domingo, 2 de mayo de 2010

Pies de pizzero a domicilio (Parte 2)

Anaís parpadeó mientras las lágrimas caían por sus mejillas hacia la mordaza. Aniol no había dejado de mirarme fijamente con sus ojos verdes. Aunque quería mostrar fiereza y odio, también pude vislumbrar que el chico seguía tratando de disimular con todas sus fuerzas el nerviosismo y el temor que lo invadían. De hecho, la voz de Aniol salió más temblorosa que nunca cuando exclamó:

-¡No… te atrevas a insultar a Anaís, hijo de puta!

Los pies de Aniol, calzados con aquellas zapatillas de deporte Nike negras y con detalles blancos y, debajo, con los calcetines blancos, se mantenían apoyados en el suelo, moviéndose levemente en forma de temblor de inquietud mientras yo escuchaba aquellos ataques verbales de él hacia mi persona. Daba igual, porque lo tenía…, tenía a Aniol para mí: por fin. Retrocedí unos pasos y le metí mi pistola a Nacho, en su bolsillo. Necesitaba las manos libres, claro. Luego avancé hacia Aniol, con el corazón a cien al saber que el momento más deseado por mí estaba como aquel quien dice a la vuelta de la esquina. Y cuando ya estaba agachándome ante los grandes pies de Aniol, ocultos dentro de las zapatillas de deporte Nike y los calcetines blancos, esbocé una amplia sonrisa y levanté mi mirada para encontrarme con la de Aniol a la par que le decía:

-Hace calor, ¿eh, Aniol? Mucho calor…, supongo que tanta como aquel día de la mani contra el rey… Vaya rollos que me cuentas. Estoy harto de aguantar tu chulería. Solo servía para ponerme más y más cachondo contigo… ¡Oh, sí! Y ahora voy a hacerte lo que te deberían haber hecho los mossos... Porque hace mucho calor y un héroe como tú necesita unos buenos cuidados…

-Qué…, ¡qué cojones estás diciendo! No…, esto tiene que ser una broma…- empezó a decir Aniol interrumpiéndome, con los ojos muy abiertos y una cara de verdadero sobresalto –¿E..eres un puto marica? De…déjanos ir…, no empeores esta mierda…

La frente de Aniol se veía brillante por algunas zonas, pero de sudor. Al fin Aniol había dado en el blanco y ahora, su cara sudorosa, estaba pálida por haber empezado a descubrir que aquello era muy real y que estaba a mi merced: yo, un tío obsesionado con él, solo con él. Aunque todavía no sabía ni la mitad el muy iluso, ni tampoco Anaís, a la cual se le habían paralizado hasta las lágrimas con la escena. Aniol había girado la cabeza rápidamente hacia ella y la miraba con cara de tristeza y de nerviosismo, como si supiera que él tenía la culpa de aquella horrible, penosa y violenta situación. Después, Aniol volvió a girar la cabeza hacia mi cuerpo agachado, al tiempo en que yo no hacía más que mirar ya al acecho sus grandes pies calzados con las zapatillas de deporte Nike negras y con detalles blancos y con los calcetines blancos de debajo. Entonces fue cuando me decidí: no iba a responder a lo obvio, mi condición sexual, así que simplemente agarré de pronto el tobillo derecho de Aniol, notando el tacto rugoso de sus tejanos azul fuerte, para así levantar del suelo su pierna hacia mi cara. De esta forma, por sorpresa, pude empezar a estudiar a fondo con la vista la amplia suela de la zapatilla de deporte del pie derecho de Aniol. Mi voz vibrante se adelantó a cualquier queja y le espeté a Aniol en tono burlesco:

-¿A ver qué pie calzas, Aniol? ¡Veamos…!

Aniol hizo una mueca de rabia, muy nervioso, y empezó a mover la pierna y a retorcerla para que yo le soltara el tobillo. Mi disfrute era máximo ante aquella resistencia desesperada y orgullosa que acabó con la voz de Aniol gritándome a pleno pulmón:

-¡Suelta ahora mismo, cabronazo!

Yo ya había encontrado lo que buscaba con tanto interés y con los oídos sordos a cosa hecha: en la zona central de los relieves de la gran suela de la zapatilla de deporte derecha de Aniol ponía un número. Entonces, dejé de presionar con tanta fuerza el tobillo de Aniol y él pudo por fin librarse de mi mano y dirigir la pierna de nuevo al suelo, apoyando allí con furia y con mucha contundencia su pie derecho calzado con aquella zapatilla de deporte Nike negra y con detalles blancos, y con el calcetín blanco de debajo. Mis pensamientos se trasladaron a mi boca y exclamé en voz alta a Aniol:

-¡Oh, Aniol! ¡Haces un 46 de pie! ¡Vaya, vaya…, qué pies tan grandes que tienes, mi querido Aniol!

Los ojos verdes de Aniol me miraban con odio a la vez que me gritó en un profundo estado de rabia mientras yo ya hacía un gesto con mis manos para acercarlas a sus pies calzados con las zapatillas de deporte y los calcetines blancos:

-¡No te atrevas a volver a tocarme…! ¡No te me acerques, hijo de puta!

Paralelamente, los dos grandes pies de Aniol, calzados con aquellas zapatillas de deporte Nike negras y con detalles blancos y con los calcetines blancos de debajo, retrocedieron a la vez de forma impulsiva hasta que el chico tocó con las piernas el metal horizontal de la cama, oculto bajo las sábanas, cosa que le negaba ya más maniobra de movimiento hacia atrás con los pies que me ocultaba bajo el calzado y los calcetines. No podía permitir que hubiera riesgos y necesitaba a un Aniol más sumiso. Así que en seguida, según una estrategia acordada antes con Nacho, dije bien alto:

-¡Muy bien! Parece que Aniol no quiere colaborar conmigo y dejarse hacer todo lo que yo quiera… Por lo tanto empecemos la tortura sangrienta… ¡Nacho, dispárale de momento a Anaís en una de sus bonitas piernas!

Nacho hizo el gesto de bajar el arma de la frente de Anaís en dirección a su pierna. La pobre Anaís temblaba, lloraba y chillaba bajo la mordaza. Y Aniol no lo pudo aguantar y con el rostro enrojecido me gritó fuera de si:

-¡Nooooo!! ¡No le hagáis daño!

Hice una señal a Nacho para que levantara el arma y volviera a apuntar a la frente de Anaís. Luego miré fijamente a Aniol, que temblaba levemente y dejaba de dirigir la vista a Anaís para dirigirla a mí, ya no con odio sino con agotamiento y un atisbo de lo que parecía resignación después de aquel terrible susto. Al fin y al cabo, el pobre Aniol había quemado mucha adrenalina con su grito desesperado… Yo sonreí maliciosamente mirando a los ojos verdes de Aniol y a continuación bajé la vista hasta sus pies, aquellos pies calzados con las zapatillas de deporte Nike negras y con detalles blancos y con los calcetines blancos de debajo.

-Por fin lo has entendido, Aniol. Es mejor que no te resistas a mis juegos- empecé a explicarle a Aniol a la vez que, bien trempado y con el corazón a mil, le acariciaba con mi mano la superficie negra y blanca de la zapatilla de deporte de su pie izquierdo –Ya verás, Aniol, te sentirás como un rey y lo pasaremos muy bien. Y si no, da igual porque yo sí que me lo pasaré pipa… ¡Seguro!

Aniol me contemplaba asqueado y desconcertado: su rostro volvía a ser expresivo y podía vislumbrar en él el profundo rechazo que sentía hacia mí y lo que empezaba a hacer. Por eso, Aniol no tardó ni un segundo en desplazar hacia un lado su pie izquierdo calzado con la zapatilla de deporte Nike y el calcetín blanco, para que yo no continuara acariciándolo. Pobre iluso… Encima Aniol volvió a mostrarse gallito y me espetó amenazante:

-¡Esto no va a quedar así, lo sabes! Si no es antes la policía, te voy a hacer pagar yo todo esto a hostias… ¡Soy capaz de matarte, hijo de perra, y a tu compinche también!

Reí con una expresión juguetona y cruel. Era hora de no amedrentar-se e iniciar lo que estaba esperando durante tanto y tanto tiempo. Así que mis manos se dirigieron esta vez al pie derecho de Aniol y sin dudarlo comencé a desatarle el nudo de los cordones de su zapatilla de deporte Nike negra y con detalles blancos a la vez que le comentaba de buen humor:

-¡Vamos, Aniol! Como te iba diciendo…, hace mucho calor y ya es hora que te relajes y dejes de hacerte el machito…

Aniol se sobresaltó al máximo y volvió a abrir los ojos como platos. Él sabía que estaba en mis manos y que no se podía resistir, cosa que generó que solo utilizara la palabra. Aniol me interrumpió exclamando más y más nervioso mientras que yo ya acababa de deshacerle del todo el nudo de la zapatilla de deporte de su pie derecho:

-¡Para…! ¿Qué demonios haces? No…, no puedes estar haciendo esto… ¡Marica de mierda…! ¡Joder…! ¿Qué es lo que pretendes?

Mi mano se dirigió rauda y veloz a la zapatilla de deporte del pie izquierdo de Aniol una vez hube desatado la del pie derecho (aunque dejándosela puesta) y de este modo también empecé a desatar los cordones de esta zapatilla, la izquierda, al mismo tiempo que le contestaba con naturalidad al desconcertado y nervioso Aniol:

-¡Tranqui, Aniol! Solo te estoy desatando los cordones de las zapatillas de deporte. Es porque te las voy a sacar, las bambas, de esos grandes pies que me escondes. ¡Y pensar que rechazaste antes mi ofrecimiento de quitártelas! A lo mejor así podrías haber visto algo más de partido… ¡Quién sabe, chico!

Aniol estaba cada vez más alucinado…, más en estado de shock… y sus brazos y piernas temblaban un poco, casi imperceptiblemente. Yo disfrutaba, bien trempado, terminando mi tarea de deshacer el nudo de la zapatilla de deporte del pie izquierdo de Aniol. Ésta se me resistía un poco más, al estar más fuertemente anudada…, pero daba igual…, porque aquello era como desempaquetar un regalo de navidad del cual sabes que te va a gustar y que ya lo tienes. Paralelamente, Aniol miró de refilón a Anaís y a Nacho y después tragó saliva y me volvió a hablar a mí, todavía más nervioso, diciendo:

-To…, todo esto lo tenías planeado desde hace tiempo, ¿no? ¿Por qué? ¡A parte de chiflados sois unos putos pervertidos! Joder…, no me lo puedo creer…. Para ya…, no me quites las zapatillas de deporte… Déjanos marchar…

-No, Aniol, no estoy dispuesto a dejaros ir todavía. No hemos planeado todo esto, como efectivamente hemos hecho, para quedarnos ahora a medias- interrumpí a Aniol al tiempo que ya finalizaba la acción de desatarle los cordones de la zapatilla de deporte de su pie izquierdo.

Entonces, tomé aire y resoplé de buen humor, alejando por el momento las manos de los pies todavía calzados de Aniol, pero ya con unas zapatillas de deporte Nike con los cordones colgando en el suelo. Aniol, por su parte, sacó su lado más negociador y me propuso en un tono siempre varonil pero que ahora sonaba algo más a súplica:

-Vamos…, déjanos ir… Te prometo que no diremos nada…

Me mordí los labios y miré fijamente a los ojos verdes de Aniol, inquisitivos y expectantes. ¡Pero qué ingenuo estaba siendo ese chico! Mi respuesta a la proposición vino en forma de actos: mis manos se volvieron a acercar a los pies de Aniol, calzados con las zapatillas de deporte Nike negras y con detalles blancos y con los calcetines blancos de debajo, y entonces…. ¡Oh, fue maravilloso! Introduje de pronto dos de mis dedos dentro del borde lateral de la zapatilla de deporte Nike del pie derecho de Aniol, notando al fin el tacto duro del tendón de Aquiles del joven Aniol mezclado con la humedad de sudor y la esponjosidad de su calcetín de algodón. Acto seguido, y con la otra mano, agarré la zona puntera exterior de aquella zapatilla de deporte del pie derecho de Aniol y empujé hacia a fuera…, hacia a fuera…, ayudándome con los dos dedos que hacían palanca por la zona de encima del talón del chico: mi Aniol. Y como estaba desatada, la zapatilla de deporte Nike no tardó nada en separarse del pie derecho de Aniol, que se elevó unos segundos por el tirón para luego apoyarse de nuevo en el suelo del dormitorio. Los pantalones tejanos de Aniol eran tan largos ahora en el pie derecho, que ya nada más estaba resguardado por el calcetín blanco, que solo dejaba entrever la zona de la punta y poco más de los dedos de los pies ocultos bajo la tela blanca. Pero eso de momento no importaba, porque yo estaba trempado y totalmente embriagado por el peste a pies sudados que había salido tanto del pie derecho de Aniol cubierto por el maloliente calcetín al fin a la intemperie como de la zapatilla de deporte Nike, con la que me había quedado sujetándola entre mis manos. Toda la habitación se llenó de un olor rancio y putrefacto a pies, que a mí en cambio me encantaba, y eso que de momento solo le había quitado una de las zapatillas de deporte Nike a Aniol. Yo, disimuladamente, pasé un dedo por dentro de aquella zapatilla de deporte que le había sacado a Aniol de su pie derecho para así comprobar que realmente estaba muy húmeda de sudor también por dentro. Era la hora de descubrir hasta qué punto la habitación se podía cargar por el peste de los pies de Aniol. Así que dejé la zapatilla de deporte negra y con detalles blancos del pie derecho de Aniol en el suelo y me acerqué a mi próximo objetivo, elevando ya de nuevo las manos. Aniol, sintiéndose al parecer cada vez más desprotegido, nervioso y perplejo, me preguntó con una entonación que volvía a ser dura mientras que yo ya empujaba, de igual forma, la zapatilla de deporte Nike de su pie izquierdo para que saliera:

-¡Para, joder! No sigas… ¡Se te ha ido la bola, maldito marica! ¿Es que me piensas desnudar o qué?

Reía a carcajadas a la vez que al fin la zapatilla de deporte Nike salía del pie izquierdo de Aniol, ahora ya solo cubierto por el calcetín blanco al igual que el pie derecho. Aunque esta vez, me quedé con la zapatilla de deporte del pie izquierdo de Aniol entre mis manos durante más tiempo porque…, sí…, haciéndome el sordo y el enfermo misterioso (lo que probablemente era al fin y al cabo) me la acerqué a la nariz y esnifé su interior muy profundamente ante la mirada atónita de Aniol. Yo, disfrutando de aquel peste a pie sudado del interior de la zapatilla de deporte izquierda de Aniol, me dediqué con ganas aún unos segundos más a su olisqueo antes de comentarle con entusiasmo y casi de forma orgásmica al propio Aniol:

-¡Oh, sí, Aniol! Tal y como me imaginaba…. Tus pies apestan, y mucho… ¡Muchísimo! ¡Me encanta que tus pies desprendan este olor tan fuerte a sudor, Aniol!

Y mientras que Anaís era testigo de todo esto con los ojos bien abiertos y secos de lágrimas, Aniol reaccionó a mi comentario sobre el olor de sus pies, ahora en calcetines, enrojeciendo y gritándome indignado y asqueado:

-¡Eres un puto enfermo asqueroso! ¡Pero qué te has creído! ¡Vasta ya! ¡Devuélveme las zapatillas de deporte y déjanos ir a Anaís y a mí!

De forma totalmente inconciente, los dedos de los pies de Aniol, ocultos dentro de los calcetines blancos y no marcándose demasiado (por lo que no podía entrever ni deducir gran cosa de ellos) se movieron y arquearon brevemente, nerviosos. Aquello me puso todavía más cachondo y me volvió más sordo si cabe ante aquellas últimas exigencias desesperadas del irritado Aniol. Lancé la zapatilla de deporte que había estado en el pie izquierdo de Aniol al suelo porque ya la había olido lo suficiente y necesitaba más…, pero más de otra cosa… Casi relamiéndome, agarré a la fuerza los dos robustos y varoniles tobillos de Aniol, notando otra vez el tacto de los tejanos azul fuerte (demasiado largos sin las suelas de las zapatillas de deporte), y de esta manera conseguí obligar a mi juguete Aniol a mantener las piernas levantadas de cara a mí. Y la visión fue todo un espectáculo: pude ver por completo las largas y grandes plantas de los pies de Aniol, cubiertas por los calcetines blancos. Pero, sin embargo, si aquellos calcetines blancos de Aniol habían podido mantener en su apoyo en el suelo la apariencia de estar mínima y decentemente limpios, ahora por la zona de las plantas de los pies se veían sucios y arrugados, con unas manchas grises y algo amarillentas por las zonas de los talones, las partes carnosas antes de llegar a los dedos y, dejando una mínima franja blanca entremedio, por las zonas donde ahora sí que se marcaban unos dedos largos y a la vez amplios. ¡Oh, qué deliciosos y sudados que deberían de estar los largos y viriles dedos de los pies de Aniol, ocultos aún de mí dentro de los calcetines, habiendo dejado en ellos un rastro grisáceo y amarillento que dibujaba levemente la forma…! Volví a la realidad cuando Aniol, como un purasangre, empezó a moverse y retorcerse con furia para que le dejara ir los tobillos. Mi mirada clavada en las plantas de sus pies en calcetines parecía que también inquietaba a Aniol, que me vociferó entonces:

-¡Estás completamente loco! ¡Qué haces! ¡Suéltame! ¿Por qué me miras así los malditos pies?

Yo sonreí a continuación a Aniol. Mi mirada era del todo picarona y, lleno de placer y haciendo otra vez oídos sordos, le pregunté a Aniol enseñándole de nuevo mi tono más burlesco:

-¡Aniol…, Aniol! Qué marrano estás hecho… A mí no me engañas. Tienes los calcetines muy sucios y pestilentes. Demasiado. ¿Cuánto tiempo hace que no te cambias de calcetines, Aniol? Más de un día, ¿no? Vamos…, reconoce que tus pies sudados y olorosos no han visto la luz en bastante tiempo…, más de la cuenta, diría yo y seguro que tu chica estará de acuerdo.

La cara de Aniol se volvió de nuevo roja, quizá más que nunca, de la vergüenza que estaba pasando. Aniol no se esperaba para nada mi pregunta y creo firmemente que ya estaba atando cabos y dándose cuenta de mi fijación obsesiva por sus grandes y varoniles pies. Por eso tuve que soportar que Aniol se mantuviera callado, enrojecido y estupefacto: aquello lo superaba y se notaba que la incredulidad lo invadía. Yo continuaba sujetando los fornidos tobillos de Aniol y seguía mirando fijamente las plantas de sus largos pies en calcetines. Aniol, tan descompuesto y avergonzado que estaba, ya había dejado de retorcer las piernas para que se las soltara. Pero yo no estaba conforme con aquel silencio y necesitaba respuestas. Así que le insistí a Aniol de forma amenazante:

-Venga, Aniol… Estoy esperando tu contestación. Le podemos hacer mucho daño a Anaís, si no… ¿Cuánto tiempo hace que no te cambias estos calcetines? ¿Has dormido con ellos puestos en tus grandes pies?

Aniol tragó saliva, con los ojos muy abiertos, y después arqueó la boca en una mueca de rabia para gritarme del todo indignado:

-¡Qué quieres! ¡Qué buscas hablando tanto de mis pies y mirándolos…! Cabrón pervertido… Y encima oliendo mi zapatilla de deporte… ¡Qué quieres que te diga, cabrón! ¡Pues sí, desde ayer por la mañana llevo puestos estos calcetines! ¡Y qué! Estoy currando todos los días y ahora más tarde me iría a casa a ducharme, cambiarme y salir con Anaís. ¡Hijo de puta!

Reí de satisfacción con las palabras de Aniol: el muy gallito era mío pero todavía era capaz de mostrarse soberbio…, altivo. Yo estaba ahora tan y tan cachondo… Mis sentimientos afloraban al exterior: era todo un volcán en erupción. Aniol había desviado brevemente la vista al acabar de hablarme por la fuerza de sus calcetines. La nada pareció ser la fijación de los ojos verdes de Aniol por un instante. Pero en el momento justo me volvió a mirar, con furia, desconcierto y nerviosismo. Fue cuando yo le dije bien contento y excitado:

-¡Muy bien, Aniol! Así me gusta, bien colaborador conmigo… Gracias por la explicación… Y no te preocupes, si otras le tienen fobia a los pies de los chicos, y más los que huelen…, ese no es mi caso. Para tu desgracia…, sí…, por lo que veo… ¡Ahora me lo voy a pasar bomba oliéndote tus pies en calcetines, Aniol!

Mi nariz se arrimó a las grandes y largas plantas de los pies de Aniol, cubiertas por los sucios calcetines blancos, antes de que hubiera acabado de hablar. Aniol volvió a retorcerse e intentar dar patadas mientras que mi nariz se centraba en olfatear cada resquicio de sus pies: desde la zona de los talones hasta la de la punta de esos dedos de los pies que me tenían loco, y dedo por dedo, claro. Sobre todo me centraba en oler las partes más grisáceas y amarillentas de los calcetines en los pies de Aniol, ya que eran las más hediondas de olor a sudor, y al final, mi voz cachonda acabó resonando bien alto mientras que mi ultrasensible nariz iniciaba un fregamiento directo con la tela húmeda de los calcetines, empezando ya a sentir también lo blandas que eran las plantas de los pies de mi Aniol.

-¡Oh, sí, Aniol! ¡Qué peste echan tus pies en calcetines!- fue lo que dije totalmente en éxtasis, no importándome que de vez en cuando Aniol consiguiera hacer llegar una leve patada a mi nariz, fruto de su desesperada resistencia.

Aniol se apoyaba con los codos en la cama, con media espalda tocando el colchón y movía y retorcía las piernas en vanos intentos de alejarse de mí. El rostro de Aniol, bien rojo, mostraba un verdadero asco, desprecio y horror y de su boca salían gruñidos varoniles del esfuerzo que hacía. Yo seguía con mi tarea de olfatear los calcetines de algodón que cubrían los pies de Aniol: era tan fuerte el peste a sudor que desprendían…, y más por el hecho de que Aniol no paraba de mover las piernas y de flexionar los dedos de los pies de vez en cuando, cosa que ayudaba a que el peste a pies se fuera extendiendo más fácilmente. ¡Qué delicia! Nada estaba saliendo mal y Aniol…, mientras se resistía como una fiera…, se decidió a gritarme palabras precisas:

-¡Chalado de mierda! ¡Suéltame los pies, joder! ¡Asqueroso….! ¡Deja de olerme y de tocarme los pies con tu jodida napia!

Anaís, sin llorar, daba algún que otro pequeño chillido bajo la mordaza, como si me quisiera suplicar que dejara los pies de su novio Aniol, en calcetines y a mi merced. A fin de cuentas Aniol estaba sufriendo y quejándose por ella y su seguridad: era lo mínimo que podía hacer la chica… Yo, por mi parte, insaciable como estaba al peste de los pies en calcetines de Aniol, me entretuve todavía un buen rato más aspirando ese intenso olor a pies. Mi nariz pasó por último tocando el contorno del dedo gordo del pie izquierdo de Aniol, bien oloroso, antes de que decidiera que de aquello ya había suficiente y le soltara los tobillos. Aniol no perdió la oportunidad de bajar rápidamente las piernas liberadas y apoyar sus pies en calcetines en el suelo. El pobre Aniol, humillado, no me miraba ni a la cara y su cuerpo temblaba un poco, seguro que de rabia y de vergüenza. Pero la mirada de Aniol estaba clavada demasiado abajo…, y solo me di cuenta de sus intenciones cuando bajó los brazos: el ingenuo de Aniol pretendía coger sus zapatillas de deporte Nike negras y con detalles blancos que estaban tiradas por el suelo para ponérselas. Yo, por supuesto, me adelanté: levantándome y chutando las dos zapatillas de deporte de Aniol bien lejos, fuera del alcance de las manos del chico. Aniol elevó la mirada y me contempló de nuevo con un rostro lleno de enfado, resentimiento y odio a la vez que me exclamaba:

-Ya te has divertido suficiente. Déjame en paz… ¡Déjanos marchar!

CONTINUARÁ…

1 comentario:

  1. wow!!!!!!! es soberbia la forma en que redactas!!! casi puedo oler los pies de Aniol!

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