranquila, tranquila, pivita. No te haré daño. Pensaba que no había nadie aquí y me encuentro contigo, mazizorra.

El joven Jared MacAlister de verdad se creía lo que estaba diciendo. El susto inicial y la angustia de haber sido descubierto habían pasado a un segundo plano y ahora, Jared MacAlister se estaba poniendo cachondo, con ganas de un ratito de lujuria. La chica, por su parte, abrió la boca y pareció que iba a hablar, aunque primero los labios simplemente le temblaron. Luego, la joven emitió por fin palabras:

-No…, no tendrías, que estar aquí. Si te encuentra mi padre…

La chica miró hacia todas partes, lo que a Jared MacAlister simplemente le llevó a pensar que a aquella pivita excesivamente asustadiza le faltaba un tornillo.

-Así que eres la hija del viejo Sadowski. No sabía que viviera con alguien…, ni mucho menos que tuviera una hija– empezó a comentar Jared MacAlister ya llegando casi a rozar el cuerpo de la joven con el suyo –Tranquila, no me encontrará ese viejo. Yo soy más espabilado que él y más rápido. Soy el puto amo.

Y entonces fue el momento en que Jared MacAlister aprovechó para acariciar con su mano la cara de la jovencita, justo por encima de donde tenía el moratón. La joven se mantuvo paralizada y Jared MacAlister, habituado a ejercer él mismo la violencia contra las mujeres, le sonrió aún más ampliamente mostrando sus dientes blancos de cine y le susurró con una cruel sorna:

-Vaya, parece que tu papi no sabe pegar sin dejar marcas… ¿Has sido una chica mala? Eso me pone palote, muy palote.

A continuación, Jared MacAlister dio un paso adelante y, teniendo en cuenta que sus grandes pies iban calzados con aquellas gruesas zapatillas de deporte Air Jordan azul oscuro -y de detalles blancos y cordones rojos- y con los calcetines blancos de debajo, pisó por un instante un pie descalzo de la joven con su gran y resguardado pie derecho. La joven hizo un mohín de dolor y Jared MacAlister retiró rápidamente el pie mientras que sus labios se posaron en los de ella, prácticamente por sorpresa. Así, Jared MacAlister besó brutalmente a aquella joven, metiéndole la lengua sin miramientos. Luego, el joven y lascivo Jared MacAlister besuqueó todavía más los labios de la joven, en forma de pequeños e insistentes besitos. Después, aquellos besitos de Jared MacAlister pasaron al cuello de la joven, alternados con lengüetazos, mordisquitos y chupetones. Lo inédito era que la chica se estaba dejando hacer todo aquello, totalmente pasiva y muda, y Jared MacAlister, loco de placer y en pleno calentón, exclamó:

-¡Oh, sí! Así me gusta, bien mansita conmigo. ¡Te voy a hacer pasar un ratito que no olvidarás!

Con esas palabras, los chupetones y besos de Jared MacAlister a la joven se hicieron más intensos si cabe y su brazo izquierdo se aferró a aquella cintura algo rechoncha y en camisón. E inmediatamente, la mano izquierda de Jared MacAlister cobró vida propia –al igual que ya lo había hecho su pene erecto bajo los pantalones y los calzoncillos- y palpó con descaro el culo bien prominente de la chica. De forma paralela, los labios de Jared MacAlister pasaron de nuevo a besar los de la joven desvalida y su brazo derecho y hasta entonces libre empezó a ejercer presión levantando el camisón rosa hacia arriba, dejando al descubierto la totalidad de las rollizas y ultrapálidas piernas y, más arriba, unas braguitas blancas. Jared MacAlister no podía evitar sonreír ampliamente entre beso y beso mientras que su mano derecha descubría el reborde de las braguitas de la chica y las bajaba poco a poco, poco a poco…

-Ya verás, nena. Esto os vuelve locas a todas y te va a llevar al orgasmo, te lo puedo asegurar- comentó entonces el gallito de Jared MacAlister parando de pronto el besuqueo a los labios de la joven y empezando a reseguir con sus largos dedos algo frondoso, velludo…

La chica tuvo las facciones de la cara paralizadas, mirando simplemente a los penetrantes ojos verdes de Jared MacAlister, mientras que iba notando los tocamientos en los alrededores de su vagina, rodeada de vello púbico. Pero cuando dos de los dedos de Jared MacAlister se introdujeron dentro de la vagina de la chica, ésta abrió la boca y empezó a jadear mirando hacia el techo. Ahora, Jared MacAlister movía ambos dedos de su mano derecha adelante y atrás, adelante y atrás, notando así en las yemas ese contacto húmedo con las paredes vaginales. El pene oculto de Jared MacAlister, por su parte, tiraba hacia delante aún más la tela de los calzoncillos y de los pantalones tejanos de tan excitado que estaba el chico, al igual que, sorprendentemente, excitada era lo que parecía la joven penetrada de forma dactilar, como si estuviera habituada a hacer aquello. Jared MacAlister se dio cuenta de ello y, apretando y mordiéndose los labios, se volvió más agresivo y empezó a mover más rápido los dos dedos de su mano derecha en aquel friega-friega dentro de la vulva de la chica. Entonces, los jadeos de la joven se volvieron más intensos, más audibles, y Jared MacAlister continuó encantado mientras le recriminaba con desprecio:

-¿Te gusta, eh guarra? Ya noto como te corres en mis dedos… Eres un verdadero putón, ¿sabes? Sí…, lo eres, nena. No lo puedes ocultar.

De repente, la lámpara mugrienta de cristal que gobernaba la parte central del techo de la estancia se encendió. Una luz triste pero efectiva dio total claridad a aquel entorno y fue la señal de alarma que Jared MacAlister necesitó para sacar los dos dedos de dentro de los labios vaginales de la chica, tan rápido que fue como si se tratara de un enchufe que le hubiera propinado una descarga. De igual forma, Jared MacAlister retiró el brazo izquierdo de la cintura de su objeto de divertimento hasta entonces y se echó atrás, bien separado y mirando ya hacia la parte de arriba de las escaleras con el corazón a cien. La joven en camisón también miró con temor en la misma dirección, mientras que se intentaba subir las braguitas rápidamente bajo la tela rosa. La “postal” que se veía allí, en la parte de arriba de las escaleras, era desde luego inquietante: Lester Sadowski contemplaba a su hija y a Jared MacAlister con una sonrisa siniestra, maliciosa. Y en sus manos, Lester Sadowski sujetaba un rifle con el que apuntaba a la parejita. A Jared MacAlister se le había borrado por completo la sonrisita y la expresión de placer de antes y ahora contemplaba a Lester Sadowski con los ojos muy abiertos y con los labios también entreabiertos, totalmente petrificado y conmocionado. De hecho, Jared MacAlister no entendía nada: había visto salir al señor Lester Sadowski en su coche y en cambio allí estaba, como por arte de magia, vestido con la misma ropa de calle –polo verde, pantalones largos marrones y botas marrones de trabajo- y apuntándole con un arma y con aire más que amenazante. Y más que aterrador fue cuando Lester Sadowski empezó a hablar con su voz ronca mientras que ya bajaba las escaleras poco a poco, sin dejar de apuntar con el rifle, y exclamando:

-¡Vaya, vaya! Qué tenemos aquí… Un rubito fisgón… Ya te había visto semanas atrás trapicheando por aquí por el barrio ¿Ahora querías robarme, eh? Y te has encontrado con la puta de mi hija Irina, sí. Mi puta particular. ¿Qué le hacías, eh muchachote?

Lester Sadowski no había abandonado aquella mueca risueña y para colmo, a Jared MacAlister lo inquietaron aún más sus palabras y, el doble, el hecho de que el viejo sesentón ya se encontrara abajo, al pie de las escaleras y justo delante de él, con ese pelo castaño canoso relamido hacia un lado con gomina, con aquella barba de una semana, con aquellos dientes grandes y amarillos y con aquellos ojos azules-grisáseos que dejaban a cualquiera helado. Pero Jared MacAlister no se podía quedar callado, podría ser peor…, así que con las palmas de las manos hacia delante, en modo reflejo de protección, trató de crear un discurso más o menos sereno:

-Joder… Yo…, yo, lo siento, señor Sadowski. Usted…, usted…, usted no debía estar aquí, le he visto marcharse… Y en cuanto a su hija, no sabía que existiera… Se me tiró encima y…

Irina no pareció asombrarse, ni siquiera indignarse, con aquella calumnia que había empezado a contar Jared MacAlister para salvar el pellejo. Estaba demasiado aterrada. Pero su padre, Lester Sadowski, fue el que interrumpió las palabras de Jared MacAlister diciendo sin dejar de sonreír de forma amenazante:

-Sí, ya. Se te tiró encima. Pues mira por donde, yo acostumbro a hacer ver que me voy, aparco el coche calle abajo y le doy una sorpresa a mi putilla Irina, entrando por una ventana. Pero hoy, la sorpresa me la ha dado ella contigo, muchacho.

Lester Sadowski casi rechinó los dientes al acabar de hablar y miró a su hija Irina por un instante, para luego volver a clavar sus punzantes ojos en Jared MacAlister, que estaba cada vez más asustado.

-Oiga, baje el rifle, por favor, señor- se decidió a suplicar Jared MacAlister, algo que nunca había hecho antes –Yo me largo y aquí no ha pasado nada. No volveré. Mire sus cosas, ¡no le falta nada en la casa!

Sin embargo, Lester Sadowski no apartó la vista de Jared MacAlister. Es más, entonces, el viejo Sadowski repasó con la mirada el cuerpo entero, delgado y atlético, del joven Jared MacAlister, empezando por arriba y acabando por abajo: en sus grandes pies calzados con aquellas zapatillas de deporte Air Jordan azul oscuras –y de cordones rojos y detalles blancos- y con los calcetines blancos no visibles, claro. Pareció que Lester Sadowski se detuvo demasiado en contemplar los pies calzados de Jared MacAlister, inmóviles ahora después de haber retrocedido unos pasos en un primer momento, cuando su amenaza todavía estaba en lo alto de las escaleras. Se hizo un silencio incómodo de fracciones de segundo, un silencio que por sorpresa se rompió con el balbuceo de Irina que empezó a decir temblorosa:

-Padre…

-¡Tú calla, calla y calla, mala puta!!!- reaccionó a gritos y muy serio Lester Sadowski de pronto, torciendo el cuello hacia delante, hacia Irina, para así acabar de intimidarla –¡Y te he dicho mil veces que me llames Papi Garra Rufa! ¡Papi Garra Rufa!!! ¡Cuándo se te meterá en esa puñetera cabeza hueca que tienes!!!

Las lágrimas salieron de los ojos azules de Irina, una detrás de otra, mientras que con los brazos se trataba de proteger la cara, como si se esperara un inminente castigo corporal. Y por eso, la chica no tardó nada en contestar entre sollozos:

-De acuerdo…, Papi Garra Rufa.

Ya en aquel momento, era Jared MacAlister el que se tenía que esforzar para controlar los súbitos temblores de nerviosismo y terror que empezaban a afectar a sus grandes manos medio alzadas. Y es que aquellos repentinos chillidos de Lester Sadowski a su hija, y aquella expresión de locura y rabia en su cara, hacían temer al joven Jared MacAlister por su propia seguridad. Esa sensación de incomodidad y terror se acrecentó cuando Lester “Papi Garra Rufa” Sadowski volvió la mirada hacia Jared MacAlister y, totalmente serio, le exclamó en un tono desafiante:

-Y tú, dices que aquí no ha pasado nada, ¿no? Que no me has robado… Y que no ha pasado nada…, ni siquiera con mi hija Irina…

-No, no ha pasado nada, le digo- se apresuró y empezó a contestar Jared MacAlister, abriendo mucho sus ojos verdes e intentando esbozar una media sonrisa para así quitarle hierro al asunto –Su hija está bien, mírela, seguro que tal y como estaba cuando yo me la encontré y se me lanzó para morrearme. Yo no tengo la culpa de que lo hiciera.

Lester Sadowski parpadeó para así demostrar su desconcierto y, entonces, adelantó improvisadamente la cabeza hacia delante y esnifó con la nariz los largos dedos de las manos semilevantadas de Jared MacAlister. Aquella olida repentina de las yemas de los dedos la hizo de forma sonora y casi tocándolas, pero muy rápidamente, porque de hecho, Jared MacAlister se apresuró a bajar totalmente los brazos y las manos alertado y nervioso por la inesperada dirección que estaban tomando las cosas. Y es que a continuación, Papi Garra Rufa, Lester Sadowski…, rechinó los dientes de la rabia y se decidió a hablar a gritos al joven Jared MacAlister poniendo todas las cartas sobre la mesa y afirmando:

-¡Maldito niñato mentiroso!!! Encima de ladrón… ¿Te crees que estoy ciego? He visto desde arriba como empezabas a follarte a mi hija y además…, ¡tus manazas todavía huelen a su coño!!

Por la frente de Jared MacAlister ya comenzó a bajar alguna gota de sudor –mientras que de forma instintiva el chico refregó un par de veces los dedos de sus manos en sus pantalones tejanos de color azul oscuro-, cosa que no impidió que, con voz temblorosa, aún tuviera el valor de excusarse diciéndole al enfurecido Lester Sadowski:

-Joder…, vale… a lo mejor me dejé llevar un poco por el calentón. Pero su hija quería y además no la he penetrado. Casi no la he tocado, se lo juro, solo unos rocecitos de nada. Eso es lo que usted ha visto, unos rocecitos de nada. ¡Vamos, deje de apuntarme con el rifle que yo me voy y ya no volverá a verme más!

Sin embargo, Lester Sadowski se limitó a volver a echar un vistazo de nuevo al cuerpo entero de Jared MacAlister, repitiendo al final aquella mirada demasiado centrada en sus grandes pies, esos grandes pies del joven Jared MacAlister calzados con aquellas zapatillas de deporte Air Jordan azul oscuras –y de cordones rojos y detalles blancos- y con los calcetines blancos no visibles de debajo. Irina había dejado de taparse la cara y observaba como su padre se relamía disimuladamente mientras que con la mirada “se comía” a Jared MacAlister. Y en el instante en que Lester “Papi Garra Rufa” Sadowski levantó sus ojos azules-grisáseos, y volvió a clavar la mirada en la cara asustada y expectante de Jared MacAlister, la aterrada Irina ya supo que la bestia lasciva había despertado. Ajeno al peligro inminente y esperanzado de poder salir ya mismo de aquella maldita casa, Jared MacAlister quiso abrir la boca y volver a hablar, pero Lester Sadowski se le adelantó y con la misma seriedad paralizante, le empezó a comentar y a preguntar con un tono un poco más tranquilo:

-Bueno, muchachote. Ahora que conoces el coño de mi hija Irina, me vas a responder a unas preguntas. Y sé rápido y sincero si no quieres que te haga unos agujeros nuevos en tu cuerpo… Venga, ¿cómo te llamas?

Jared MacAlister estaba en tal situación que decidió que más valía contestar con la verdad. ¿Sería una buena opción? El joven Jared MacAlister no lo había pensado mucho cuando dijo tragando saliva:

-Jared.

-¡Jared qué más!- se impacientó Papi Garra Rufa moviendo amenazadoramente el cañón del rifle de un lado al otro.

-Me llamo Jared MacAlister- acabó por pronunciar finalmente Jared MacAlister, no pudiendo evitar el hecho de mirar con terror el cañón del rifle que le apuntaba.

-Muy bien, Jared. ¿Qué edad tienes?- prosiguió Lester “Papi Garra Rufa” Sadowski con su interrogatorio.

-Tengo 18 años- contestó el joven Jared MacAlister empezándose a incomodar y a mosquear internamente con tanta pregunta que, sin duda, hubiera preferido cortar con un “¡Y a ti qué te importa, viejo chocho hijo de puta!”.

Pero lo más extraño y chocante estaba por llegar… Y algo estaba pasando bajo los pantalones y la ropa interior de Lester Sadowski. Algo que hubiera puesto a Jared MacAlister mucho más nervioso si se hubiera dado cuenta. Pero no lo hizo y el interrogatorio pasó a una fase demasiado delirante cuando el viejo Lester Sadowski preguntó:

-¿Tienes alguna enfermedad venérea o de transmisión sexual, Jared? ¿Ladillas? ¿Herpes? ¿Sida? ¿Hongos? ¿Lombrices en el culo? ¿O bien almorranas?

Jared MacAlister se sonrojó y pasó a un estado más allá del miedo. Estaba desconcertado e… ¡indignado! Más le hubiera valido al impulsivo y orgulloso Jared MacAlister no contestar, o mentir, pero de sus labios sensuales y voluptuosos salieron las siguientes palabras:

-No… No… Joder, pues claro que no… ¡Pero qué puta mierda está usted preguntando!

Lester “Papi Garra Rufa” Sadowski volvió a sonreír por un instante. Fue una mueca fugaz que enseguida se disipó, pero lo que continuó hacia una pregunta crucial fue el interrogatorio. El viejo Lester Sadowski tragó saliva, se relamió los labios, y miró otra vez hacia abajo al mismo tiempo que esta vez comentó y además quiso saber del joven y atractivo Jared MacAlister:

-Muy bien. Ahora veo que eres un chaval sano y malhablado, sí. Y sobre tus pies, parecen grandes…, muy grandes… ¿Qué pie calzas, Jared?

-Un 47- se limitó a decir Jared MacAlister, no pudiendo evitar el hecho de sentirse algo fuera de lugar…, incluso ridículo, al contestar a aquella nueva tontería, en esta ocasión relacionada con sus pies.

Irina, sin embargo, sabía que aquello no era una tontería para su padre. La chica ya no lloraba -tenía rastros de lágrimas resecas por las mejillas, eso sí- y contemplaba aterrorizada y en estado de shock aquellas facciones y muecas en la cara de su padre que indicaban que el monstruo “Garra Rufa” ya había llegado, solo que ahora estaba cotejando el terreno, acechando… Y el acecho era un juego…, un juego muy divertido para Lester “Papi Garra Rufa” Sadowski. Por eso, el viejo Lester Sadowski disfrutó internamente mientras que de sus labios de nuevo apretados y serios salió una orden crucial dirigida al indefenso y cazado Jared MacAlister y que decía:

-Jared, quiero que te quites esas zapatillas de deporte ahora mismo.

-¿Cómo?- se empezó a sobresaltar y a incomodar todavía más Jared MacAlister, pensando que quizá ahora le iban a robar a él –No… Ni en broma… ¿Por qué?

-¡Que te descalces ahora mismo, cojones!!!- volvió a gritar Lester Sadowski perdiendo la paciencia y moviendo con énfasis, adelante y atrás, el cañón del rifle con el que apuntaba al joven Jared MacAlister –¡Quítate ya esas zapatillas de deporte que me llevas!!! ¡Venga, muchachote!!

Y ante aquellas amenazas tanto gestuales como sonoras, a Jared MacAlister no le quedó más remedio que obedecer. Y con el ceño fruncido y con la nariz arrugada por un instante en señal de desaprobación y de fastidio, Jared MacAlister se mantuvo derecho y ejerciendo presión con los talones juntados intentó que cada zapatilla de deporte opuesta a cada talón –la del otro pie- saliera, sin así agacharse ni tener que utilizar las manos. Pero las zapatillas de deporte Air Jordan azul oscuras –y de cordones rojos y detalles blancos- eran demasiado de bota alta y estaban muy agarradas y bien atadas, así que Jared MacAlister no consiguió sacárselas y tuvo que agacharse levemente, flexionando las rodillas, para acatar la orden del peligroso Lester Sadowski. Y de ese modo, medio agachado y utilizando ambas manos, Jared MacAlister primero se desató los cordones rojos de sus zapatillas de deporte Air Jordan y luego, levantando un poco cada pierna y empujando con cada mano en la zona del talón de la zapatilla de deporte correspondiente a su lado, se las sacó de cada pie. A continuación, Jared MacAlister colocó sus zapatillas de deporte Air Jordan a su derecha, en el suelo y al lado de sus pies ahora en calcetines, haciendo que una de ellas se mantuviera reposando sobre la suela pero no lográndolo con la otra, que quedó medio caída de lado y con los cordones rojos desatados y tiesos como serpientes.

Para Lester Sadowski, la forma cómo habían quedado las zapatillas de deporte Air Jordan en el suelo no era lo importante, no… Ahora, Lester Sadowski contemplaba los pies del joven Jared MacAlister cubiertos con los calcetines blancos de algodón. En apariencia, aquellos pies en calcetines de Jared MacAlister eran efectivamente grandes, sí…, y largos. Lester “Papi Garra Rufa” Sadowski no retiraba la mirada de ellos…, de esos grandes pies de Jared MacAlister que se encontraban ahora bajo la sola protección de los calcetines, de un blanco aparentemente limpio. Pero lo que ya se notaba en el ambiente cerrado de la estancia desde el mismo instante en que la primera zapatilla de deporte Air Jordan había salido del primer pie de Jared MacAlister era un olor bastante intenso y característico a sudor rancio, a pies sudados. De hecho, mientras que contemplaba atentamente los pies de Jared MacAlister ocultos en los calcetines, Lester Sadowski puso su nariz a trabajar y olisqueó con mucho gusto, divertido… y como si fuera un conejo, aquel aroma embriagador a pies de macho joven recién entrado en la postadolescencia. Jared MacAlister se rascó por un segundo el pie izquierdo con la punta del dedo gordo del pie derecho, nervioso al encontrarse por obligación allí en calcetines y empezando a notar los gestos extraños del viejo Sadowski. Pero antes de que el joven Jared MacAlister pudiera decir alguna cosa, Lester Sadowski se le volvió a adelantar y le espetó moviendo otra vez el rifle adelante y atrás:

-De prisa, Jared “pies grandes y malolientes”… Esos calcetines también fuera… ¡Ahora!!

Esta vez, Jared MacAlister dirigió con sus ojos verdes una mirada llena de odio y de mala leche a Lester Sadowski. El silencio, de igual manera, hacía que la tensión se mascara…, pero el joven Jared MacAlister seguía conservando aquel punto de miedo y de prudencia que no lo haría atreverse a nada arriesgado. Por ello, y ante el regocijo de Lester “Papi Garra Rufa” Sadowski, Jared MacAlister medio flexionó las rodillas para agacharse un poco y de aquel modo se quitó sin dificultad –y usando las manos- los calcetines blancos de algodón, uno detrás de otro y empezando por el del pie derecho y acabando con el del pie izquierdo. Y a medida que los calcetines blancos de algodón habían ido saliendo de los pies de Jared MacAlister y éste los había tirado de cualquier manera al lado de sus zapatillas de deporte Air Jordan, el viejo Lester Sadowski había podido ver como en verdad la tela de aquellos calcetines no estaba tan limpia y tenía manchas grisáceas de sudor en la zona donde se habían posado las plantas de los pies del chico. Igualmente, una peste más directa y empalagosa que la de antes a pies sudados flotó por el ambiente ahora que Jared MacAlister estaba totalmente descalzo -y además estaba el factor de que el joven había removido de forma involuntaria sus calcetines en el aire a la hora de lanzarlos al suelo-. Aquello, desde luego, que era la gloria para Lester Sadowski, y más cuando sin perder ni milésimas de segundo se puso a examinar su regalo desempaquetado…

Los pies desnudos de Jared MacAlister se seguían viendo grandes, aunque ahora Papi Garra Rufa podía además comprobar que esos grandes pies descalzos eran también delgados…, largos…, pero sin pasarse de huesudos o esqueléticos. Lo que sí que se marcaban muy masculinamente a lo largo de la superficie de aquellos pies desnudos de Jared MacAlister eran las venas, sin rastro de vello alrededor…, ni tan siquiera encima de los dedos. El joven Jared MacAlister parecía ser “imberbe” de pies, a pesar de que a la hora de haberse quitado los calcetines, Lester Sadowski le había podido admirar bien los tobillos y parte del inicio de las piernas –al levantársele un poco los tejanos- y allí sí que el chico tenía un vello rubicundo, no demasiado abundante. Y en cuanto a los dedos de los pies descalzos de Jared MacAlister, éstos eran largos, muy en proporción con el cuerpo y la morfología total de dichos pies, que eran realmente enormes y delgados. Hubo algo, eso sí, que todavía encantó más al secretamente excitado Lester Sadowski: las uñas de los pies desnudos de Jared MacAlister se veían bellas, bien cortas –y cortadas de una forma casi recta y perfecta- y, como colofón de un buen cuidado, mantenían un color natural y sano. Y siguiendo fijándose en el color, Lester “Papi Garra Rufa” Sadowski examinó casi enternecido que aquellos pies descalzos de Jared MacAlister eran muy pálidos: aunque el chico era en realidad muy blancuzco de piel, se notaba bien la diferencia en sus pies, que –habituados a estar cubiertos bajo calcetines y zapatillas de deporte- eran todavía más blanquecinos que, por ejemplo, su cara. De hecho, la moqueta granate donde pisaban ahora aquellos sensuales pies desnudos del joven Jared MacAlister ayudaba más a mantener esa sensación visual de palidez, que no llegaba sin embargo a la palidez anormal y enfermiza del cuerpo entero de Irina Sadowski.

A Lester Sadowski, los pies descalzos de Jared MacAlister le parecieron tan suculentos y vulnerables…, tan bellos en definitiva... Además, mientras que el viejo Sadowski seguía hipnotizado observando y fijándose en más detalles, Jared MacAlister movió y dobló levemente en un acto reflejo los largos dedos de sus pies desnudos, como si sintiera escalofríos al notarse –y estar- descalzado en aquel hostil caserón ajeno. Y aquello, todavía puso más cachondo al victorioso Lester “Papi Garra Rufa” Sadowski, que había obligado a descalzarse a aquel ladronzuelo varonil y follador en sus dominios. Por su parte, Jared MacAlister se empezaba a dar cuenta de que los segundos pasaban y de que aquel viejo que lo apuntaba con el rifle no levantaba la vista de sus pies descalzos. ¿Y si iba a pegarles un tiro? Aquella pregunta quedó en un segundo plano en cuanto a preocupaciones inmediatas cuando el propio Lester Sadowski abrió la boca y le comentó a Jared MacAlister:

-Tienes unos pies muy bonitos y masculinos, Jared. Además, son unos pies grandotes y apestosos… ¡Mmmmh!

-¡Eh! Esto es muy freak- empezó a decir Jared MacAlister con sus ojos verdes muy abiertos y empezándose a impacientar por no saber qué pretendía aquel viejo chiflado y taciturno –¡Deje de mirarme los pies y de decir esas chorradas! ¿Por qué cojones ha hecho que me quite las zapas de deporte y los calcetines? ¿Se lo pasa dabuti viéndome descalzo o qué?

La disciplina era algo importante para Lester “Papi Garra Rufa” Sadowski y no iba a consentir que le hablaran de aquel modo. Así que, sin articular palabra, Lester Sadowski dio dos zancadas hacia delante y a continuación pisó por sorpresa y con gran fuerza, el pie derecho y desnudo de Jared MacAlister.

-¡Aaaaau!!! ¡Ostia puta, mi pieee!! ¡¡Por qué ha hecho esto!!- gimió entonces Jared MacAlister loco de dolor a la vez que levantaba la pierna a pata coja y se fregaba con la mano la punta del pie derecho dolorida por aquel pisotón con bota de trabajo.

Y después de dos saltitos a pata coja, Jared MacAlister logró no perder el equilibrio sujetándose con el brazo izquierdo a la pared. De esa manera, el joven Jared MacAlister continuó refregándose sobre todo los dedos desnudos de su pie derecho durante unos segundos más, hasta que oyó la voz de Lester Sadowski que le ordenaba a su hija Irina:

-¡Vamos, mala pécora!! ¡Levántale y sujétale la pierna derecha en el aire a nuestro “invitado” Jared, que quiero fisgonear cómo es la planta de su pie!

E Irina, temblorosa, se acercó tímidamente a Jared MacAlister mientras que éste había medio posado ya en el suelo enmoquetado la punta de su pie desnudo y temporalmente enrojecido (solo un poquito rojo) y ahora la miraba incrédulo de lo que veía y contemplaba. Porque sí, en efecto, la tímida y asustadiza Irina se atrevió y acabó por palpar con sus manitas la pierna derecha del estupefacto Jared MacAlister y la elevó hasta sujetarla en el aire de forma recta y paralela a los ojos lascivos de sus padre. Y así, mientras que Jared MacAlister seguía con el brazo izquierdo presionando la pared, Lester Sadowski tuvo lo que quiso gracias a los servicios de su hija Irina. Ahora, Lester “Papi Garra Rufa” Sadowski podía contemplar la planta del pie derecho descalzo de Jared MacAlister en todo su esplendor. Y en un primer momento, Lester Sadowski se fijó en un detalle que ya había empezado a apreciar desde un principio: los dedos gordos de ambos pies desnudos de Jared MacAlister eran los más altos o largos, y luego los demás iban decreciendo en altura hasta llegar a los dedos pequeños; pero en ello había una peculiaridad, ya que el segundo y tercer dedo –los siguientes al dedo gordo de cada pie- eran casi iguales en altura (no como los otros que mantenían una misma diferencia más amplia entre ellos) y, por muy poquito, aquel tercer dedo de cada pie –y empezando a contar desde el dedo gordo, claro- era algo más bajito que su predecesor y así acababa respetando, solo por los pelos, esa escala decreciente en altura. Aquella pequeña asimetría en la escala decreciente de los dedos de los pies descalzos de Jared MacAlister no los hacía en absoluto feos, al contrario…, tal y como pudo comprobar de cerca Lester Sadowski al fijarse en el ejemplo de aquellas bolitas jugosas y un poquitín larguiruchas –más que rechonchonas- que formaban los dedos del pie derecho de Jared MacAlister visto descalzo desde aquella perspectiva de visión de la planta. Y por lo demás, y a punto de babear, el viejo Lester Sadowski ya se ocupó de mirar la planta desnuda del pie derecho del joven Jared MacAlister en su conjunto.

En concreto, Lester Sadowski clavó bien la mirada y corroboró que la planta del pie derecho descalzo -como estaba el izquierdo, claro- era larga pero sin perder esa carnosidad que tanto le gustaba, sobre todo en las bolitas que conformaban los dedos del pie y en la zona abombada de antes de llegar al inicio-nacimiento de ellos. Además, a lo largo de la planta desnuda del pie derecho de Jared MacAlister (de al menos ese pie) no se divisaba ni rastro de ninguna callosidad ni pellejo, ni tan siquiera en el talón. La rosadez rojiza era el color predominante sobre todo en dicho talón y en la zona abombada y carnosa de la planta de ese pie derecho y descalzo de Jared MacAlister; y los dedos o deditos, según se mire, también tenían un poco de ese color rojizo-rosado, en contraste con la parte central de la planta, más blanquecina, y que además formaba un arco perfecto y nada plano. A Lester Sadowski lo acabaron por conquistar también las arrugas características que se formaban a lo largo de la planta blandita y aparentemente suave de aquel pie derecho desnudo. Unas arrugas que se acentuaron cuando el viejo Sadowski tocó con el cañón de su rifle la planta desnuda del pie derecho del ahora de nuevo totalmente atemorizado Jared MacAlister, la fue así resiguiendo y logró a la par que el chico doblara y contrajera los dedos al notar un tacto frío y algo cosquilloso.

-¡Pare…!- fue lo único que se atrevió a pronunciar Jared MacAlister, cada vez más sudoroso, al ver cómo su captor jugaba mediante un arma mortal con la planta de su pie descalzo, también sudoroso.

No hubo resultado a la súplica. Y entre el sudor y las arrugas, por cierto, Lester “Papi Garra Rufa” Sadowski también fue empujando con su rifle algunos hilitos de algodón del calcetín que habían quedado como residuos en aquella gloriosamente amplia y larga planta del pie derecho del joven Jared MacAlister. Y de pronto, al obsesivo y todavía mudo Lester Sadowski no se le ocurrió otra que meter el cañón del rifle en el espacio de entre el dedo gordo y el siguiente -y segundo- de la planta del pie desnudo de Jared MacAlister, cosa que provocó que el joven intentara echar la pierna para atrás más que alarmado y que Irina se la tuviera que sujetar con más fuerza.

-Muy bien, realmente me gusta lo que veo por el momento- empezó a decir a los cuatro vientos por fin Lester Sadowski sin abandonar su seriedad psicopática pero sí que sacando y alejando ya el cañón del arma de aquella zona de entrededos y, en general, de la planta del pie derecho descalzado de Jared MacAlister –¡Venga, zorra! Ya le puedes soltar la pierna. De este criajo maleducado y ladrón de coños podemos aprovechar hasta los andares, como con el cerdo.

Y al escuchar aquella orden directa, Irina soltó de golpe la pierna de Jared MacAlister y éste pudo tener de nuevo ambos pies desnudos pisando el suelo polvoriento y enmoquetado. Pero otra cosa que había dicho también el viejo Lester Sadowski en aquella última frase puso al descalzo Jared MacAlister todavía más en estado de alerta, ya que parecía que aquello no había acabado y que su captor se traía algo entre manos…, algo que escapaba de su comprensión. Por eso, y volviéndose a sentir perdido y temeroso en un grado alto, el joven Jared MacAlister le intentó razonar a Lester Sadowski:

-¿Qué mierda ha querido decir con eso de “aprovechar”? Joder…, déjeme marchar, venga. Y no me verá nunca más…, se lo juro. Quédese con mis zapas de deporte y mis calcetines si le molan. Me iré así descalzo si quiere…, me da igual, pero deje que me largue.

Mientras negociaba en vano, Jared MacAlister había vuelto a mover nervioso los largos dedos de sus pies descalzos, cosa que fue lo único que atrajo la atención de Lester “Papi Garra Rufa” Sadowski. De hecho, el inquietante Lester Sadowski estaba demasiado convencido sobre qué le quería hacer al joven Jared MacAlister y para qué; lo demás eran palabrerías. Así que el viejo Sadowski, sin abandonar su posición con el rifle entre las manos, le gritó a Jared MacAlister en un tono de voz seco y violento:

-¡Me aburres con tus malditas charlas de niñato!! ¡Cállate de una vez si no quieres que te reviente la cabeza de un tiro y empieza a subir esas escaleras! ¡Nos vamos todos al piso de arriba!

Jared MacAlister se separó de la pared y contempló con terror a Lester Sadowski, que de nuevo parecía que podía estallar en cualquier momento si no se le hacía caso. Sin embargo, el joven Jared MacAlister quiso jugar a la desesperada su última carta y miró fijamente con sus seductores ojos verdes a Irina e, intentando resultar lo máximo de suplicante para dar lástima, le rogó:

-Joder…, eh… Irina. Dile a tu viejo que me deje ir, por favor…

-¡Calla y mueve ya tus enormes pies desnudos y malolientes, Jared!!- empezó otra vez a exigir el viejo Lester Sadowski a su nuevo juguete, cortando así de raíz su última treta para escapar del destino que le esperaba –¡Y tú, atontada…, recoge del suelo las zapatillas de deporte y los calcetines sucios de nuestro “invitado” y síguenos!

Y cuando acto seguido y sin rechistar, Irina cogió entre nuevos sollozos los calcetines blancos de algodón arrugados y los metió dentro de las zapatillas de deporte Air Jordan modelo bota alta de color azul oscuro, de cordones rojos y con detalles blancos en los lados, Jared MacAlister supo que lo tenía todo perdido y que debía obedecer… De modo que Irina, llevando el calzado del prisionero en sus delicadas -pequeñas y algo regordetas- manos, fue la que cerró una comitiva que abría el propio Jared MacAlister seguido de cerca por Lester “Papi Garra Rufa” Sadowski con su siempre presente y mortífero rifle apuntándole a la nuca.

Los grandes pies descalzos del joven Jared MacAlister comenzaron a pisar el primer escalón de las escaleras que conducían al piso de arriba. Era el inicio de lo que más bien sería una pesadilla hecha realidad para aquel chico malo y problemático en apuros.


CONTINUARÁ

jueves, 8 de julio de 2010

Sobre mi próxima historia

Os anuncio que ya tengo casi a punto la primera parte de una nueva historia. La publicaré en primicia en este mismo blog y os quería contar algunas cosas.

Me apasionan los géneros de terror y de thriller, así que mis historias suelen tener estos componentes mezclados con el erotismo y el fetichismo de pies. Pero en este caso, la nueva historia que estoy a punto de publicar es algo más oscura, siniestra, terrorífica y violenta que las anteriores, o al menos esa es mi intención. Será una fábula de terror y misterio, por decirlo de algún modo. A los que les encante mandar y someter probablemente les guste... Ya estáis avisados.

Por otro lado, aunque ya tengo algunas ideas preconcebidas de cómo continuará la historia, me gustaría que vosotros me comentarais lo que habréis leído hasta el momento (si os ha gustado o no) y que me digáis cómo os gustaría que siguiera el relato y qué sucesos o acciones desearíais que ocurrieran en él.

Comentado esto, solo me queda saludaros a todos.